SALVADOR ILLA SE COMPRA UN MÁSTER
ANÍBAL MALVAR
A Salvador Illa, nuestro facherío le apoda El Filósofo. Entre otras razones, supongo, porque es licenciado en Filosofía. Como no podría ser de otra forma, el mote es usado por la derecha con matiz peyorativo, cual si estudiar a Aristóteles o Heidegger fuera tara incapacitante para la función pública. Y quizá lo sea. Los títulos universitarios se compran en España, y el que estudia es que es un bobo, como Illa. Que se lo digan a Pablo Casado, cuyo máster en derecho en la desprestigiada Universidad Rey Juan Carlos fue supuestamente regalado, como sospechó durante la investigación el Tribunal Supremo, que se desligó de la acusación por prevaricación y cohecho "aunque pueda considerarse que de las actuaciones resultan indicios de que se ha dispensado un trato de favor al aforado". O sea, que presuntamente le regalaron el máster, y eso le da un lustre y esplendor intelectual que nuestra derecha patria valora enormemente. En negro, of course.
A Pablo Casado
nunca, nadie, podrá denigrarlo llamándole El Filósofo. En todo caso, El
Geógrafo. En marzo de 2019, ante el presidente de la ciudad autónoma
melillense, dio sobradas muestras de conocimiento del país al que aspira
gobernar, comunicándole a Juan José Imbroda
"el placer de estar en Melilla, el orgullo de la única ciudad
española y europea en este continente". Santiago Abascal inmediatamente se
colocó el yelmo para ir a reconquistar Ceuta y Canarias, pero la marquesa
Esperanza Aguirre lo disuadió recordándole que se había comprometido a decir
cosas nazis en su té de las cinco esa misma tarde.
El caso es que el
filósofo Salvador Illa se ha despojado del birrete y le ha robado el yelmo a
Abascal para lanzarse a reconquistar Catalunya para el PSC. Aun está intentando
bajarse la visera del yelmo sin tropezar con la gafapasta.
Con esta maniobra,
los medios derechistas y podemitas se han puesto muy nerviosos. Van dándose
cuenta de que, después de Felipe González, Pedro Sánchez se va erigiendo como
el líder más oportunista de nuestra no tan joven ni tan democrática democracia.
La salida de Illa del ministerio de sanidad para pelear la presidencia de la
Generalitat es antiestética, trilera y resultadista, según mi modesto entender.
Y hoy, muy a mi pesar, tengo que estar de acuerdo con todas las cabezas de
hidra de nuestra derecha mediática.
Con su infantilismo
bufandero habitual, el editorial de El Mundo del último día del 2020 lo
explicaba cristalino: "La mentira forma parte de la naturaleza del
sanchismo como el agua de la vida de los peces, y hasta ministros más o menos
dotados de seriedad escénica y cierta cultura institucional hace tiempo que han
sucumbido a los estándares morales de sus jefes".
Hasta hace nada,
Pedro Sánchez, el sacrificial Miquel Iceta y el propio filósofo negaron en
todos los portales de Caifás que se les pusieron a tiro la posibilidad de este
gambito de dama catalana. Así que la derecha está en su derecho, por una vez, a
patalear y vociferar como nos tiene acostumbrados.
Illa ha sustituido
la filosofía por el sofisma con esta aceptación, y eso lo empequeñece. Yo no sé si su gestión
con la pandemia ha sido buena, regular o nefasta, pues solo la ciencia y la
historia, cuya fermentación lleva su tiempo, podrán aclarárnoslo dentro de unos
años o décadas. Pero a pocos ministros de antaño y hogaño les hubiera dejado yo
la gestión de los anticuerpos de mis amigos, amantes, hermanos y madres. Y a
este, sí. Quizá por ignorancia.
¿Sus piernas? No se
las he visto.
Ella es recatada,
yo no soy muy listo
Que decía el viejo
poeta (facha, por cierto).
Ahora ya le hemos
visto las piernas a Salvador Illa. Y, como un piernas cualquiera, traicionando
a Miguel Hernández, va de mi corazón a sus asuntos, del virus a Catalunya, y ya
no se me merece el apodo de Filósofo. Él, también, acaba de comprar su máster.
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