NO SE PUEDE HACER MÁS LENTO
DAVID TORRES
Había un ilusionista argentino, René Lavand, que presentaba un truco de magia con un sexteto de naipes donde las figuras parecían cambiar delante de nuestros mismos ojos. "No se puede hacer más lento" decía, con una arrogancia ante su propia habilidad que incluso hacía olvidar la dificultad añadida de que era manco. "O quizá sí" añadía, "quizá sí se pueda". Y entonces repetía el truco con una parsimonia tan majestuosa que, en efecto, el espectador llegaba a pensar si aquel tipo no habría abolido varias leyes elementales de la Física. Murió hace cinco o seis años, pero volví a escuchar esa frase inconfundible en la cola de un banco, cuando uno de los que esperaban con paciencia infinita delante de la caja en que daban los cheques soltó con acento porteño: "No se puede hacer más lento".
La
prestidigitación, como su propia etimología indica, se basa en la rapidez del
mago al elaborar trucos y juegos de manos en los que da la impresión de que las
cosas aparecen y desaparecen ante nuestros ojos. Sin embargo, Lavand, al igual
que el perezoso, había elegido el camino contrario: el de la calma, la
pachorra, el sosiego de mostrar el milagro a cámara lenta. Es el mismo
procedimiento de lentitud a prueba de bombas que están empleando las diversas
administraciones en el plan de vacunación contra el covid, un "vísteme
despacio que llevo prisa", que por el momento está arrojando excelentes
resultados. Según los cálculos del Ministerio de Sanidad, entre mayo y junio ya
debería haber entre 15 y 20 millones de españoles vacunados, un oráculo
bastante difícil de cumplir teniendo en cuenta que, hasta el pasado sábado,
únicamente se habían inyectado el 13% de las vacunas previstas en Cataluña
mientras que en la Comunidad de Madrid la cifra descendía hasta el 6%. No se
puede hacer más lento.
O quizá sí, quizá
si se pueda. Porque, por si fuera poco, en Madrid acaban de suspender la
vacunación del personal sanitario "por falta de suministro", según
reza un comunicado, aunque lo que en realidad ocurre es que, tanto en Madrid
como en Andalucía, se han perdido miles de dosis de las vacunas de Pfizer por
la sencilla razón de que no se han utilizado las jeringuillas adecuadas. El
Ministerio de Sanidad emitió el pasado junio una circular advirtiendo a las
distintas comunidades de la necesidad de aprovisionarse de jeringas con espacio
muerto, para aprovechar cada dosis de vacuna al máximo, pero se ve que en
Andalucía y en Madrid iban a lo suyo. A René Lavand le faltaba una mano, sí,
pero los madrileños y andaluces vamos sin cabeza, lo cual es mucho más difícil.
Tampoco hay que
pasar por alto el barullo que se está formando en las colas de vacunación, no
muy distintas a las del banco, cuando algunos políticos se están saltando el
turno para recibir sus banderillas los primeros. El inefable Albert Rivera
apoya la medida de vacunar a los políticos antes que a nadie, para dar ejemplo
a la población y que estén disponibles las 24 horas del día, aunque nadie sabe
muy bien qué falta hará un político y menos aún qué falta hará Albert Rivera.
En cualquier caso, le honra que no haya incluido también en el grupo
prioritario a los cantamañanas. No menos ejemplar resulta la noticia de que
Urdangarín haya recibido su dosis correspondiente en el centro donde realiza
labores de voluntariado. Los términos "voluntariado" y
"Urdangarín" casan muy bien, casi tanto como "justicia" y
"borbón". En fin, nos las prometíamos muy felices pensando que hacia
finales de verano el grueso de la población ya estaría vacunado, pero la verdad
es que, al ritmo de tortuga que llevamos, seguiremos con la mascarilla puesta
durante los próximos años.
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