RITO FUNDACIONAL
EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO Y POETA.
Ninguna solución tecnológica puede resolver definitivamente los problemas de la alimentación, de la salud, del crecimiento demográfico, de la explotación de los recursos renovables o de la disgregación social, que es una de las consecuencias ineludibles del denominado desarrollo económico propuesto por el sistema neoliberal, que ante la presencia de un virus ha mostrado su miserabilidad en plenitud.
La tecnología es, por cierto, apta para llenar los vacíos, más no es apta para reconcebir el sistema en plena caída. La técnica, remedio parcial, también es un aspecto del derrumbe de una civilización, porque destruye el significado global del problema y porque no dispone de control propio.
Es pues, cada vez
más evidente, que ninguna medida tecnológica puede proteger nuestro medio
ambiente social y físico de los deterioros causados por la expansión
económica-financiera en el mundo, pero hasta los que se dan cuenta de esta
realidad siguen razonando a la inversa, por interés, avidez o automatismo
aplicado: se preguntan durante cuánto tiempo será posible mantener un cierto
índice de desarrollo, y me pregunto ¿qué desarrollo?, ¿quién impone criterio en
cuanto al significado y significante de desarrollo?, ¿el desarrollo es fuente
de toda dicha y alegría para nuestra especie? No logran liberarse de la vieja
tesis según la cual la expansión conduce al progreso, según la concepción
capitalista y el progreso es deseable; olvidan una sola cosa: que nuestra
sociedad es la única que se ha propuesto por finalidad de la existencia la
noción de progreso, en los términos degradantes que propone este sistema
escatológico.
No es más que una
entre miles de sociedades estudiadas y descritas por los etnólogos más
brillantes de todos los tiempos. Ella existe desde hace solo 200 años, mientras
que el hombre lleva, por lo menos, un millón de años en la Tierra: el
equivalente de dos días en la vida de un individuo de cincuenta años. Y bien,
todas las sociedades viables que conocimos y conocemos se opusieron de modo
sistemático a cualquier desviación peligrosa en el trato con el medio que los
cobijaba, cuidando de modo sensible sus rutinas de vida.
La gran
justificación del progreso y sus teóricos rentados es tender a suprimir los
diversos azotes de la humanidad: la pobreza, el desempleo, la enfermedad, la
indigencia, etcétera. Pues bien, es obvio que este horizonte de arribar a una
solución definitiva de nuestras carencias como especie, jamás se ha visto
cristalizado, ni está en vías de realizarse; priman los intereses de
multinacionales esclavizadoras que el neoliberalismo dictatorial impone cual
norma de sobrevida y las corporaciones mediáticas mercenarias publicitan de
modo patológico.
La pobreza es una
noción que nunca se ha definido con claridad. Es mucho más que la carencia de
bienes materiales. Es también un estado de ánimo, un estado de desmoralización
que las condiciones urbanas creadas por el denominado desarrollo, no hacen más
que agravar. Los denominados avances tecnológicos aplicados a la industria, a
la cultura ya cuanto acto que el hombre -ignorante de su destino- lleva a cabo,
no elimina la pobreza. Simplemente y dramáticamente la moderniza... otro tanto
sucede con el desempleo.
Aquí abordo un tema
de extrema urgencia, pues por fin podemos visualizar el desarrollo en ausencia
de todo sentido humanista, devenido en una cuestión de vida o muerte, imposible
hoy de frenar, ante la presencia de una pandemia que pareciera será endemia,
que deja en claro nuestra fragilidad como especie, que al mismo tiempo que
bienestar, procura malestar, porque las fuerzas de la libido que ella reprime
se acumula en forma explosiva.
No debemos vacilar
en aceptar el principio de un viraje radical en nuestra sociedad. Sin dudas,
tendremos que idear una sociedad descentralizada, organizada en comunidades más
bien pequeñas, capaces de autodirigirse, dotadas de la condición principal para
ser estables. Esa descentralización permitiría igualmente minimizar la presión
de la población humana sobre el medio ambiente. Por otra parte, es probable que
tales sociedades puedan satisfacerse con un consumo apreciablemente inferior de
recursos y de energía, lo cual reduciría en igual proporción la generación de
contaminantes... Deberíamos abocarnos en la tarea de proyectarnos en esta
transición para lograr conformar este tipo de sociedades, por y para todos.
Basta con abrir los
ojos para juzgar la extensión de los desastres ya consumados y los que las
fructuosas complicidades nos siguen preparando. Nunca se ha hablado tanto de
proteger a la naturaleza... nunca se ha hecho tanto por destruirla. Es
evidente: proyectos insensatos, desgastes innecesarios, parajes desfigurados,
inexorables mareas nauseabundas, de desechos y residuos, contaminaciones de
todo tipo, amenazas de todo género y la especulación financiera de corporaciones
criminales que asolan el planeta.
¿Se continuará
saqueando el planeta, rehusando aceptar que es barbarie mal camuflada de una
civilización cuyo frágil barniz se descascara al menor roce, o por el
contrario, vamos a aceptar entrar en una tercera fase de la historia de las
relaciones hombre-naturaleza, la de reconciliación?
Sin una filosofía
política que implique una idea del hombre y un cierto modelo de sociedad, la
acción política se paraliza. Pudiera ser que nuestra especie, con el hueco de
sus manos llenas de pertenencias irrisorias, se manifieste en acto milagroso de
vida, elegir el ser contra el tener.
(*) Filósofo y
poeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario