martes, 5 de enero de 2021

RITO FUNDACIONAL

 

RITO FUNDACIONAL

EDUARDO SANGUINETTI,

FILÓSOFO Y POETA.

Ninguna solución tecnológica puede resolver definitivamente los problemas de la alimentación, de la salud, del crecimiento demográfico, de la explotación de los recursos renovables o de la disgregación social, que es una de las consecuencias ineludibles del denominado desarrollo económico propuesto por el sistema neoliberal, que ante la presencia de un virus ha mostrado su miserabilidad en plenitud.

La tecnología es, por cierto, apta para llenar los vacíos, más no es apta para reconcebir el sistema en plena caída. La técnica, remedio parcial, también es un aspecto del derrumbe de una civilización, porque destruye el significado global del problema y porque no dispone de control propio.

 

Es pues, cada vez más evidente, que ninguna medida tecnológica puede proteger nuestro medio ambiente social y físico de los deterioros causados por la expansión económica-financiera en el mundo, pero hasta los que se dan cuenta de esta realidad siguen razonando a la inversa, por interés, avidez o automatismo aplicado: se preguntan durante cuánto tiempo será posible mantener un cierto índice de desarrollo, y me pregunto ¿qué desarrollo?, ¿quién impone criterio en cuanto al significado y significante de desarrollo?, ¿el desarrollo es fuente de toda dicha y alegría para nuestra especie? No logran liberarse de la vieja tesis según la cual la expansión conduce al progreso, según la concepción capitalista y el progreso es deseable; olvidan una sola cosa: que nuestra sociedad es la única que se ha propuesto por finalidad de la existencia la noción de progreso, en los términos degradantes que propone este sistema escatológico.

 

No es más que una entre miles de sociedades estudiadas y descritas por los etnólogos más brillantes de todos los tiempos. Ella existe desde hace solo 200 años, mientras que el hombre lleva, por lo menos, un millón de años en la Tierra: el equivalente de dos días en la vida de un individuo de cincuenta años. Y bien, todas las sociedades viables que conocimos y conocemos se opusieron de modo sistemático a cualquier desviación peligrosa en el trato con el medio que los cobijaba, cuidando de modo sensible sus rutinas de vida.

 

La gran justificación del progreso y sus teóricos rentados es tender a suprimir los diversos azotes de la humanidad: la pobreza, el desempleo, la enfermedad, la indigencia, etcétera. Pues bien, es obvio que este horizonte de arribar a una solución definitiva de nuestras carencias como especie, jamás se ha visto cristalizado, ni está en vías de realizarse; priman los intereses de multinacionales esclavizadoras que el neoliberalismo dictatorial impone cual norma de sobrevida y las corporaciones mediáticas mercenarias publicitan de modo patológico.

 

La pobreza es una noción que nunca se ha definido con claridad. Es mucho más que la carencia de bienes materiales. Es también un estado de ánimo, un estado de desmoralización que las condiciones urbanas creadas por el denominado desarrollo, no hacen más que agravar. Los denominados avances tecnológicos aplicados a la industria, a la cultura ya cuanto acto que el hombre -ignorante de su destino- lleva a cabo, no elimina la pobreza. Simplemente y dramáticamente la moderniza... otro tanto sucede con el desempleo.

 

Aquí abordo un tema de extrema urgencia, pues por fin podemos visualizar el desarrollo en ausencia de todo sentido humanista, devenido en una cuestión de vida o muerte, imposible hoy de frenar, ante la presencia de una pandemia que pareciera será endemia, que deja en claro nuestra fragilidad como especie, que al mismo tiempo que bienestar, procura malestar, porque las fuerzas de la libido que ella reprime se acumula en forma explosiva.

 

No debemos vacilar en aceptar el principio de un viraje radical en nuestra sociedad. Sin dudas, tendremos que idear una sociedad descentralizada, organizada en comunidades más bien pequeñas, capaces de autodirigirse, dotadas de la condición principal para ser estables. Esa descentralización permitiría igualmente minimizar la presión de la población humana sobre el medio ambiente. Por otra parte, es probable que tales sociedades puedan satisfacerse con un consumo apreciablemente inferior de recursos y de energía, lo cual reduciría en igual proporción la generación de contaminantes... Deberíamos abocarnos en la tarea de proyectarnos en esta transición para lograr conformar este tipo de sociedades, por y para todos.

 

Basta con abrir los ojos para juzgar la extensión de los desastres ya consumados y los que las fructuosas complicidades nos siguen preparando. Nunca se ha hablado tanto de proteger a la naturaleza... nunca se ha hecho tanto por destruirla. Es evidente: proyectos insensatos, desgastes innecesarios, parajes desfigurados, inexorables mareas nauseabundas, de desechos y residuos, contaminaciones de todo tipo, amenazas de todo género y la especulación financiera de corporaciones criminales que asolan el planeta.

 

¿Se continuará saqueando el planeta, rehusando aceptar que es barbarie mal camuflada de una civilización cuyo frágil barniz se descascara al menor roce, o por el contrario, vamos a aceptar entrar en una tercera fase de la historia de las relaciones hombre-naturaleza, la de reconciliación?

 

Sin una filosofía política que implique una idea del hombre y un cierto modelo de sociedad, la acción política se paraliza. Pudiera ser que nuestra especie, con el hueco de sus manos llenas de pertenencias irrisorias, se manifieste en acto milagroso de vida, elegir el ser contra el tener.

 

(*) Filósofo y poeta.


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