TODO COMENZÓ EL MARTES
La salida de
Podemos al Grupo Mixto mete en un problema a Sumar. Tanto el proyecto de
Yolanda Díaz como el de Ione Belarra quedan encasillados en una posición
subalterna al PSOE.
PABLO
ELORDUY
Yolanda Díaz y María Jesús
Montero, en el debate de investidura
de noviembre de 2023. DAVID
F. SABADELL
En su novela Feliz final, Isaac Rosa plantea una narración atípica. Para narrar la biografía compartida de una pareja comienza con la ruptura, después retrocede: las últimas broncas, los últimos malestares, los primeros silencios, los últimos momentos felices, los primeros buenos momentos, el encuentro… y toda la masa de circunstancias inclasificables que rodean y se infiltran en la vida de las parejas y de los individuos. El ejercicio es interesante no solo como ejercicio de estilo sino como reflexión acerca de la forma que tenemos de contarnos las cosas. La persona que lo lee agarra la narración al vuelo, sin apenas información. Solo después de retroceder en el tiempo / avanzar en el libro puede componer la historia tal y como ha sucedido.
Si se llevase a
cabo el ejercicio de Feliz final, todo comenzó el martes, cuando Podemos
anunció que se iba al Grupo Mixto y se desligaba del acuerdo que tenía con
Sumar. El siguiente escalón hacia abajo sería el momento en el que Sumar
ofreció un Ministerio a Nacho Álvarez en lugar de a Irene Montero o a Ione
Belarra. Más atrás llegaría el veto a que Montero estuviese en las listas de
las elecciones en el 23J, y antes, la negativa a que Podemos integrase las
listas unitarias en las autonómicas de la Comunidad de Madrid y Valencia. Si
seguimos retrocediendo, Magariños, en el que quedó perimetrado el terreno en el
que se iba a jugar. Antes de Magariños habría que retroceder al esperpento que
tuvo lugar en torno a las elecciones andaluzas de 2022, y antes de eso, al
“encuentro de país” de 2021. Mirando más atrás, al momento en el que Ione
Belarra dijo que el PSOE era “el partido de la guerra” y se produjo un choque
con los socios del Gobierno y entre los integrantes de lo que fue Unidas
Podemos. Y antes que eso tal vez llegaríamos a la decisión de Pablo Iglesias de
nombrar a Díaz sin primarias. Si apretamos a fondo la marcha atrás, es posible
encontrar motivos de este final en la escisión anunciada por Íñigo Errejón y
Manuela Carmena a comienzos de 2019. La consulta a la militancia sobre la
compra de una casa no favoreció las cosas a nivel interno y Vistalegre 2 fue un
cierre en falso a una crisis. Quizá la manera de hacer la fusión fría con
Izquierda Unida en 2016 fue la primera fase de lo que ha pasado. Retrocediendo
en busca de los motivos de lo del martes, podemos llegar a Vistalegre 1 y la
adopción de un modelo de partido vertical. Y, si nos ponemos nostálgicos,
podemos llegar a la vieja querella entre el eurocomunismo y el comunismo
invertebrado que no sobrevivió a la Transición.
Eligiendo un punto
de partida determinado—aquí se han propuesto varios, pero cada quien puede
coger el suyo en función de su propia biografía o sus recuerdos— se llega a
conclusiones completamente opuestas. Como en las viejas querellas de aldea,
recorriendo el pasado llegaremos a un viejo problema de lindes del que nadie se
acuerda, a una torpeza en el bar o a un grave malentendido que hizo que
estallara el drama. Un detonante que no es tan importante como las identidades
que se van forjando cuando se toma partido en el conflicto. Lo que nos
constituye como seres políticos hoy es estar en una burbuja u otra, emitir unos
mensajes u otros, responder, bloquear, etc.
Eso, que antes pasaba
en la “interna” de los partidos, ahora es un espectáculo público al que está
invitado todo el mundo, también quienes no han organizado nada más en su vida
que un partido de solteros contra casados. La llamada equidistancia está mal
vista por lo que supone de renuncia a subsumir la identidad propia en una de
esas posiciones. No se contempla que miles de personas votantes de esos
espacios, quizá la mayoría, están tan hartas de los unos como de los otros, y
no quieren formar su identidad en esos juegos dicotómicos porque,
afortunadamente, “la vida de la gente” no transcurre en las redes sociales, ni
en el periodismo, ni su futuro depende de la adscripción a una de las partes.
Sumar tendrá una
oposición a su izquierda libre que apretará para presentar como suyos todos los
beneficios que se puedan obtener en negociaciones como las de los Presupuestos
Generales del Estado
La forma política
de los tiempos de Twitter (o de X, como sea que se llame) se ha impuesto a la
forma política “organización” desde el minuto uno. Tal vez ha sido, como
comentaba un actor tan externo como el periodista Gregorio Morán, porque no
había un fondo económico que sostuviese el partido Podemos. Puede que por la
misión que se autoasignó el sistema para destruir lo que Podemos significaba. O
quizá porque si se parte del supuesto de que la lealtad, o peor la amistad
personal, es lo único que podía sostener el proyecto político, el proyecto
había nacido muerto.
A medida que se
recurría más y más a la retórica del cuidado y de las cosas que importan “a la
gente”, se llevaba a cabo el abandono del espacio que se había abierto tras la
crisis de 2008 en pos de objetivos cada vez más minúsculos. Cuanto más se habla
de un proyecto de país más claro queda que el plan es aguantar como muleta del
PSOE mientras el cuerpo aguante.
Lo evitable del cisma
Terminando por el
principio: la salida de los cinco diputados de Podemos al Grupo Mixto es un
golpe que Yolanda Díaz podía haber evitado. Pese a lo cuidado de su relato, el
hecho es que los gestos para integrar a Podemos antes y después del 23 de julio
han brillado por su ausencia. Se han limitado al nombramiento de una
presidencia y alguna portavocía en determinadas comisiones parlamentarias, algo
importante en el día a día del Congreso pero con poco efecto fuera de ese
ámbito especializado. Sin oferta de ministerios, sin siquiera coportavocías. El
medioambiente seguía gritando 24/7 que Podemos es material tóxico o,
directamente, está muerto. Espoleada por ese relato, la líder de Sumar solo ha
tenido que bajar su pulgar las veces suficientes para provocar una situación
que la debilita.
Díaz puede
encontrar justificación a esa manera de actuar. Recorriendo la línea temporal
encontrará un momento, o muchos, que le sirvan para justificar esta decisión: una
discusión por las lindes, una pelea de bar, un malentendido que se va de las
manos, lo mal que me cae el tío ese del podcast. Pero ese recuento de afrentas
destinado a encender a la platea y a que esta haga el trabajo de difundir el
mensaje en redes no soluciona el problema que se ha creado. Sumar tendrá una
oposición a su izquierda libre de compromisos con el Gobierno, que apretará
para presentar como suyos todos los beneficios que se puedan obtener en
negociaciones como las de los Presupuestos Generales del Estado. Ya que se
trata de un partido con experiencia reciente de Gobierno, sabrá cuáles son los
puntos donde puede obtener algo y lo hará con más énfasis cuando pueda restarle
cartel a Sumar. El PSOE tendrá que hacerse la fotografía para amarrar esos
cinco votos, que pasan a ser claves en la compleja aritmética del Parlamento.
Es mejor estar en el Gobierno que no estarlo, pero el movimiento de Podemos le
permitirá ganar la cuota de pantalla negada por la falta de portavocías y
presentar un perfil propio, al menos hasta las elecciones europeas de junio de
2024.
Lo que en junio de
2023 era un handicap de partida, se ha convertido en diciembre en un error
grave. Forzar a Podemos a irse implica encasillarse en una posición de palmero
del PSOE. Los primeros signos emitidos por Díaz van en esa dirección. Apelar al
“lado bueno de la historia” es un llamamiento vacío para disciplinar a Podemos,
que llevará su apuesta de no tragar sapos —no votar a favor de medidas
prosistema— hasta el final, porque la necesidad le dirige a hacer exactamente
eso. El objetivo de Podemos es minúsculo en comparación con la grandilocuencia
de 2014, pero, como en todos los organismos vivos, no hay que subestimar lo que
puede hacer para asegurar su propia supervivencia.
Díaz tiene dos
formas de afrontar la crisis que ha generado. Una es limitarse a seguir la
corriente de su burbuja política en Twitter (o X, como se llame). Le darán una
visión favorecedora: los otros son muy malos, tú eres muy buena; los otros son
sectarios, tú lo haces por la vida de la gente; los otros son perdedores,
nosotros tenemos ministerios; en cuatro años habrán desaparecido y tú habrás
sido vicepresidenta ocho.
La otra perspectiva
es más complicada de afrontar: asumir que se ha puesto al frente de un grupo
parlamentario que en 2016 tenía 71 diputados, hasta mayo de este año 35, y
ahora dirige uno que tiene 26. Asumir que ni siquiera la desaparición de
Podemos le beneficiará en unas futuras elecciones. Que la izquierda en su
conjunto, y especialmente la de las circunscripciones con menor representación,
ha retrocedido a una posición subsidiaria y ha aceptado a Sánchez como el líder
de todo el espacio político. Porque lo dicen las encuestas y porque nadie en la
calle está diciendo lo contrario. Para el proyecto en su conjunto es aun peor,
si tiene en cuenta una perspectiva de largo plazo, el hecho de que ha creado un
espacio vacío a su izquierda y, sobre todo, un espacio de revuelta popular
latente que difícilmente van a poder representar los actores que ahora mismo
están en la partida. Incluso aunque esa revuelta latente no llegase, eso
tampoco sería buena noticia para los actores que hoy concurren en Sumar.
Como ha
experimentado Podemos casi desde su primera hora, el mayor riesgo para un
partido es que el adversario consiga crear una imagen de ti que tú no
controlas. El proyecto que hoy dirige Ione Belarra es objeto de burlas y
críticas, de las más sofisticadas a las más repetitivas, sobre su cerrazón,
sobre su falta de democracia interna, sobre su sectarismo y su mal humor. Para
Sumar el riesgo es equivalente: el hecho de que se haya constituido desde el
comienzo como un club privado de profesionales muy cualificados sitúa al
proyecto de Díaz en una débil posición de salida, la de aspirantes a un cambio
sin estridencias, sin tocar a los poderes reales del país ni molestar al socio
alfa. Que solo se niega a negociar sus principios con los que considera por
debajo. Un PSOE en miniatura, con buena prensa y cómodo en un papel secundario.
Un partido chic con buenos discursos pero sin intención de provocar ningún
desbordamiento democrático. Alejarse de la izquierda identitaria porque no suma
podría tener cierto sentido, alejarse de las clases populares
infrarrepresentadas para asumir un discurso aspiracional es una marcha sin
frenos a la irrelevancia política: la experiencia europea está ahí para quien
la quiera leer.
Porque, si volvemos
a tomar la línea de tiempo, los problemas que dieron nacimiento a Podemos
siguen golpeando la puerta. La militarización de la política mundial, la
carestía de la vida, la emergencia climática y, como resumen de todo ello la
desigualdad, no entendida como un fenómeno natural, sino como una consecuencia
de las contradicciones del capital. Estos problemas no se solucionan con subidas
de salarios y subsidios al transporte —aunque sean medidas que alivien— sino
con una superación de la anomia, para lo que se requieren organizaciones y, más
extensamente, comunidades y movimientos organizados para el conflicto. El error
no es la propuesta de un cambio tranquilo y una política pública de las
pequeñas cosas, sino que esa propuesta se da en un tiempo y un espacio
geográfico determinado, amenazado por factores que pueden borrar cualquier
logro en un periquete. Se llama austeridad, se llama recortes, se llama un
corte limpio que saque a Sánchez de La Moncloa y a la izquierda tranquila de la
ecuación. El Podemos de 2023 no va a ser la solución, pero tampoco es el
problema. El Podemos de 2014 quizá no era la solución, pero es el síntoma de
algo que no se ha resuelto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario