DE OHIO A FERROVIAL: LA CODICIA DE UNOS POCOS DOMINA EL MUNDO Y LO
DESTROZA
PUBLICO
Imagen del tren
descarrilado en Ohio, Estados Unidos.-
Casi no pasa un día sin que se conozca una nueva noticia que muestre la codicia de los poderosos que dominan el planeta y sus efectos. Hace unos días se supo del accidente ferroviario que ha provocado un vertido de productos muy tóxicos en el estado de Ohio, en Estados Unidos.
A pesar de que las autoridades están tratando de que apenas se hable de ello, todo indica que fue la codicia de las empresas ferroviarias la causa última del descarrilamiento pues, buscando tan solo el máximo beneficio, han impuesto durante años una reducción constante de costes que hace que el estado de los trenes sea pésimo.
El diario The Washington
Post informó hace unos días que el director ejecutivo de Norfolk Southern, la
empresa propietaria del tren descarrilado, se acababa de reunir con el
secretario de Transporte, Pete Buttigieg, justamente para evitar que se
aprobase una normativa que obligaría a que en cada tren haya dos conductores y
no uno solo, como una mejor forma de evitar los descarrilamientos. También se
ha sabido que la industria del ferrocarril logró evitar hace poco que se
aprobase otra norma que obligaba a revisar los sistemas de frenado de la era de
la guerra civil que perviven en Estados Unidos. Igualmente, las compañías
ferroviarias habían evitado que se las obligase a informar del contenido
peligroso de sus transportes. De hecho, el tren que provocó una enorme bola de
fuego al descarrilar no estaba regulado como un "tren inflamable de alto
riesgo". Y, en diciembre pasado, también lograron que no se aprobara que
los ferroviarios dispongan de hasta siete días anuales de baja por enfermedad
pagada.
Casi al mismo
tiempo y mientras la inflación amenaza a todas las economías, se ha sabido que
las siete mayores empresas petroleras del mundo han obtenido 226.340 millones
de dólares de beneficio en 2022, el doble que el año anterior y una cifra
equivalente al PIB de los 54 países con menos ingreso del planeta. Un registro
récord que obtienen mientras que miles de empresas tienen que hacer frente a
subidas del precio de la energía que amenaza incluso su subsistencia.
Algo, en todo caso,
que no es exclusivo de esa industria, aunque en ella se trate de cifras
especialmente elevadas. Los márgenes y beneficios empresariales están alcanzado
registros récord y a veces los más elevados de la historia en la práctica
totalidad de las economías más avanzadas.
En Estados Unidos,
un reciente estudio del Banco de la Reserva Federal de Kansas City, además de
otros diferentes, ha mostrado que "las empresas aumentaron los márgenes
durante 2021 en previsión de futuras presiones de costos, lo que contribuyó
sustancialmente a la inflación". Mientras que esta ha estado dañando al
conjunto de la economía, a miles de pequeñas y medianas empresas y a los
hogares, los márgenes de beneficios de las más grandes han sido allí los más
elevados desde 1950.
En España, sendos
estudios de Comisiones Obreras y UGT han mostrado lo mismo. Según CCOO, la
inflación subyacente (sin energía ni productos alimenticios elaborados)
"se dispara por la. subida de los márgenes empresariales" y, según la
Unión General de Trabajadores, "es la dinámica especulativa de las
empresas, especialmente las más grandes, la principal causante de la inflación
de segunda ronda, trasladando el incremento de costes energéticos al precio
final de venta de los productos y aprovechando la situación para acrecentar sus
márgenes de beneficio".
Las grandes
empresas del Ibex35 han tenido en 2022 el segundo año consecutivo de beneficios
récord, creciendo siete veces más que los salarios, según el Banco de España.
El de las tres mayores empresas eléctricas (Iberdrola, Endesa y Naturgy) ha
crecido un 30,5 por ciento respecto a 2021.
Los cinco grandes
bancos españoles -Santander, BBVA, CaixaBank, Sabadell, Bankinter y Unicaja-
obtuvieron en 2022 un beneficio conjunto, también récord, de 20.850 millones de
euros, lo que supone un 28% más que el de 2021. En este último año
extraordinario, la banca española redujo su plantilla en 5.800 trabajadores y
cerró 1.300 oficinas.
Según un comunicado
reciente de la Economía del Bien Común en España, el número de personas que
reciben una remuneración de más de un millón de euros al año en el sector
bancario aumentó de 1.383 en 2020 a 1.957.
Las empresas que
están registrando estos beneficios nunca antes alcanzados (no todas las
empresas de la economía, ni mucho menos) lo logran, aprovechando en su favor la
coyuntura inflacionaria, porque forman oligopolios y disponen de poder de
mercado para subir sus precios y márgenes sin perder ingresos. Son beneficios
extraordinarios en el sentido estricto del término.
Sus dirigentes
beben de ese manantial mientras reclaman moderación salarial a sus empleados:
los 18 presidentes y consejeros delegados de la gran banca y las cuatro
principales compañías eléctricas y gasistas del Íbex35 se embolsaron en 2022
más de ochenta millones de euros en salarios, pensiones y otros complementos,
según informaba el jueves pasado este diario.
Son ellos (sólo hay
dos mujeres) quienes lideran la oposición al establecimiento de impuestos, ni
siquiera proporcionales a la magnitud de sus ganancias, que permitan repartir
más equitativamente los costes de la crisis. Los banqueros incluso van más
allá, como denuncia el comunicado de Economía del Bien Común, y presionan en
Bruselas para que el sector de las finanzas quede excluido de la obligación que
una nueva Directiva trata de establecer para vincular la remuneración de los
directivos al desempeño sostenible de sus empresas.
En todo este
contexto, la codicia capitalista tiene su expresión más genuina en el puñado no
muy grande de fondos de inversión que avanza sin descanso para quedarse con
todo. Uno solo de ellos, el más grande (Blackrock), maneja alrededor de 10
billones de dólares, prácticamente el 10% del PIB mundial y unas nueve veces
más que el de España. Y entre los diez mayores controlan el equivalente a la
mitad de la economía mundial y algo más del 40% de las acciones de todas las
empresas que cotizan en bolsa en el mundo. Son los verdaderos dueños del mundo.
Cientos de empresas
españolas, como las de fuera de nuestras fronteras, viven literalmente
pendientes de que pueda caer sobre ellas, como una espada de Damocles, la
inversión de uno de esos fondos que ya se han hecho dueños de una gran parte de
los sectores productivos. Una inversión "de buitre", especulativa, de
alto riesgo para que sea rentable, y que nada más llegar desnaturaliza los
negocios y acaba con lo que habían sido hasta entonces. Cuando uno de esos
fondos adquiere todo o parte de una residencia de ancianos o estudiantes, una
inmobiliaria, un hotel, un hospital, una finca rústica o una ganadería, un
centro de enseñanza, o cualquier comercio que ha alcanzado cierto éxito de
éxito y ventas, no lo hace para mejorar su gestión productiva, su desarrollo
como el negocio que era, sino para exprimirlo y aumentar tan sólo su valor
financiero, para volver a venderlo, o para generar deuda con la que luego
especula. Es pura codicia, pues no se trata de crear más bienes y servicios
para satisfacer mejor las necesidades, sino de especular con simple papel y con
el único fin de ir añadiendo ceros a las cifras de beneficios.
Es la misma codicia
que debe haber llevado a los propietarios de Ferrovial a tomar la decisión de
domiciliarse en Holanda para gozar de la condición de paraíso fiscal de facto
que tiene ese país. Debe parecerles ya poco el Estado y el dinero de los
españoles de los que su empresa ha vivido siempre en condiciones y con
privilegios que deberían avergonzar a cualquier empresario honesto, como los
conseguidas al construir las autopistas radiales o al haber estado 25 años
concertándose con otras empresas para alterar la competencia frente a las
licitaciones públicas, razón por la que Ferrovial fue multada (aunque, por
cierto, muy generosamente) por la Comisión Nacional de los Mercados y la
Competencia.
Me temo que la
insaciable codicia de los capitalistas de nuestros días los ha llevado a
padecer el mismo mal que Eresictón, el rey de Tesalia, a quien el dios Deméter
condenó a tener hambre eterna. Cuanto más comía, más alimento necesitaba y
murió comiéndose a sí mismo. Terminarán igual.
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