LAS COLAS DEL HAMBRE
POR VICTOR ARROGANTE
Si hay algo que me produce ansiedad y provoca en mí un enojo exacerbado, son las imágenes de personas haciendo cola para recibir alimentos y productos de primera necesidad. Que eso ocurra en España a estas alturas de la historia, es una auténtica vergüenza, que NOS transporta a la posguerra, cuando tanta necesidad había y que sufrimos millones de personas.
En Madrid la crisis social sigue aumentando ante el rebrote de la emergencia alimentaria. Las colas del hambre, que se generaron durante el confinamiento ante la falta de ingresos de una gran parte de la ciudadanía, se han vuelto a incrementar en las últimas semanas. Esta situación recuerda el establecimiento de racionamientos y cupos durante el franquismo hasta 1959, cuando se aprobó el Plan de Estabilización que produjo que en los años sesenta comenzara el desarrollo, aunque persistió el atraso tecnológico, científico y educativo. No se como hemos podido sobrevivir.
Este artículo bien
podía haberse titulado Las colas de la muerte, si nos referimos al número tan
elevado de personas muertas en las residencias de mayores, que se están
convirtiendo en auténticos centros de exterminio, cuando son imprescindibles
para la sociedad y deberían consolidarse como un pilar social esencial del
Estado de bienestar. Los últimos datos ofrecidos muestran que 26.905 personas
con covid-19 o síntomas similares han fallecido, según los datos procedentes de
las comunidades autónomas. Esto significa que más del 46% de las muertes
notificadas oficialmente se ha producido entre mayores que vivían en
residencias de personas mayores.
La mayoría de las
defunciones se han producido en Madrid, Cataluña, Castilla y León y Castilla-La
Mancha. En el último caso conocido, diez ancianos han muerto en un mes por un
brote de coronavirus en la residencia Los Nogales Puerta de Hierro. Otro caso
es el de la residencia Vigor de Becerril de la Sierra, donde han muerto 11
mayores por coronavirus, que ha sido denunciada por presuntos delitos de
homicidio imprudente, lesiones y omisión de socorro. La comunidad donde hay más
expedientes penales abiertos es Madrid con 112. Desde que comenzó la pandemia,
las 710 residencias de la Comunidad suman 6.038 fallecidos, frente a un total
de 12.578 muertos.
No podemos
consentir que continúe la tragedia contra las personas mayores en las
residencias. Es necesario un mayor control y un incremento de la financiación
pública en los centros que realizan un servicio imprescindible para la
sociedad; y «si fuera posible» (que habría que hacerlo posible), que figuras políticas
como la de Isabel Díaz Ayuso, tuvieran prohibido la gestión de estos y otros
centros esenciales, que los convierten en fábricas de miseria, con sus colas de
la muerte.
Desde el inicio de
la pandemia, se ha multiplicado por diez el número de personas que acuden a los
repartos de comida. La falta de ingresos y de políticas eficaces y efectivas
del Gobierno, comunidades y ayuntamientos, se han convertido en las principales
causas del aumento de afectados. Como consecuencia de esta trágica situación, los
bancos de alimentos, centros sociales y asociaciones se han constituido en la
red fundamental que está consiguiendo auxiliar a los más vulnerables.
Hasta 1952, España
no empezó a recuperar los niveles de vida que tuvo en 1935. Estados Unidos,
valoró como muy positiva (ya lo había hecho Hitler), la situación
geoestratégica de la España atlántica, mediterránea y pirenaica y en su
beneficio, convinieron el pacto con la dictadura franquista y la instalación de
sus bases militares, que aquí siguen. Eran los años del hambre, del estraperlo,
de la escasez de los productos más necesarios, del racionamiento, de las
enfermedades contagiosas, de la falta de agua, de las restricciones eléctricas,
del empeoramiento de las condiciones laborales, del frío y los sabañones; de la
leche en polvo y del queso amarillo-naranja americano. Las cárceles abarrotadas
de presos políticos y en las cunetas fosas comunes, ciento cuarenta mil
desaparecidos en la guerra y la dictadura; que hay siguen.
En el informe
Diagnóstico Social de la crisis por covid-19, el Ayuntamiento de Madrid asegura
que la pandemia está creando una «expansión descomunal de nuevos vulnerables».
Nadie se libra: mujeres, familias con hijos, jóvenes menores de 35 años y
personas mayores de 65 años son los colectivos más golpeados por la crisis. Es
normal en una ciudad que ha visto como su tasa de paro crecía más de un tercio
hasta situarse en un preocupante 16,1%, según los últimos datos de la Encuesta
de Población Activa. Los datos son desoladores. Uno de cada tres hogares de la
ciudad se ha empobrecido durante 2020 debido a la crisis del coronavirus,
especialmente aquellos con menores a cargo y los de familias monoparentales
encabezadas por mujeres.
Desde que se
desencadenó la pandemia, allá por el mes de marzo del año pasado, las
asociaciones vecinales han actuado como una auténtica red solidaria para la
inmensa mayoría de las personas arrasadas por la crisis. Donde el Ayuntamiento
no llega, ahí están las asociaciones de vecinos, las organizaciones solidarias
de todo tipo, casi todas las ONG y los bancos de alimentos. Ellos han sostenido
a los más necesitados, aquellos que engrosan las llamadas colas del hambre. Al
Ayuntamiento le estamos solucionando la papeleta, explican desde la Asociación
de Vecinos de Aluche (AVA), uno de los barrios al sur de Madrid donde más ha
golpeado la crisis: «de los servicios sociales del Ayuntamiento aquí no sabemos
nada». La Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM)
asegura que la ayuda del Ayuntamiento es «lenta, insuficiente e ineficaz». Las
colas del hambre no dejan de crecer: Son los grandes olvidados, de los que
pocos se acuerdan y las instituciones públicas, casi nada.
En mi barrio,
durante mi infancia, en la calle Goya esquina Alcántara, se formaba la cola
desde las cuatro de la mañana y abrían a las nueve. Vendían un kilo de galletas
rotas por persona. Había colas para embarazadas y las que no lo estaban, lo
simulaban para conseguir más alimentos y esperar menos tiempo. La gente llevaba
sillas para que la espera fuera menos dura, cuando alguien intentaba colarse
había incluso violencia. Sus hijos esperaban la comida en casa.
La crisis económica
desatada por la pandemia está causando estragos en España. Se han destruido
622.600 empleos, la peor cifra desde 2013. El número de personas sin trabajo
asciende a 3.719.800. Los hogares con todos sus miembros en paro subieron a 1,2
millones en 2020. Cuatro millones de personas se han visto afectados por
regulaciones temporales de empleo, lo que significa que, a pesar de las ayudas
decretadas por el Gobierno, en muchos casos sus salarios se han visto reducidos
en un 50-80%.
La economía
franquista significó la profundidad y duración de la depresión durante los años
cuarenta. Para la mayor parte de los españoles fueron los años del hambre, del
estraperlo, de la escasez de los productos más necesarios, del racionamiento,
de las enfermedades, de la falta de agua, de los cortes en el suministro de
energía, del hundimiento de los salarios, del empeoramiento de las condiciones
laborales, del frío y los sabañones. Todo un desastre. La miseria se veía, se
vivía, se sentía y se sufría.
En Madrid ya se
habían dado episodios de hambre. En el verano de 1811 estalló una calamidad
jamás sospechada: ¡el hambre!, como lo llamó Ramón Mesonero Romanos, cronista y
concejal madrileño. Un capítulo negro de la historia madrileña: El hambre de
Madrid, título basado en el cuadro de José Aparicio; un encargo gubernamental
en referencia a este espantoso episodio. Después de cuatro años de guerra
encarnizada, las cosechas, escasas, eran robadas por unos y otros ejércitos, y
por las partidas de guerrilleros. Madrid aislada, por lo que sufría de un
abastecimiento insuficiente.
La posguerra fue
una época de mucho miedo y poco pan; la comida era un bien escaso que había que
racionalizar. Los más miserables iban a Legázpi a por los deshechos del mercado
de abastos. Si aquella busca salvó a mucha gente a morir de hambre, en los
últimos tiempos se ha puesto en evidencia una nueva categoría social: los
trabajadores pobres, que ha trastocado el concepto de pobreza, como
consecuencia de los bajos salarios y la baja la calidad de los empleos.
El hambre ha pasado
de ser un fenómeno colectivo, a convertirse en una tragedia individual y
familiar. No se trata solamente de las personas sin hogar, que han alcanzado el
nivel máximo de exclusión social y marginación en una sociedad moderna, sino
que cada vez haya más gente necesitada de.
La pandemia tiene
rostro humano. La de los que han enfermado, los fallecidos, y la de tantos que
se han empobrecido a causa del covid. El Ayuntamiento de Madrid ha constatado
la caída en la edad de los demandantes de ayuda social; de una edad de 71 años
a la actual de 41. También ha sido el año de la explosión de la solidaridad
ciudadana.
Por cierto y al
paso; la crisis de las vacunas contra el coronavirus, es una auténtica
vergüenza. No es que no crea en la efectividad de las vacunas, no soy
científico para valorarlo, pero la programación institucional es un desastre.
El Gobierno todavía dice que antes del verano estaremos inmunizados el 70% de
la población española. No se si es por una inocencia irreflexiva o por una
complicidad criminal con las farmacéuticas, que con su estrategia han aumentado
sus capitales en la Bolsa, mintiendo en su capacidad de fabricación y
suministro e incumpliendo compromisos contractuales.
De las colas del
hambre a las colas de la muerte por la crisis de la covid-19 inundan Madrid y
la España entera, que cualquier gobernante decente debería incluir entre sus
prioridades de acción
Víctor Arrogante
En Twitter
@caval100
No hay comentarios:
Publicar un comentario