PUTAS Y VIAGRA: LAS PARADOJAS DE
LA CORRUPCIÓN ESPAÑOLA
NERE BASABE
Me hallaba yo la otra mañana leyendo los Discursos sobre la primera década de Tito Livio de Nicolás Maquiavelo con una tertulia política madrugadora como ruido de fondo. Aunque menos conocidos, los Discorsi constituyen una obra tan importante o más que el pequeño tratado sobre ese Príncipe maquiavélico al que su autor debe la fama. En ellos nos habla de la gobernanza de la República, y de las virtudes de sus ciudadanos que son los valores que la sostienen y a los que la República debe su fortaleza. Mientras, la radio no paraba de lanzarme cual moscón insistente un nombre coloquial: el Tito Berni. Inmediatamente pensé que se trataba de Bernie Sanders, el político demócrata estadounidense, y me alerté: dada su edad, era posible que la noticia tratara de su fallecimiento, o que fuera a protagonizar una moción de censura. Como también mencionaban mucho al PSOE, cerré el libro para enterarme del último lucimiento internacional del presidente Sánchez. Pero los tiros no iban por ahí.
Pan y Circo es una
expresión peyorativa que ha llegado a nuestros días desde la pluma del poeta
satírico romano Juvenal, que denunciaba así, en plena decadencia de la
República, las prácticas clientelistas de los gobernantes y el desinterés por
los asuntos públicos de la ciudadanía. Pero como el precio del pan se ha puesto
por las nubes y la harina parece que se la guardan para esnifársela ellos
solos, nos han doblado la ración de espectáculo circense. Si el emperador
Cómodo bajaba a la arena para participar en la función de gladiadores, nuestros
políticos de ahora se contentan con mostrársenos en gayumbos. Pobre Tito Berni.
Aunque no falten
los payasos en la trama, hace tiempo que vengo viendo este espectáculo más como
un partido de tenis. Tanto para unos, tanto para los otros. Con mucha bronca,
eso sí, como un partido improbable entre McEnroe y Kyrgios. Se acelera la
cuenta atrás para la campaña electoral y los trapos sucios empiezan a hondear
cual estandartes de una lluvia providencial. Una alcadesa marbellí y senadora
del PP casada, qué faena, con el narcotráfico; una expresidenta del Parlamento
de Catalunya licitando mal y fraccionado a los amigos, un árbitro y un más que
un club, Camps y un Bigotes sin bigotes montando el circo en los juzgados que
ya solo se asemejan a Charlie Rivel subiéndose a una silla en sus últimos días;
un exministro del Interior al que esta vez no va a salvar ni su ángel de la
guardia y un presidente de la Audiencia Nacional que, si esto sigue así, se
tendrá que juzgar a sí mismo. Y ahora un caso Mediador, que la memoria es corta
pero la corrupción no se termina nunca.
El prestigioso
hispanista británico Paul Preston narraba en uno de sus últimos libros, Un
pueblo traicionado, la historia política de España de la Restauración a
nuestros días siguiendo el hilo de la corrupción y la incompetencia política,
asunto que le ocupó casi 800 páginas, porque había demasiada tela que cortar.
La primera paradoja de la corrupción española es que los escándalos ya no
tienen capacidad de escandalizar, de tan reiterados. Hasta al policía encargado
de poner nombres evocadores y políglotas a las operaciones de anticorrupción se
le ha agotado la imaginación, y tras la Gürtel, la Púnica o la Kitchen ahora
solo se le ha ocurrido lo de "Mediador".
Lo malo que tienen
las tramas de corrupción es que suelen ser difíciles de seguir para el
ciudadano medio, porque están llenas de mediadores, conseguidores,
comisionistas, empresas pantalla y offshore, adjudicaciones, Sicavs, cuentas en
paraísos fiscales y procesos judiciales que se alargan hasta la desmemoria, los
problemas de próstata de los acusados o la prescripción. La tangana del caso
Mediador, en cambio, a los que la acusación de pertenencia a banda criminal
organizada les viene grande, la entiende hasta tu primo. Y cuenta además con un
elemento insuperable, al menos mientras el ángel de la guardia de Díaz
Fernández no dé en exclusiva una entrevista en Sálvame: la bochornosa puesta en
escena que todos hemos podido ver. Y es que ya lo decía Maquiavelo: "Los
hombres, en general, juzgan más por los ojos que por las manos".
El florentino ya
había advertido a su Príncipe sobre la importancia de las apariencias y la
simulación: ante todo, hay que aparentar ser todo integridad a los ojos del
vulgo. Y estos incapaces, adictos a los selfies en paños menores, en antros
oscuros o en los pasillos del Congreso, con sus declaraciones esperpénticas (un
exdiputado muy afectivo que lo niega todo pero pide perdón, un general de la
Guardia Civil retirado rodeado de apodos obscenos, otro que recurre al manido
"no me consta"), no han sido capaces de seguir ni esa simple
consigna. La justicia los juzgará por sus delitos, pero el resto del país lo
hará por esas barrigas antiestéticas apretadas a los jóvenes cuerpos de esas
mujeres prostituidas y racializadas que no los desean.
Tal vez el famoso
Mediador, al que obviamente no es el remordimiento de conciencia lo que le ha
llevado a confesar, sea el único mago de la simulación en este vodevil: Marco
Antonio Navarro Taroconte que, pese a su nombre de patricio romano, tiene una
biografía que se reduce a seis expedientes de antecedentes penales que suman
condenas por más de diez años. Es un polidelicuente que lo mismo comete
falsificación documental que robo con violencia, abandono familiar o conduce
con el carnet retirado porque ha perdido todos los puntos. En vez de estar en
la cárcel o en la marginalidad, protagonizando el revival del cine quinqui,
Navarro Taroconte parece tener las habilidades necesarias para moverse bien en
los círculos del poder, entre empresarios y políticos. Aunque sea un poder de
periferia, entre ganaderos y queseros y un diputado gris al que nadie conocía,
que entró en la Cámara de rebote, sentado en las últimas gradas del Congreso y
que intervino solo tres veces en tres años. Antes ejerció como Director general
de Ganadería del Gobierno de Canarias, cargo en el que ahora le sustituye su
sobrino, porque seguro que no había nadie más capaz en todas las islas.
En El Reino, la
rotunda película sobre la corrupción de Rodrigo Sorogoyen, uno de los
protagonistas llamaba a los implicados "horteras" por tener cuentas
en Suiza o en Andorra. Aquí se utilizaba la cuenta de una humilde asociación
deportiva tinerfeña para desviar el dinero. Las cantidades de las mordidas que
se mencionan aquí y allá parecen ridículas, sobre todo si las comparas con lo
que ya cobra un representante de la nación. Maquiavelo podía recomendar medios
deshonestos para conseguir un fin, que no era otro que el poder. Pero aquí solo
somos espectadores de la impotencia más triste: cocaína para aguantar la fiesta
que el cuerpo no aguanta, tener que pagar por sexo, necesitar de un medicamento
como la viagra porque de otro modo el cuerpo no logra consumar ese sexo por el
que se ha pagado. Creerse el rey de una charca de lodo.
Son demasiadas
décadas de herencia en la que un pueblo, que vio cómo sus familiares morían por
ideales políticos para nada, juró como Escarlata O’Hara que jamás volvería a
pasar hambre, mientras otra minoría aprendía que los negocios se hacían así, en
el compadreo nocturno de palmaditas masculinas en la espalda a los poderes
públicos, porque la ley era solo para los que perdieron la guerra. Quienes se
burlan o alarman porque el buenismo ecologista, feminista, el lenguaje
inclusivo o la libre elección de género va a acabar con los pilares de este
país, lo hacen porque saben que los verdaderos cimientos de este país siempre
han sido el puro, la copa de balón de Soberano, las señoritas de cortesía, la
misa y la querida, el dinero en un sobre bajo la mesa sobre la que se celebra
una gran mariscada.
Seguro que el Tito
Bernie habría votado, con su partido, a favor de la abolición de la
prostitución, como lo haría sobre los confinamientos y toques de queda que
luego se saltaba. Como decía el Gatopardo, todo tiene que cambiar para que nada
cambie. Sabemos que toda esa mugre está siempre ahí, bajo la alfombra, y que
partidos, policías, medios de comunicación y jueces solo encienden el
ventilador cuando interesa.
Ni lealtad, ni
disciplina, ni justicia, ni prudencia ni valentía, esas virtudes que Maquiavelo
destacaba como indispensables para la buena salud de la República. Ya lo venía
advirtiendo Rousseau desde el siglo XVIII: "Los antiguos políticos
hablaban incesantemente de costumbres y virtudes; los nuestros solo hablan de comercio
y de dinero". Y ni siquiera saben para qué lo quieren: para colgar un
cuadro de Miró sobre el retrete. Para adquirir viagra en el mercado negro,
porque pese a todo, nada pueden. Para guardarlo en cajas de zapatos hasta que
llegue el fin del mundo y utilizarlo entonces de papel higiénico, porque de
nada les valdrá ya.
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