GIBRALTAR, COMPÁS DE ESPERA
JUAN TORTOSA
Stephen Cumming, productor de televisión gibraltareño, tenía diez años cuando la dictadura franquista decidió cerrar la verja e incomunicar el Peñón del resto de la Bahía de Algeciras creyendo que así se aislaba y perjudicaba a sus habitantes. La realidad es que los más afectados resultaron ser las quince mil personas del Campo de Gibraltar que trabajaban en la Roca y que, tras ver destrozada su forma de vida, se vieron obligados a emigrar. La Línea de la Concepción perdió cuarenta mil habitantes, casi la mitad de su censo, y desde entonces no ha levantado cabeza.
En la Roca, la
generación de Cumming creció "tocada" por el cierre de la verja. La
de sus hijos un poco menos, porque la frontera volvió a abrirse cuando eran aún
muy pequeños. Su nieta de diez años apenas ha oído hablar ya de lo que fue
aquello y ahora su abuelo lo único que quiere es que la pequeña pueda crecer y
vivir sin experimentarlo nunca. Que el Brexit no acabe convirtiendo la zona en
una segunda edición de aquella tragedia es lo único que preocupa tanto a los
treinta y cinco mil gibraltareños como a los casi trescientos mil ciudadanos de
los nueve ayuntamientos que conforman la Mancomunidad de municipios del Campo
de Gibraltar.
Normalidad, relaciones
de buena vecindad, ausencia de tensiones. Eso es lo que han querido siempre en
una y otra parte y lo que ahora parece que llega, aunque prefieren esperar
antes de celebrar nada. Desean que el fantasma del Brexit duro desaparezca para
siempre pero como están escarmentados, hasta que no vean firmado el acuerdo
prefieren ser cautos. Estos seis meses de prórroga van a ser de auténtico
suspense. Piensan que Fabián Picardo, ministro principal de Gibraltar y Arancha
González Laya, ministraespañola de Asuntos Exteriores, lo están haciendo bien:
dejar aparcado lo más peliagudo, como la cuestión de la soberanía, eterno tabú,
y avanzar en todo lo que permita que la UE y el Reino Unido puedan firmar en
junio un primer acuerdo para cuatro años. Un valioso punto de encuentro, como
señaló Laya este sábado 16 en Informe Semanal de TVE, es que "los
gibraltareños votaron abrumadoramente en contra del Brexit y que sus vecinos
del Campo de Gibraltar son profundamente comunitarios".
Los partidos
gibraltareños en la oposición (el de Peter Caruana y el de la hija de sir Josua
Hassan) respaldan a la coalición de gobierno que preside el socialista Picardo
en su apuesta por lograr un acuerdo que acabe por fin con la maldita verja. El
acuerdo de la prosperidad compartida, lo quieren llamar. Que la guardia civil o
la policía nacional se ocupen del control en el puerto y el aeropuerto, por ahí
no están dispuestos a tragar, pero que, a través del Frontex, pueda ser alguien
de ciudadanía española quien lleve a cabo ese control entra dentro de lo
posible. El edificio en el aeropuerto para esa inspección está a medio
construir, tras el acuerdo al que se llegó en Córdoba con Moratinos en tiempos
de Zapatero (Septiembre de 2006). La parte española no se llegó a edificar
nunca porque apenas el PP llegó al poder lo paró en seco. García Margallo se
dedicó a resucitar trasnochadas beligerancias y llegó incluso a cerrar el
Instituto Cervantes, consiguiendo así hacer desaparecer de la colonia la única
bandera española que ondeaba en todo Gibraltar.
Los gibraltareños
más veteranos han vivido en sus carnes la hostilidad de la derecha española,
que no dudaba en excitar el fervor nacional utilizando el Peñón como coartada
cada vez que se veían en un apuro político. Desde que recurren a ETA para lo
mismo, a Gibraltar la han dejado más tranquila, pero ¿quién asegura, piensan
ellos, que cuando la derecha regrese al poder en España no volverán a las
andadas? Ese es su temor, quizás ahora atenuado porque el acuerdo a firmar
sería con toda la Unión Europea, no solo con España.
Desde el 31 de
diciembre se ha abierto una etapa incierta. Esperanzadora, pero incierta. Una
provisionalidad de seis meses que impide celebrar nada mientras que, como
decíamos, los acuerdos a los que se lleguen no queden reflejados en un papel y
estén firmados por todas las partes. En el impasse actual hay cosas que han
cambiado, algunas absurdas, como por ejemplo que a partir del uno de enero un
camión con productos alimenticios procedente de Barcelona puede entrar a
descargar en el Peñón sin problemas, a través de la Línea de la Concepción,
pero uno británico con la misma carga, no: ha de dirigirse a Algeciras,
embarcar allí y atravesar la bahía hasta recalar en el puerto de Gibraltar.
Si el acuerdo
facilita la vida de una y otra parte y acaba con sinsentidos como este, si
ayuda a normalizar la convivencia, si permite que el contencioso quede
aparcado, entonces el tiempo, piensan tanto Stephen como muchos de sus vecinos,
se iría ocupando de hacer el resto del trabajo. "Por la misma razón por la
que la generación de mi nieta no sabe lo que significó que nos cerraran la
verja, cuando ellos y sus descendientes lleven cuarenta, cincuenta, cien años
sin hablar de soberanía, el tabú de hoy acabará cayendo por su propio
peso."
Si el acuerdo finalmente
fuera posible y se anulara definitivamente la amenaza de un Brexit duro
estaríamos hablando de un éxito sin precedentes. Para todos, sin vencedores ni
vencidos, porque serán beneficios para todas las partes. El único vencedor
habrá sido el diálogo.
J.T.
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