lunes, 5 de julio de 2010

VICTOR RAMIREZ Y SUS CRONICAS APATRIDAS EN PALABRAS DE ALNTONIO LORENZO PRESIDENTE DE LA ACADEMIA CANARIA DE LA LENGUA

RELATOS DE VÍCTOR RAMÍREZ EDITADOS POR EDICIONES IDEA

PRESENTACIÓN

En la solapa de los libros que en este acto se presentan se dice que su autor es miembro de la Academia Canaria de la Lengua desde 2004. Como yo estaba allí, nos hemos hecho amigos. Esta es la razón de la sinrazón de que hoy esté aquí. No debía estar, pues mis habilidades y saberes no están relacionados con la creación o la crítica literarias. Pero ocurre que uno no pude hacer oídos sordos al llamado de la amistad.

En la moderna teoría literaria, como es sabido, la figura del lector ha adquirido una especial relevancia. Quizás podría justificarme sugiriendo que estoy aquí como lector empírico, así que, más que con la letra de este breve corrido, deberían quedarse con la música, compuesta ex profeso para festejar este feliz evento.

Los lectores reales solemos tener nuestros autores favoritos. De repente, en este largo oscuro invierno Víctor Ramírez se convirtió en uno de mis autores favoritos por obra y gracia de Largo oscuro origen, que también pasó a ser una de mis novelas favoritas o la favorita de las novelas que he leído en las cuatro estaciones de los últimos años.

Por eso me llenó de alegría saber que una editora de esta capital había tenido la idea de reeditar varios cuentos y novelas cortas del autor de mi última favorita, reunidos en ocho libros, que se presentarían hoy, que son estos, todos ellos con tan bella estampa, tan bien vestidos, de medidas canónicas, en formato de acompañante agradable, de modo que puede uno metérselos en el bolsillo, llevárselos por ahí o a casa, disponer de ellos en el salón o en el dormitorio, tal que nos lo podemos pasar a las mil maravillas en cualquier momento y lugar.

De estos ocho libros La piedra en el camino, a mi entender, se aparta algo ¿o bastante? de los otros siete, al menos en ciertos aspectos de la realidad descrita -los personajes, los espacios, los ambientes- y de la utilización del lenguaje.

La historia de La piedra en el camino, resumida en pocas líneas, parece plana, sin relieve, carente de interés: Un suceso imprevisto acaba con la apacible vida familiar de un ciudadano corriente previa a dicho suceso. El suceso imprevisto: unos guardias de tráfico detienen a un ciudadano, lo fuerzan a subir al coche patrulla, lo llevan a comisaría, donde lo retienen unas horas mientras lo vejan y mofan y luego lo sueltan después de tener que firmar un escrito en el que, inocente, se reconoce culpable "de mala maniobra intencionada con mi automóvil y también de insulto y desacato a la autoridad, con escándalo público". Pero esta historia, que no parece tener entidad suficiente para dedicarle cien páginas, pero que ha sido sabiamente elegida en función del mensaje a transmitir, se convierte en manos de nuestro autor en un relato opresivo, kafkiano.

La trama se dispone en dos líneas descriptivas que contrastan: la de la feliz vida familiar cotidiana del conductor, el hombre joven -así se llama al protagonista de esta historia- y la de su esperpéntica detención por unos policías de hablar fuereño que abusan impunemente de su poder. Vida familiar y detención son relatadas en series de secuencias dispuestas con una técnica de montaje que revela la maestría del autor para mantener en suspenso al lector hasta el final de la narración, la cual se revela totalmente verosímil ya que el narrador resulta ser el hombre joven, el detenido, que es quien cuenta su historia al escritor y lo involucra en el relato: "Usted, don Víctor, escriba como mejor le parezca. Nunca acertará a escribir lo que de veras sentía yo allí, nunca". Así pues, una historia que al principio se nos mostraba plana, sin interés, al final se nos revela impactante, estremecedora. Y misión cumplida. Al concluir el relato, el lector incondicionalmente estará de acuerdo con el autor: para ambos la situación opresiva denunciada resultará intolerable, inaguantable. ¿Habrá que hacer algo? Por supuesto , la descripción de situaciones concretas, de escenas de la vida familiar, la observación aguda y minuciosa de vivencias cotidianas son de sobresaliente cum laude y le confieren a la historia una total verosimilitud.

Pero como decía antes, este relato, en mi opinión -y admito desde ya que puedo estar equivocado- se diferencia, no podría ahora precisar cuanto, de los otros siete, tanto por la realidad descrita como por la utilización del lenguaje; y también probablemente por la presencia de un nuevo factor, ausente en La piedra del camino, el humor: un humor agridulce que crea un clima que propicia la aparición de un nuevo estrato vegetativo. Formarían estos, pues, un grupo al que correspondería un comentario aparte. Desde la perspectiva actual, son como hitos en la ruta hacia Largo oscuro origen.

A mediados del siglo XVI, época de grandes descubrimientos geográficos, un escritor anónimo descubre un mundo novelesco. Para dar noticia de él, el escritor ha de utilizar un lenguaje nuevo, ajustado a esa nueva realidad. La novela, dice Alejo Carpentier ('Papel social del novelista', Literatura y arte nuevo en Cuba, Editorial Estela, Barcelona, 1971) "tal como la consideramos hoy, llega tarde a la literatura... Esto se produce por primera vez en España con la picaresca... Leyendo la picaresca española nos encontramos ante un novela que expresa no solamente su época, sino que interpreta su época. Son ellos (los autores de este género literario) los que conducen el juego del lenguaje. Nada los sobrepasa; son ellos los que sobrepasan a su época...Los doctores de Salamanca y Toledo pueden quedarse en casa. El novelista aventaja a su época. La expresa como nadie más pudiera hacerlo".

Leyendo Largo oscuro origen, la última novela de Víctor Ramírez, me vino a la memoria este pasaje de Carpentier, que volví a recordar al leer Diosnoslibre y la mayor parte, si no todos los relatos que se recogen en esta gavilla de siete libros que hoy se presentan tan pulcramente editados por Ediciones Idea, cuatro novelas cortas: Además lo primero, La vez entre después y ahora, El arranque y Cada cual arrastra su sombra; y estos otros tres libros: Ojo de pulga, La taza vacía y Hedor de esquirola, que contienen un conjunto de dieciséis cuentos de variada extensión; por ejemplo, Lo más hermoso de mi vida tiene cuatro páginas y Diosnoslibre, treinta.

Víctor Ramírez parece haber arribado a un nuevo territorio de ese mundo novelesco descubierto en el siglo de los caballeros andantes siguiendo los pasos de un lazarillo. Un territorio no exento de un particular exotismo, poblado por unas gentes que llaman poderosamente la atención tanto por su género de vida como por su sistema de ideas y creencias, por lo que el descubridor ha de hacer un notable esfuerzo de exploración para conseguir un lenguaje ajustado a esa imprevista realidad, aún no descrita en ninguno de los mapas de la novela actual.

Ese territorio parece ser un espacio sin límites definidos, una zona orillera, marginal y marginada, espacio periférico, suburbial, donde se sitúa la parroquia del reverendo don Rubián Elizondo bendito de Largo oscuro origen, que, por cierto, no sé si es la misma parroquia que hubo regentado reverendo don Apriorístico, el viejo sacerdote de La vez entre después y ahora. Y, claro está, si hay sacerdote, hay iglesia y una plazoletilla a sus espaldas donde juegan los niños, y hay calles mal asfaltadas y callejas de tierra apisonada, que cuando llueve se llenan de charcos; y hay casas terreras y bloques de pisos y bar restaurante y cafetines y, cómo no, tiendas donde se puede comprar lo necesario y algo más, como la de Domingo, de El escritor y un miedo más, adonde suelen ir Pepe el de Lola y sus amigos cuando tienen sed, o la de Virginito Cubano, adonde iba a comprar aguacates Juanito, el discípulo de don Anselmo; así que también habrá una escuela donde este maestro puntual enseña cariñoso, cosa que comprobará quien lea Además lo primero. Y, por supuesto, hay más cosas y puede pasar cualquier cosa, porque cualquier cosa puede pasar en "las guerras de la paz", como oímos que dijo alguien en Pero como si no.

Cuando se llega a un territorio antes inexplorado no sólo se observa y se describe el terreno, el paisaje diferente. También, o sobre todo, se observa y describe el gentío que lo puebla, su peculiar organización social, sus costumbres más pintorescas, sus creencias y vivencias. Todo lo diferente en relación con la cultura propia del cronista es resaltado, subrayado. Es lo que hace en el Nuevo Continente Bernal Díaz del Castillo, "el soldadote inspirado", convertido en cronista, quien, según Alejo Carpentier, "nos ha dado con su Verídica historia de la conquista de la Nueva España, la primera novela de caballería real de todos los tiempos". Con Bernal Díaz, sigue diciendo Carpentier -y creo que es interesante-, "la función social del escritor se define en el Nuevo Mundo: ocuparse de lo que le concierne, adelantarse a su época, asiendo su imagen más justa. El primero en asir esta imagen debía pues cumplir una de las tareas que incumben al escritor actual, y sobre todo al novelista, si bien en esa época solamente los novelistas de la picaresca fueron verdaderos novelistas en este mundo".

El escritor asombrado, pues, describiría el asombrante mundo animado descubierto asiendo su imagen más justa. Luego vendría el lector curioso, como el turista con su cámara.

Si el lector curioso visita el territorio explorado y descrito por Víctor Ramírez asiendo su imagen más justa, entrará en contacto con un gentío bastante peculiar en ciertos aspectos, conocerá algunos personajes sorprendentes por lo que padecen, hacen o cuentan, y tendrá noticia de sucedidos en su mayoría seguramente poco habituales en su entorno, en su círculo familiar, amistoso o vecinal.

Así, por ejemplo, si visita la parroquia de reverendo don Apriorístico, se enterará, porque así se dice en la pág. 11 de La vez entre después y ahora, que este anciano sacerdote "tenía auténtico pavor del bueno a los aromas hembreros de cualquier sobrina ayudándole en lo doméstico parroquial como se estilaba, y no importa que ya tuviera él sus tantísimos años". Esta misoginia olfativa afecta también al protagonista de El arranque, quien duda de su curación, pues los médicos, aunque desconocían las causas del mal, "afirmaban sonrientes que acabaría yo oliendo normal y no tan agudísimamente el nauseabundo olor femenino. Pero no, no les creo. Aunque tampoco creo que todos fueran a mentirme por caridad socarrona dictaminando idénticamente". Al lector podría caberle la sospecha de que este extraño mal sea endémico contagioso en esa comunidad, pues uno de los personajes de Hedor de esquirola, Danielín, que acabó "casando con una viuda joven, rica" porque "La necesitaba para acabar la carrera, Historia" afirma tajante: "la dejo, me voy (...) No la aguanto ya, no puedo estar a su lado. Ya ha empezado a oler como mi madre, el mismo hedor". Tampoco es habitual oír lo que declara Diosnoslibre al referirnos su biografía: "En Sietesitios vive Andreíta Casiana, la mejor de mis madres. (...) A lo largo de cinco años fue mi madre, la mejor de mis madres sin duda alguna. En San Roque vivíamos, tras la ermita derruida, al costado del fonducho, frente a las plataneras".

Por supuesto, en estos lugares y a estos personajes les pasan cosas que deben ser triviales o normales en su mundo, pero que al lector de sus crónicas sociales o de sucesos le han de resultar un tanto sorprendentes. En esas parroquias regentadas por curas tan peculiares como reverendo don Apriorístico y reverendo Peribánez Luz se venera a San Roque y su Perro Bendito y a la Virgen de la Derrota, y la retirada de la imagen de Niñitojesús pichitadeoro por orden de su Eminencia Ilustrísima provocaría la llamada Guerra de la Dependencia, que se saldó con al menos cinco muertos, doce heridos "y más de un centenar de desertores", según el parte de bajas que podemos consultar en la página 17 de La vez entre después y ahora.

Los deportes a los que son aficionados difícilmente podrían ser homologados por un comité olímpico. En Lo más hermoso de mi vida, el protagonista, que declara que sentía "verdadera pasión" por uno esos deportes típicos, nos dice al final del relato: "En fin, aquellos campeonatos de peleas entre los bobos de barrio han sido lo más hermoso que he tenido en mi vida". Hay carreras de caracoles y peleas de cochinos. Daniel el Chico, "quien por tres veces había sido marido de madre Andreíta Casiana" era un "gran conocedor de cochinos de pelea". La línea divisoria entre las distintas especies de seres animados es bastante borrosa. "El macho cabrío que emborrachaban los hombres con cerveza y ron en la tienda de Dominguito", al que llamaban Excelencia para distinguirlo de "uno de aquellos cochinos luchadores campeones que hicieron época llamado Majestad Serenísima, la gente "teníale su cierto respetillo supersticioso. Porque no lo negará usted, un macho cabrío borracho tambaleante y mugiente como riendo, impone lo suyo: parece persona".

Este universo de desbocada imaginación, poblado de seres onírico simbólicos envueltos o revueltos en situaciones esperpénticas, nos recuerda el fantástico mundo de El Bosco. Pero también como el pintor flamenco, nuestro autor es un minucioso observador de la realidad. ¡Y qué realidad! Uno de sus personajes declara: "tengo miedo de saber, de abrir los ojos a lo oscuro fulgido que es la realidad". Sin embargo, de todas estas historias fantásticas se puede afirmar lo que masculló, al comienzo del relate Hedor de esquirola, Ruano Betún, compañero de Borillo y Pepe el de Lola "una noche temprana de copas en tienda de Domingo: Esta historia, como todas, también mentía "Pero no engaña".

Decíamos antes que el cronista ha debido hacer un notable esfuerzo para conseguir expresar lingüísticamente la nueva y extraña realidad por él explorada asiendo la imagen más justa, en expresión de Carpentier. A ese universo de desbocada imaginación, cuyos personajes se rigen por unas normas no convencionales, diferentes de las del observador, le corresponde ahora en el plano expresivo un lenguaje poco respetuoso con los usos más prestigiados o con la rígida normativa de ciertas gramáticas. Nuestro escritor entonces aprovecha todas las posibilidades que le brinda el sistema de la lengua, al que fuerza hasta unos límites que hasta ahora nos parecían infranqueables. Los signos lingüísticos con frecuencia ya no respetan los espacios significativos de otros signos, como si los significados fueran de uso comunitario, como si dieran por abolido el derecho de propiedad -causa primera y última de todas las revoluciones. Tampoco en estos textos ejercen las palabras con rigor las funciones oracionales que les han sido tradicionalmente asignadas, como si hubieran dejado de ser, sin protestar, funcionarios en propiedad y se sintieran ahora más cómodas en una interinidad que les exige menos dedicación pero más responsabilidad. Así las cosas, comprobamos a cada paso que el adjetivo se pasa con total impunidad al bando del adverbio y viceversa, el adverbio se independiza y abre tienda de sustantivo y el sustantivo, en crisis, tiene que aceptar trabajitos de adjetivo; y no digamos nada de las partículas derivativas que infieles, totalmente liberadas, se lían con cualquiera. Del verbo vale más no hablar. Un par de ejemplos de muestra, tomados de La vez entre después y ahora:

"Y por aquellos primeros tiempos lo forzábamos a hablar porque nos entretenía su cómo" (p. 9).

"qué piel más durazna a sus ciento doce años" (p. 42).

"Y luego de párrocamente aleccionarnos con cariñosa pero severa tartamudez nos ordenó vicegubernamentalmente que jurásemos por escrito" (p. 58).

Antes no nos atrevimos a dedicarle ni una línea a temas básicos en la narrativa de Víctor Ramírez, como el de la soledad -la soledad en solitario y la soledad en compañía-, tan agudamente tratado en Además lo primero y Cada cual arrastra su sombra. Ahora tampoco podemos tratar más ampliamente, ni ustedes seguramente lo consentirían, la compleja problemática en torno a la utilización del lenguaje por nuestro autor en la conformación del texto literario. No obstante, sí quisiera, antes de terminar, dedicar un par de párrafos a una cuestión de naturaleza aparentemente marginal, de poca entidad.

Nuestro idioma o lengua, el español o castellano, dispone de una variedad estándar que es común a todos los pueblos que lo hablan, independientemente del país al que pertenezcan. Luego y además, la lengua presenta variedades regionales. Esta es la lengua materna. El que nace andaluz muere andaluz. El canario habla la misma lengua que el mejicano, pero no como el mejicano. Aunque lo pretenda, un canario no puede dejar de hablar canario.

Normalmente usamos la variedad estándar cuando escribimos. Nos adiestran para ello en el colegio. Utilizar nuestra modalidad regional en la escritura no es nada fácil. Porque hemos de contar con las variedades insulares y, además, no podemos dejar de tener en cuenta los distintos registros: no se expresa exactamente igual el abuelo que el nieto, el maestro que el alumno, el albañil que el arquitecto. En la narrativa el personaje ha de hablar de manera semejante a la gente del grupo social al que se dice, o sugiere, que pertenece. Esto tan difícil, leyendo a Víctor Ramírez, nos parece que a él debe resultarle absolutamente fácil. Tal es su maestría en este aspecto.

El término canarismo se suele asociar solamente con el canarismo léxico. Palabras como guagua, tabaiba, millo, boliche, peludo, tollo. Las palabras aceite y almacén son palabras del español, aunque procedan del árabe. Las palabras millo y tabaiba también son españolas, aunque procedan del portugués y el guanche. Las unidades léxicas sean generales, como aceite o almacén, sean regionales, como millo o tabaiba, sólo las empleamos de cuando en cuando. No recuerdo la última vez que emplearía las palabras tabaiba y almacén. El fallo de muchos escritores costumbristas suele radicar en la acumulación de voces regionales, en la inusual frecuencia de aparición de estas unidades en el texto, vengan o no a cuento, lo que le resta verosimilitud. En los textos de Víctor Ramírez aparece esta clase de canarismos, pero de vez en cuando, como en nuestras conversaciones cotidianas, no a contrapelo, sino con una fluencia totalmente natural. Si está donde está, es porque era necesario ahí y ningún otro elemento podría sustituirlo con ventaja.

En Además lo primero, una novela de 120 páginas, aparecen solamente unos 25 canarismos de uso general en el archipiélago: talla, vergas, tollo, magua, sorroballar, chuchangos, boliche, papayeros, guagua, amulado, alongado, cafetín, cristiano, endormir, arregostado, bacinilla, millo, gofio, tolete, fos, casal, (casas) terreras, fotingo, regañiza, burletero. Veamos el uso de un par de ellos:

"Deseaba Juanito beber agua fresquita de la talla"

"Se alongaba hacia la llave del grifo para cerrarla.

Como vemos, las dos palabras encajan como llave en su cerradura. ¿Habría otras que ahí encajaran mejor?

Pero canarismos no son solamente este tipo de unidades léxicas. También son canarismos, las locuciones, giros, realizaciones fonéticas específicas de fonemas y grupos de fonemas y un amplio listado de fenómenos gramaticales que caracterizan el habla de los canarios. Desde que abrimos la boca y echamos a volar unas cuantas palabras, ya nos estamos retratando. Esto lo consigue también Víctor Ramírez a la perfección con sus personajes: tienen el carné de identidad en la boca. Por ejemplo, en la primera página de Diosnoslibre el protagonista, que está contando su vida, emplea la palabra cafetín; pero mucho más caracterizador del habla regional del personaje es el abuso del sufijo diminutivo —ito ("ni están para tales trotes estas piernitas de uno"; "Dice que más vale sólita y con Dios") o el uso de dicho sufijo con el nombre de una persona mayor para el trato de cortesía, sin que pierda por ello el matiz afectivo: "En Sietesitios vive Andreíta Casiana, la mejor de mis madres".

Bien, vamos acabando. Al comienzo decía que Largo oscuro origen era mi novela favorita. De ella, en su presentación, habló con autoridad crítica Juan Manuel García Ramos. Remito a su agudo y certero análisis sobre la importancia de esta obra excepcional. Yo aquí no he hecho otra cosa que intentar transmitir mi entusiasmo por la obra anterior de Víctor Ramírez, ausente en las librerías durante largo tiempo, que Ediciones Idea ha sacado a la calle con tan lindo vestido y al alcance del bolsillo. Así que será muy fácil hacerse con ella. Si lo hacen, ya verán lo bien que se lo pasan en su compañía. No creo que después de Lázaro de Tormes haya habido un pícaro que haya contado con tanta gracia sus peripecias como Diosnoslibre. También tendrán noticia detallada, si leen De entre después y ahora, de la silenciada Guerra de la Dependencia, contada no por historiador oficial sino a través del testimonio fidedigno del testigo presencial. Si la emprende con El arranque, su protagonista le explicaría lo que ha hecho para combatir o soportar aquella curiosa enfermedad olfativa, por si se da el caso. Si se llega hasta la escuela de Además lo primero, conocerá al maestro don Anselmo, que le dará gratis lecciones sobre cómo convivir con la soledad. En fin, que aprenderá como jugando, que es el eterno ideal de la pedagogía.

Se dice que en los cuentos, en los relatos cortos, lo difícil es cómo acabar. Para hacerlo fácil, acabaremos a la voz de ya. Lo malo, si breve, algo bueno tiene; que, dicho así, aparenta tener la grave autoridad del proverbio.

Lo último: estoy muy contento de haber acompañado a Víctor en este acto que da la feliz noticia de la reedición de su obra cumbrera. Y, dicho lo dicho, cedo la palabra a quien corresponda.

La Laguna, 16 de abril de 2009

Antonio Lorenzo

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