ALEGORÍA DE LA CAVERNA DE CARMEN CALVO
Las
posiciones ideológicas de la exvicepresidenta alimentan la incomprensión y
apuntalan la falta de empatía neoliberal, haciendo que las violencias se
disparen
CARLOS GARCÍA DE LA VEGA
Escena de la ópera 'Aquiles
en Esciros' representada
en el Teatro Real de Madrid.
El otro día, saliendo del Teatro Real después de una función de Achille in Schiro de Francesco Corselli, ambientada por la directora de escena Mariame Clément en una extraña caverna, me tocó coincidir con Carmen Calvo en el pequeño apelotonamiento de la salida. Estaba muy ufana y dicharachera. Mi primer impulso fue increparle, pero inmediatamente pensé que eso sería ponerme a su nivel. Aun así, sopesé, porque su presencia me quemaba, intentar hacerle ver, con toda la educación de la que fuese capaz, que su discurso transodiante era, no solo un atentado contra los derechos humanos impropio de alguien que se hace llamar socialista, sino una alineación directa con las doctrinas de la ultraderecha mundial. A continuación, pensé que quién era yo para abordar a esa mujer en un momento de ocio y que mejor escribiría esta columna.
Estoy estos días
leyendo el libro The Transgender Issue de Shon Faye (Blackie Books, 2022) y
resulta a la vez aterrador y un alivio que todas las matracas apocalípticas que
de un tiempo a esta parte tenemos que soportar de todas las mujeres tránsfobas,
de los medios de comunicación sensacionalistas de nuestro país, en las que las
infancias trans son el producto de un adoctrinamiento y los procesos de
transición un fraude para obtener no se sabe qué beneficios, responden a un
único y, por lo visto, manoseado guion que en el Reino Unido lleva
representándose por lo menos diez años. Las personas que han trocado su
personalidad pública por la del desprecio a un colectivo vulnerable ni siquiera
son originales, ni siquiera tienen argumentos propios, solo repiten soflamas
escritas por alguien muy manipulador desde una caverna ideológica hace ya
bastante tiempo.
Mientras Carmen
Calvo se reía después del Corselli, parecía ser totalmente ajena a que, como en
la alegoría de la caverna de Platón, pero en retroproyección, su posición
pública de los últimos meses ha sido la sombra aprehensible que ha dado alas a
un insoportable repunte de la transfobia en la realidad, fuera de su caverna
mediática y de poder. Carmen Calvo parece no darse cuenta de que su transfobia
no es simplemente una posición coreografiada para el teatrito malo que montan
cada lunes en Hora 25 Margallo, Iglesias y ella. Que sus posiciones alimentan
la incomprensión y apuntalan la falta de empatía neoliberal, haciendo que las
violencias se disparen. No parecía darse cuenta de que, como figura pública, lo
que lleva meses soltando por la boca tiene su correlato en los estados de
opinión y, por lo tanto, en el bienestar de las personas trans.
El día 7 de marzo,
un día antes del Día Internacional de la Mujer, Carmen Calvo se sentó en la
misma mesa que Rocío Monasterio en el Ateneo de Madrid en un evento llamado
“Mujeres líderes en la política”. La misma Monasterio que ha conseguido picar
lo suficiente a Isabel Díaz Ayuso como para que esta amague con derogar la Ley
Trans de la Comunidad de Madrid en la próxima legislatura. Las compañías con
las que comparte discurso la retratan y ha acabado alineada con doctrinas
ultracatólicas por el mero hecho de disputar a Podemos la hegemonía en el
feminismo. O le ciega el odio o el ansia de un poder que seguramente no vaya a
volver a tener. Aunque quién sabe, nadie esperaba que, después de su nefasto
papel como ministra de Cultura, Pedro Sánchez le ofreciera la oportunidad de
convertirse en el Gallardón del PSOE. Su última boutade ha sido decir que el
feminismo y el movimiento LGTBIQ+ no deben ir de la mano, que son cosas distintas.
Está tan cegada por el odio que no se da cuenta de que el enemigo común es el
patriarcado. Que siempre lo ha sido y que así lo está demostrando recortando
derechos de mujeres y personas queer en Estados Unidos.
Desde el 28 de
febrero la Ley Trans es Ley, la 4/2023. Me hubiese gustado encontrarme a Irene
Montero para darle las gracias por dar la cara frente a una parte de nuestra
sociedad, el Consejo de ministros, parte del partido de coalición y la
oposición más ultramontana por la defensa de una ley que solo pretende
reconocer derechos, mientras los bulos y las interpretaciones esperpénticas y
saineteras de la misma no hacen más que multiplicarse. Me hubiese gustado
encontrarme a Irene Montero para decirle que lo que está soportando a nivel
personal por ser una de las ministras más decentes de nuestra democracia no
tiene nombre. Pero me encontré a Carmen Calvo y por educación, no por ganas,
preferí quedarme callado y reflexionar aquí en voz alta sobre la caverna moral
en la que se encuentra atrapada de un tiempo a esta parte.
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