DESAFUERO
Cuento
José Rivero Vivas
(Del libro: EL
LAURIMOR – Obra: C.10 (a.10)
- Cuento –
(ISBN
84-95657-25-7) Depósito Legal: TF:
233/2007 -
Editorial
Benchomo, Islas Canarias. (Año 2007).
Escritos en
diversas fechas -entre 1970-1991-, algunos salieron en prensa diaria y
revistas; unidos a otros, que continuaban inéditos, forman volumen completo.
Además de la carga social implícita en
ellos, existe asimismo fábula y fantasía, por donde se intenta escapar a la
cruda realidad ambiente, enmarcada en el entorno de las Islas.
Serie de personajes apegados al medio,
sumidos en circunstancias quizá adversas, extrañas a personal participación,
acaecidas sin propósito de escape ni dominio.
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Tenerife
Islas Canarias
Enero de 2021
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José Rivero Vivas
DESAFUERO
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Sí, pero el
poeta le robó su alma.
Comprendo, Sixto, mi inconsecuencia; pero no puedo evitar la tormenta que me sacude entero. Los celos me invadieron y fui torturado durante meses interminables. Su propia dádiva me parecía ficticia y, con su fingimiento, Arminda me desesperaba.
Entendí que no
era a mí a quien se entregaba. Su ardor y entusiasmo, su excitación y pasión me
parecían destinados a otro hombre, que sin duda era él, Dolindo, el poeta que
le dedicó aquellos versos, cuyo valor literario no entro a juzgar ni me importa
su delicada y singular belleza; sé que fueron lo bastante influyentes como para
raptarla ante mi vista, mi presencia, mi dedicación y devoción por ella.
Nunca más la
consideré mía. Arminda estaba conmigo y me era completamente ajena. Me la
arrebató aquel enclenque, de figura canija, escuálido y desmirriado Dolindo. Un
tipo desgarbado y como impreciso, más bien corto que de buena talla, y, sin
embargo, suelto de palabra, de evocación e imágenes; le dirigió aquellas
líneas, límpidas y pulidas, y se la apropió para siempre.
No, Sixto, no
tengo nada que reprocharle.
Arminda se
mantuvo fiel y siempre fue leal en nuestra relación. Una mujer estupenda,
exquisita, como decía Dolindo en su poesía, que no dudó un instante de cuál
debía ser su auténtica conducta en nuestro matrimonio.
Ignoro inclusive
si por su mente surcó un atisbo de atracción hacia Dolindo. No lo sé. No he
querido averiguarlo tampoco. Arminda suponía demasiado para mí como para andar
abrigando sospechas que me parecían indignas en cualquier evento.
De lo que sí
estoy seguro es del poder ejercido por la palabra de aquel hombre, que en
elevado lirismo le expresó la hondura de
su sentimiento y el amor que en su alma había despertado. Ello me confirma que
aquel mensaje trastocó el equilibrio de Arminda, se apoderó de su interior y
cautivó su espíritu.
A partir de ahí
empezó su melancolía. Estábamos juntos, en estrecha intimidad, y, de pronto,
advertía su ausencia, cual si etérea se volatilizara detrás de una propuesta,
considerada tal vez quimera, para quien en su seno latía con el fuego de un
volcán presto a erupcionar en el instante menos pensado. No obstante, se
mostraba cariñosa en el affaire, y melosa, cierta vez me dijo:
-Te amo, Evelio,
como a los mirtos, las azucenas, las dalias y los lirios.
Me extrañó su
expresión, pero continué enardecido gozando de sus caricias. Otro día,
disfrutando sereno el momento de placer supremo, me vino el recuerdo de sus
palabras llenas de aura poética.
Rechacé en el
lecho, salté alborotado y grité:
-¡Arminda, tú me
engañas!
-¿Qué dices,
Evelio? ¿Cómo osas insultarme?
-Perdona.
Me llené de
horror, que se trocó en odio azuzado por los celos. Mi vida se convirtió en
tortura y no fui ya capaz de serenarme y sosegar mi espíritu. Desbocado y
traspuesto, iba de un lado a otro de la ciudad, sin percibir su ambiente ni
disfrutar de su clima temperado.
Comenzaron mis
alucinaciones, y por todas partes la veía de brazo con Dolindo, el poeta,
acaramelados ambos, arrullándose en maravilloso zureo que terminaba en la
golosina de la recíproca succión de sus labios en la acción de un beso
interminable.
Oh, sufrimiento
cruel, insoportable dolor, tormento horroroso y flagelo inaguantable. Saltaba
de la cama, si reposaba, y en mitad de la noche me ponía a dar zancadas de un
lado a otro de la casa. La vivienda se había reducido para mis pasos, que daba
sin temor al ruido producido, aunque pudiera despertar a los vecinos de abajo,
a la propia Arminda durmiendo sosegada, ajena a la tortura que inconsciente
infligía a su marido.
Se me daba un
comino lo que ocurriera y pensaran las personas de mi entorno. Me sentía
señalado como hombre burlado por la mujer amada. Todo por culpa de aquel poeta,
Dolindo se firmaba, que se le ocurrió emitir su trova, inspirado en Arminda, mi
mujer, con lo cual perturbó su sentido y llegó a enamorarla.
¿Cómo fue
posible?, sé que te preguntarás, Sixto, pero no hay explicación.
¿Dónde estaba
yo, que no la acompañaba? ¿Se puede ser tan necio en la vida? ¿No comprendí que
dejarla sola era exponerla a la mirada apetitosa de quien la encontrara?
Inepto.
Temerario. Dislocado. Memo. Barato. Una mujer, aun sin ser de bandera, y
Arminda lo era, no puede abandonarse a su albedrío, a su libertad de movimiento
y acción. Son muchos los peligros que la acechan. Hay que mantenerla a
resguardo. Defenderla. Protegerla de las miradas capciosas de quien pasa, quien
la ve, la observa, la estudia, la aprecia y la proclama reina suya, ídolo
adorable y símbolo pleno de amor.
*
Hoy, al cabo de
los años, sentido todavía y averiado en mi razón, continúo, Sixto, exacerbado,
persiguiendo inquisitivo al hombre que fue el causante de la ruina de mi casa.
Consciente del
daño producido en mi ánimo y la desgracia provocada en mi hogar, no ceso de
mantener mi odio hacia él, Dolindo, el cual alimento en la relectura de su
composición destinada a Arminda, a quien encantó de modo increíble y cayó
hechizada bajo el influjo de su numen prodigioso.
No lo conozco,
Sixto, ni sé cuáles límites cabalga. Estoy seguro, no obstante, que en cuanto
lo oiga hablar, reconoceré su identidad a través del sentido de sus palabras.
Ese día me
lanzaré a él, lo cogeré por el cuello y apretaré hasta estrangular su garganta.
Aunque, no sé. Tal vez lo felicite por su magnífico acierto poético. Al fin y
al cabo, Arminda se mostró mucho más amante a raíz del poema que Dolindo le
enviara.
-¿Cómo era?
-No lo recuerdo.
-Pues es una
lástima.
Tuve que
destruirlo, porque mis celos, la inseguridad engendrada en mí mismo me llevó a
cometer el desafuero. Hoy sufro más, y peno, por haberme dejado arrastrar por
mis nervios, irracionalmente, de modo que no supe comportarme como el hombre
que debía ser, ni me conduje conforme dictaban las circunstancias.
-Pero, ¿y
Arminda? ¿Cómo lo tomaba?
-Era sincera.
Se enfadaba al
principio, con furor auténtico, pero se engañaba ella misma. Lo advertí
claramente el día que, besándome apasionada, oí que decía:
-Te amo y eres
mi dueño.
-Te muestras
cual odalisca.
-Gózame y
conviérteme en diosa emancipada.
Se había
olvidado de las flores y las plantas.
-¿Qué había de
mal en su entrega?
-Estábamos en
pleno apogeo.
-¿Respondía?
-Plenamente,
pero la notaba alejada, separada, ausente. Sin duda, el poeta le robó su alma.
Imagino que
Dolindo continuará preso de su deseo de ella. Es una mujer realmente atrayente,
como un tornado que al pasar absorbe lo que existe en derredor. Él sufre
también, y padece, por el amor de una mujer, que aun cuando pudiera
corresponderle en alma, le niega el sabor de oírla hablar.
Nunca le dijo sí, ni hizo jamás caso a su demanda.
Pero, no era ella, Arminda dejó de serlo desde que recibió el impacto de aquel
requiebro, nota finamente escrita en verso, que la enajenó para siempre.
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EL LAURIMOR
José Rivero Vivas
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(Del libro: EL LAURIMOR – Obra: C.10 (a.10) - Cuento –
(ISBN 84-95657-25-7)
Depósito Legal: TF: 233/2007 -
Editorial Benchomo, Islas Canarias. (Año 2007).
Escritos en diversas fechas -entre 1970-1991-, algunos salieron
en prensa diaria y revistas; unidos a otros, que continuaban inéditos, forman
volumen completo.
Además
de la carga social implícita en ellos, existe asimismo fábula y fantasía, por
donde se intenta escapar a la cruda realidad ambiente, enmarcada en el entorno
de las Islas.
Serie
de personajes apegados al medio, sumidos en circunstancias quizá adversas,
extrañas a personal participación, acaecidas sin propósito de escape ni
dominio.
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