EL DESAHUCIO DEL
AMOR
Por
Francisco González Tejera
Ayoze entró
taciturno, se equivocó de habitación varias veces, hasta que una enfermera lo
guió hasta la camilla. La niña estaba consciente con un muñequito de Mickey
abrazado, la madre con la cara desencajada: “Parece que está mejor, fue el
jarabe”, dijo. Los ojos de la niña hablaban…
A la chiquilla
no se le quitaba la tos desde que vino el agente judicial con la notificación
de desahucio, se le había cronificado, una tos que no paraba en toda la noche,
que la hacía llorar, que la asfixiaba, teniendo Julia que tenerla en los
brazos, abrazarla suave, tranquilizarla en las madrugadas del dolor y la
desesperación.
Guacimara solo
tenía cuatro años, apenas había tenido contacto con su padre cuando lo
ingresaron en prisión por varias causas pendientes, Ayoze estaba en el centro
penitenciario de Juan Grande en Gran Canaria con una condena indefinida,
pendiente de más juicios por agresiones y peleas, trapicheos de drogas en el
barrio de Jinámar.
La tos no se
quitaba, era imposible pararla, la casa no se podía pagar, a la joven madre la
habían parado de aquel trabajo de cajera en el Hiperdino. En el Centro de Salud
le habían mandado ya dos veces en un mes antibióticos pero era imposible, no
sanaba y aquella noche que Ayoze estaba de permiso de fin de semana salieron
hacia el Materno Infantil, antes en el consultorio del barrio un médico cubano
le había mandado un nuevo jarabe que le hizo mal efecto, no paraba de vomitar,
de gemir y casi había perdido el conocimiento en el taxi en plena autopista del
sur de la isla.
Nada más llegar
los enfermeros la metieron en la sala, solo pudo entrar su madre, allí le
hicieron un lavado de estomago para después entubarla, dejarla en una camilla
en un espacio recóndito de aquel espacio repleto de enfermitos
A las tres
horas llamaron al padre por megafonía, el hombre estaba sentado con la cabeza
entre las rodillas, desesperado, sin saber que pasaba dentro, la información
era nula, no le daban datos en ventanilla, su aspecto carcelario generaba
rechazo en parte del personal sanitario que esa noche estaba de turno.
Ayoze entró
taciturno, se equivocó de habitación varias veces, hasta que una enfermera lo
guió hasta la camilla. La niña estaba consciente con un muñequito de Mickey
abrazado, la madre con la cara desencajada: “Parece que está mejor, fue el
jarabe”, dijo. Los ojos de la niña hablaban, sus labios resecos se abrieron:
“¿Papi te vas a quedar conmigo, no te vas a marchar?”.
El hombre
llorando la abrazó: “¡Mi niña, mi amor, mi tesoro!”, con las lagrimas cayéndole
por aquel rostro moreno y curtido en mil tristezas.
La chiquilla
sonreía: “¿Jugamos un poco a los animales?” “Tú haces con tu mano el perrito,
yo soy la ratita del cuento”.
La felicidad
inundaba el corazón de aquella pareja destruida, la vida se llenaba de
esperanza, los tres se quedaron tranquilos, jugando entre risas silenciosas,
los ojos de Julia brillaban más que nunca, el resto no importaba, estaban
juntos, se amaban como siempre, la lluvia caía fuera en San Cristóbal, cantaros
de agua corrían por el asfalto, barranqueras hacia el cercano mar, ganas de
desaparecer, de huir, no tener que entrar en la cárcel el lunes a primera hora
de la mañana, que el desahucio anunciado del martes no se produjera, que la
fantasía los enredara para siempre, los hiciera volar entre nubes de algodón
hacia la ansiada libertad.
http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es/
Imagen:
Desahucio de Rufina en Cáceres sin ingresos y con seis hijos, el menor de un
mes.
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