'ABC' DICE QUE EL TESTAMENTO POLÍTICO
DE FRANCO ES UN FRAUDE
ANÍBAL MALVAR
El dictador Francisco Franco.
Nuestros fachas de toda la vida siempre se incomodan cuando los nuevos periódicos sacamos cosas de Franco y del franquismo, fosas comunes, documentos criminales, hitleniarismos y otras cruentas lindezas. Por auscultar nuestra triste y vergonzante historia, nos acusan de reabrir heridas, de dividir a los españoles y de antipatriotas por antonomasia. No se enteran de que, muchas veces, estos reportajes sepia son lo más leído y lo más perdurable de nuestros panfletillos. Por una simple razón: durante varias generaciones, incluida la de los pos-millenials, o como se les llame ahora, a los españoles se nos ha arrebatado la historia de España, no se estudia en las escuelas, no se debate en los foros televisivos, y se deja su exégesis en manos de intelectuales como Bertín Osborne o Mario Vaquerizo. La gente lee con interés sobre el franquismo, o sobre el juancarlismo, porque hasta hace muy pocos años nadie escribía cosas verdaderas sobre nuestras dinastías fascistas. Las cosas del franquismo y el juancarlismo son exclusivas periodísticas de rabiosa actualidad escritas con cincuenta años de retraso. Periodismo de inmanencia, más que de inminencia.
Este virus de la
indagación en el franquismo por parte de la prensa se ha llegado a convertir en
contagioso, y hoy el ABC nos desvela que incluso el testamento político de
Franco es un fraude. Lo documenta el historiador Guillermo Gortázar, ex del PCE
y más tarde diputado del PP (qué cosas), que adelanta en el torcuatiano diario
la tesis de su libro El secreto de Franco.
Según nos cuenta
Gortázar (no confundir con el de los gronopios), fue un propio, el arquitecto
Javier Carvajal, quien redactó esas líneas, que después el caudillo, en su
agonía, transcribiría de su puño y letra con gran esfuerzo.
"No me puedo
dormir. Este hombre se va a ir sin dejar nada escrito. No puede ser. Tenemos
que hacer algo", le decía el arquitecto a su santa esposa.
Antes de hacérselo
llegar al caudillo, el arquitecto pidió la opinión de su cuñado. ¿Qué mejor
asesor para un fascista que cualquier cuñado? "José-Guillermo desaconsejó
a su cuñado y amigo que escribiera un texto largo, clásico, a la romana pues no
sería creíble ni por la erudición ni por el carácter de Franco", escribe
Gortázar.
O sea, que había
que escribir un texto algo paleto y sin esdrújulas, no fuera a ser que alguien
del futuro pudiera maliciar que ese testamento político no había salido del
puño y letra del iletrado dictador, cuyas faltas de ortografía también duermen
asesinadas en las cunetas de la RAE.
"Resulta
notable que un arquitecto, sin experiencia política, fuera capaz de dar con una
redacción tan afinada teniendo en cuenta que Javier Carvajal no era un
escribidor, un periodista, un escritor negro con experiencia", continúa el
historiador, para concluir: "El manuscrito, de puño y letra del Caudillo,
apareció en la prensa poco después para demostrar que lo había redactado el
general Franco en sus últimos días de capacidad política e intelectual. El
testamento político de Franco sorprendió e influyó en el conjunto de la clase
política franquista y en el Ejército".
Somos un país
construido sobre mentiras, y por eso la corrupción campa a sus largas, a sus
anchas y en todas las geometrías, cual cruz gamada. Ya dejó dicho Machado que
la pistola más mortífera del fascismo no lleva balas, sino mentiras.
Ilustra ABC su
reportaje con una amable viñeta de Rodrigo Parrado, que nos pinta a un Franco
abuelete, en bata, inofensivo pluma en mano... Salvo que fueran la misma mano y
la misma pluma que firmaban todo el rato sentencias de muerte, por ponernos a
malpensar.
Pero no seamos
malpensados.
Por suerte, no es
cierto que la historia la escriban siempre los vencedores. La escriben los
poetas, perdedores por definición. Y la escribe, sobre todo, el tiempo. Lo que
pasa es que a nosotros, a los españoles, el tiempo siempre nos alcanza muy
tarde. Porque somos como Franco: ágrafos y mentidores. Y la Verdad solo nos
visita cincuenta años después de nuestro entierro.
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