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jueves, 7 de diciembre de 2023

TODO COMENZÓ EL MARTES

 

TODO COMENZÓ EL MARTES

La salida de Podemos al Grupo Mixto mete en un problema a Sumar. Tanto el proyecto de Yolanda Díaz como el de Ione Belarra quedan encasillados en una posición subalterna al PSOE.

PABLO ELORDUY

Yolanda Díaz y María Jesús Montero, en el debate de investidura

de noviembre de 2023. DAVID F. SABADELL

En su novela Feliz final, Isaac Rosa plantea una narración atípica. Para narrar la biografía compartida de una pareja comienza con la ruptura, después retrocede: las últimas broncas, los últimos malestares, los primeros silencios, los últimos momentos felices, los primeros buenos momentos, el encuentro… y toda la masa de circunstancias inclasificables que rodean y se infiltran en la vida de las parejas y de los individuos. El ejercicio es interesante no solo como ejercicio de estilo sino como reflexión acerca de la forma que tenemos de contarnos las cosas. La persona que lo lee agarra la narración al vuelo, sin apenas información. Solo después de retroceder en el tiempo / avanzar en el libro puede componer la historia tal y como ha sucedido.

 

Si se llevase a cabo el ejercicio de Feliz final, todo comenzó el martes, cuando Podemos anunció que se iba al Grupo Mixto y se desligaba del acuerdo que tenía con Sumar. El siguiente escalón hacia abajo sería el momento en el que Sumar ofreció un Ministerio a Nacho Álvarez en lugar de a Irene Montero o a Ione Belarra. Más atrás llegaría el veto a que Montero estuviese en las listas de las elecciones en el 23J, y antes, la negativa a que Podemos integrase las listas unitarias en las autonómicas de la Comunidad de Madrid y Valencia. Si seguimos retrocediendo, Magariños, en el que quedó perimetrado el terreno en el que se iba a jugar. Antes de Magariños habría que retroceder al esperpento que tuvo lugar en torno a las elecciones andaluzas de 2022, y antes de eso, al “encuentro de país” de 2021. Mirando más atrás, al momento en el que Ione Belarra dijo que el PSOE era “el partido de la guerra” y se produjo un choque con los socios del Gobierno y entre los integrantes de lo que fue Unidas Podemos. Y antes que eso tal vez llegaríamos a la decisión de Pablo Iglesias de nombrar a Díaz sin primarias. Si apretamos a fondo la marcha atrás, es posible encontrar motivos de este final en la escisión anunciada por Íñigo Errejón y Manuela Carmena a comienzos de 2019. La consulta a la militancia sobre la compra de una casa no favoreció las cosas a nivel interno y Vistalegre 2 fue un cierre en falso a una crisis. Quizá la manera de hacer la fusión fría con Izquierda Unida en 2016 fue la primera fase de lo que ha pasado. Retrocediendo en busca de los motivos de lo del martes, podemos llegar a Vistalegre 1 y la adopción de un modelo de partido vertical. Y, si nos ponemos nostálgicos, podemos llegar a la vieja querella entre el eurocomunismo y el comunismo invertebrado que no sobrevivió a la Transición.

 

Eligiendo un punto de partida determinado—aquí se han propuesto varios, pero cada quien puede coger el suyo en función de su propia biografía o sus recuerdos— se llega a conclusiones completamente opuestas. Como en las viejas querellas de aldea, recorriendo el pasado llegaremos a un viejo problema de lindes del que nadie se acuerda, a una torpeza en el bar o a un grave malentendido que hizo que estallara el drama. Un detonante que no es tan importante como las identidades que se van forjando cuando se toma partido en el conflicto. Lo que nos constituye como seres políticos hoy es estar en una burbuja u otra, emitir unos mensajes u otros, responder, bloquear, etc.

 

Eso, que antes pasaba en la “interna” de los partidos, ahora es un espectáculo público al que está invitado todo el mundo, también quienes no han organizado nada más en su vida que un partido de solteros contra casados. La llamada equidistancia está mal vista por lo que supone de renuncia a subsumir la identidad propia en una de esas posiciones. No se contempla que miles de personas votantes de esos espacios, quizá la mayoría, están tan hartas de los unos como de los otros, y no quieren formar su identidad en esos juegos dicotómicos porque, afortunadamente, “la vida de la gente” no transcurre en las redes sociales, ni en el periodismo, ni su futuro depende de la adscripción a una de las partes.

 

Sumar tendrá una oposición a su izquierda libre que apretará para presentar como suyos todos los beneficios que se puedan obtener en negociaciones como las de los Presupuestos Generales del Estado

La forma política de los tiempos de Twitter (o de X, como sea que se llame) se ha impuesto a la forma política “organización” desde el minuto uno. Tal vez ha sido, como comentaba un actor tan externo como el periodista Gregorio Morán, porque no había un fondo económico que sostuviese el partido Podemos. Puede que por la misión que se autoasignó el sistema para destruir lo que Podemos significaba. O quizá porque si se parte del supuesto de que la lealtad, o peor la amistad personal, es lo único que podía sostener el proyecto político, el proyecto había nacido muerto.

 

A medida que se recurría más y más a la retórica del cuidado y de las cosas que importan “a la gente”, se llevaba a cabo el abandono del espacio que se había abierto tras la crisis de 2008 en pos de objetivos cada vez más minúsculos. Cuanto más se habla de un proyecto de país más claro queda que el plan es aguantar como muleta del PSOE mientras el cuerpo aguante.

 

Lo evitable del cisma

Terminando por el principio: la salida de los cinco diputados de Podemos al Grupo Mixto es un golpe que Yolanda Díaz podía haber evitado. Pese a lo cuidado de su relato, el hecho es que los gestos para integrar a Podemos antes y después del 23 de julio han brillado por su ausencia. Se han limitado al nombramiento de una presidencia y alguna portavocía en determinadas comisiones parlamentarias, algo importante en el día a día del Congreso pero con poco efecto fuera de ese ámbito especializado. Sin oferta de ministerios, sin siquiera coportavocías. El medioambiente seguía gritando 24/7 que Podemos es material tóxico o, directamente, está muerto. Espoleada por ese relato, la líder de Sumar solo ha tenido que bajar su pulgar las veces suficientes para provocar una situación que la debilita.

 

Díaz puede encontrar justificación a esa manera de actuar. Recorriendo la línea temporal encontrará un momento, o muchos, que le sirvan para justificar esta decisión: una discusión por las lindes, una pelea de bar, un malentendido que se va de las manos, lo mal que me cae el tío ese del podcast. Pero ese recuento de afrentas destinado a encender a la platea y a que esta haga el trabajo de difundir el mensaje en redes no soluciona el problema que se ha creado. Sumar tendrá una oposición a su izquierda libre de compromisos con el Gobierno, que apretará para presentar como suyos todos los beneficios que se puedan obtener en negociaciones como las de los Presupuestos Generales del Estado. Ya que se trata de un partido con experiencia reciente de Gobierno, sabrá cuáles son los puntos donde puede obtener algo y lo hará con más énfasis cuando pueda restarle cartel a Sumar. El PSOE tendrá que hacerse la fotografía para amarrar esos cinco votos, que pasan a ser claves en la compleja aritmética del Parlamento. Es mejor estar en el Gobierno que no estarlo, pero el movimiento de Podemos le permitirá ganar la cuota de pantalla negada por la falta de portavocías y presentar un perfil propio, al menos hasta las elecciones europeas de junio de 2024.

 

Lo que en junio de 2023 era un handicap de partida, se ha convertido en diciembre en un error grave. Forzar a Podemos a irse implica encasillarse en una posición de palmero del PSOE. Los primeros signos emitidos por Díaz van en esa dirección. Apelar al “lado bueno de la historia” es un llamamiento vacío para disciplinar a Podemos, que llevará su apuesta de no tragar sapos —no votar a favor de medidas prosistema— hasta el final, porque la necesidad le dirige a hacer exactamente eso. El objetivo de Podemos es minúsculo en comparación con la grandilocuencia de 2014, pero, como en todos los organismos vivos, no hay que subestimar lo que puede hacer para asegurar su propia supervivencia.

 

Díaz tiene dos formas de afrontar la crisis que ha generado. Una es limitarse a seguir la corriente de su burbuja política en Twitter (o X, como se llame). Le darán una visión favorecedora: los otros son muy malos, tú eres muy buena; los otros son sectarios, tú lo haces por la vida de la gente; los otros son perdedores, nosotros tenemos ministerios; en cuatro años habrán desaparecido y tú habrás sido vicepresidenta ocho.

 

La otra perspectiva es más complicada de afrontar: asumir que se ha puesto al frente de un grupo parlamentario que en 2016 tenía 71 diputados, hasta mayo de este año 35, y ahora dirige uno que tiene 26. Asumir que ni siquiera la desaparición de Podemos le beneficiará en unas futuras elecciones. Que la izquierda en su conjunto, y especialmente la de las circunscripciones con menor representación, ha retrocedido a una posición subsidiaria y ha aceptado a Sánchez como el líder de todo el espacio político. Porque lo dicen las encuestas y porque nadie en la calle está diciendo lo contrario. Para el proyecto en su conjunto es aun peor, si tiene en cuenta una perspectiva de largo plazo, el hecho de que ha creado un espacio vacío a su izquierda y, sobre todo, un espacio de revuelta popular latente que difícilmente van a poder representar los actores que ahora mismo están en la partida. Incluso aunque esa revuelta latente no llegase, eso tampoco sería buena noticia para los actores que hoy concurren en Sumar.

 

Como ha experimentado Podemos casi desde su primera hora, el mayor riesgo para un partido es que el adversario consiga crear una imagen de ti que tú no controlas. El proyecto que hoy dirige Ione Belarra es objeto de burlas y críticas, de las más sofisticadas a las más repetitivas, sobre su cerrazón, sobre su falta de democracia interna, sobre su sectarismo y su mal humor. Para Sumar el riesgo es equivalente: el hecho de que se haya constituido desde el comienzo como un club privado de profesionales muy cualificados sitúa al proyecto de Díaz en una débil posición de salida, la de aspirantes a un cambio sin estridencias, sin tocar a los poderes reales del país ni molestar al socio alfa. Que solo se niega a negociar sus principios con los que considera por debajo. Un PSOE en miniatura, con buena prensa y cómodo en un papel secundario. Un partido chic con buenos discursos pero sin intención de provocar ningún desbordamiento democrático. Alejarse de la izquierda identitaria porque no suma podría tener cierto sentido, alejarse de las clases populares infrarrepresentadas para asumir un discurso aspiracional es una marcha sin frenos a la irrelevancia política: la experiencia europea está ahí para quien la quiera leer.

 

Porque, si volvemos a tomar la línea de tiempo, los problemas que dieron nacimiento a Podemos siguen golpeando la puerta. La militarización de la política mundial, la carestía de la vida, la emergencia climática y, como resumen de todo ello la desigualdad, no entendida como un fenómeno natural, sino como una consecuencia de las contradicciones del capital. Estos problemas no se solucionan con subidas de salarios y subsidios al transporte —aunque sean medidas que alivien— sino con una superación de la anomia, para lo que se requieren organizaciones y, más extensamente, comunidades y movimientos organizados para el conflicto. El error no es la propuesta de un cambio tranquilo y una política pública de las pequeñas cosas, sino que esa propuesta se da en un tiempo y un espacio geográfico determinado, amenazado por factores que pueden borrar cualquier logro en un periquete. Se llama austeridad, se llama recortes, se llama un corte limpio que saque a Sánchez de La Moncloa y a la izquierda tranquila de la ecuación. El Podemos de 2023 no va a ser la solución, pero tampoco es el problema. El Podemos de 2014 quizá no era la solución, pero es el síntoma de algo que no se ha resuelto.

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