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lunes, 6 de marzo de 2023

PUTAS Y VIAGRA: LAS PARADOJAS DE LA CORRUPCIÓN ESPAÑOLA

 

PUTAS Y VIAGRA: LAS PARADOJAS DE 

LA CORRUPCIÓN ESPAÑOLA

NERE BASABE

Me hallaba yo la otra mañana leyendo los Discursos sobre la primera década de Tito Livio de Nicolás Maquiavelo con una tertulia política madrugadora como ruido de fondo. Aunque menos conocidos, los Discorsi constituyen una obra tan importante o más que el pequeño tratado sobre ese Príncipe maquiavélico al que su autor debe la fama. En ellos nos habla de la gobernanza de la República, y de las virtudes de sus ciudadanos que son los valores que la sostienen y a los que la República debe su fortaleza. Mientras, la radio no paraba de lanzarme cual moscón insistente un nombre coloquial: el Tito Berni. Inmediatamente pensé que se trataba de Bernie Sanders, el político demócrata estadounidense, y me alerté: dada su edad, era posible que la noticia tratara de su fallecimiento, o que fuera a protagonizar una moción de censura. Como también mencionaban mucho al PSOE, cerré el libro para enterarme del último lucimiento internacional del presidente Sánchez. Pero los tiros no iban por ahí.

 

Pan y Circo es una expresión peyorativa que ha llegado a nuestros días desde la pluma del poeta satírico romano Juvenal, que denunciaba así, en plena decadencia de la República, las prácticas clientelistas de los gobernantes y el desinterés por los asuntos públicos de la ciudadanía. Pero como el precio del pan se ha puesto por las nubes y la harina parece que se la guardan para esnifársela ellos solos, nos han doblado la ración de espectáculo circense. Si el emperador Cómodo bajaba a la arena para participar en la función de gladiadores, nuestros políticos de ahora se contentan con mostrársenos en gayumbos. Pobre Tito Berni.

 

Aunque no falten los payasos en la trama, hace tiempo que vengo viendo este espectáculo más como un partido de tenis. Tanto para unos, tanto para los otros. Con mucha bronca, eso sí, como un partido improbable entre McEnroe y Kyrgios. Se acelera la cuenta atrás para la campaña electoral y los trapos sucios empiezan a hondear cual estandartes de una lluvia providencial. Una alcadesa marbellí y senadora del PP casada, qué faena, con el narcotráfico; una expresidenta del Parlamento de Catalunya licitando mal y fraccionado a los amigos, un árbitro y un más que un club, Camps y un Bigotes sin bigotes montando el circo en los juzgados que ya solo se asemejan a Charlie Rivel subiéndose a una silla en sus últimos días; un exministro del Interior al que esta vez no va a salvar ni su ángel de la guardia y un presidente de la Audiencia Nacional que, si esto sigue así, se tendrá que juzgar a sí mismo. Y ahora un caso Mediador, que la memoria es corta pero la corrupción no se termina nunca.

 

El prestigioso hispanista británico Paul Preston narraba en uno de sus últimos libros, Un pueblo traicionado, la historia política de España de la Restauración a nuestros días siguiendo el hilo de la corrupción y la incompetencia política, asunto que le ocupó casi 800 páginas, porque había demasiada tela que cortar. La primera paradoja de la corrupción española es que los escándalos ya no tienen capacidad de escandalizar, de tan reiterados. Hasta al policía encargado de poner nombres evocadores y políglotas a las operaciones de anticorrupción se le ha agotado la imaginación, y tras la Gürtel, la Púnica o la Kitchen ahora solo se le ha ocurrido lo de "Mediador".

 

Lo malo que tienen las tramas de corrupción es que suelen ser difíciles de seguir para el ciudadano medio, porque están llenas de mediadores, conseguidores, comisionistas, empresas pantalla y offshore, adjudicaciones, Sicavs, cuentas en paraísos fiscales y procesos judiciales que se alargan hasta la desmemoria, los problemas de próstata de los acusados o la prescripción. La tangana del caso Mediador, en cambio, a los que la acusación de pertenencia a banda criminal organizada les viene grande, la entiende hasta tu primo. Y cuenta además con un elemento insuperable, al menos mientras el ángel de la guardia de Díaz Fernández no dé en exclusiva una entrevista en Sálvame: la bochornosa puesta en escena que todos hemos podido ver. Y es que ya lo decía Maquiavelo: "Los hombres, en general, juzgan más por los ojos que por las manos".

 

 

 

El florentino ya había advertido a su Príncipe sobre la importancia de las apariencias y la simulación: ante todo, hay que aparentar ser todo integridad a los ojos del vulgo. Y estos incapaces, adictos a los selfies en paños menores, en antros oscuros o en los pasillos del Congreso, con sus declaraciones esperpénticas (un exdiputado muy afectivo que lo niega todo pero pide perdón, un general de la Guardia Civil retirado rodeado de apodos obscenos, otro que recurre al manido "no me consta"), no han sido capaces de seguir ni esa simple consigna. La justicia los juzgará por sus delitos, pero el resto del país lo hará por esas barrigas antiestéticas apretadas a los jóvenes cuerpos de esas mujeres prostituidas y racializadas que no los desean.

 

Tal vez el famoso Mediador, al que obviamente no es el remordimiento de conciencia lo que le ha llevado a confesar, sea el único mago de la simulación en este vodevil: Marco Antonio Navarro Taroconte que, pese a su nombre de patricio romano, tiene una biografía que se reduce a seis expedientes de antecedentes penales que suman condenas por más de diez años. Es un polidelicuente que lo mismo comete falsificación documental que robo con violencia, abandono familiar o conduce con el carnet retirado porque ha perdido todos los puntos. En vez de estar en la cárcel o en la marginalidad, protagonizando el revival del cine quinqui, Navarro Taroconte parece tener las habilidades necesarias para moverse bien en los círculos del poder, entre empresarios y políticos. Aunque sea un poder de periferia, entre ganaderos y queseros y un diputado gris al que nadie conocía, que entró en la Cámara de rebote, sentado en las últimas gradas del Congreso y que intervino solo tres veces en tres años. Antes ejerció como Director general de Ganadería del Gobierno de Canarias, cargo en el que ahora le sustituye su sobrino, porque seguro que no había nadie más capaz en todas las islas.

 

En El Reino, la rotunda película sobre la corrupción de Rodrigo Sorogoyen, uno de los protagonistas llamaba a los implicados "horteras" por tener cuentas en Suiza o en Andorra. Aquí se utilizaba la cuenta de una humilde asociación deportiva tinerfeña para desviar el dinero. Las cantidades de las mordidas que se mencionan aquí y allá parecen ridículas, sobre todo si las comparas con lo que ya cobra un representante de la nación. Maquiavelo podía recomendar medios deshonestos para conseguir un fin, que no era otro que el poder. Pero aquí solo somos espectadores de la impotencia más triste: cocaína para aguantar la fiesta que el cuerpo no aguanta, tener que pagar por sexo, necesitar de un medicamento como la viagra porque de otro modo el cuerpo no logra consumar ese sexo por el que se ha pagado. Creerse el rey de una charca de lodo.

 

Son demasiadas décadas de herencia en la que un pueblo, que vio cómo sus familiares morían por ideales políticos para nada, juró como Escarlata O’Hara que jamás volvería a pasar hambre, mientras otra minoría aprendía que los negocios se hacían así, en el compadreo nocturno de palmaditas masculinas en la espalda a los poderes públicos, porque la ley era solo para los que perdieron la guerra. Quienes se burlan o alarman porque el buenismo ecologista, feminista, el lenguaje inclusivo o la libre elección de género va a acabar con los pilares de este país, lo hacen porque saben que los verdaderos cimientos de este país siempre han sido el puro, la copa de balón de Soberano, las señoritas de cortesía, la misa y la querida, el dinero en un sobre bajo la mesa sobre la que se celebra una gran mariscada.

 

Seguro que el Tito Bernie habría votado, con su partido, a favor de la abolición de la prostitución, como lo haría sobre los confinamientos y toques de queda que luego se saltaba. Como decía el Gatopardo, todo tiene que cambiar para que nada cambie. Sabemos que toda esa mugre está siempre ahí, bajo la alfombra, y que partidos, policías, medios de comunicación y jueces solo encienden el ventilador cuando interesa.

 

Ni lealtad, ni disciplina, ni justicia, ni prudencia ni valentía, esas virtudes que Maquiavelo destacaba como indispensables para la buena salud de la República. Ya lo venía advirtiendo Rousseau desde el siglo XVIII: "Los antiguos políticos hablaban incesantemente de costumbres y virtudes; los nuestros solo hablan de comercio y de dinero". Y ni siquiera saben para qué lo quieren: para colgar un cuadro de Miró sobre el retrete. Para adquirir viagra en el mercado negro, porque pese a todo, nada pueden. Para guardarlo en cajas de zapatos hasta que llegue el fin del mundo y utilizarlo entonces de papel higiénico, porque de nada les valdrá ya.

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