Y TODAVÍA SE PREGUNTAN POR QUÉ
NO GUSTA LA POLÍTICA
DAVID BOLLERO
La política aburre, irrita, indigna, genera rechazo. Es un error porque sin política no avanzamos, porque lo que realmente genera esta sensación de hastío, incluso, de repulsa, es la clase política que tenemos en nuestro país. Estos individuos e individuas que viven de lo público son quienes han convertido la política en un teatro, en una continua escenografía de hipocresía e impostura en la que se hace una décima parte de lo que se dice y, por lo general, de manera deficiente. A las negociaciones de unos presupuestos que ni conocemos me remito.
El último acto de
este sainete de mal gusto que nos regala nuestra clase política es la
negociación de los presupuestos generales. Hace tiempo que la perplejidad quedó
desterrada junto al estupor y es con repugnancia como asistimos al lamentable
espectáculo que están protagonizando los diversos partidos políticos. Sin que
ni siquiera se hayan puesto encima de la mesa las cuentas, vemos a Podemos
negar apoyar unas cuentas en las que participe Ciudadanos, a un PP hacer lo
mismo con Podemos, ERC y EH-Bildu y a un Ciudadanos retomar su espíritu veleta
y tan pronto tender un cordón sanitario con Podemos como estar dispuesto a
pasar por el aro. Repito, todo ello sin que ni siquiera tengan conocimiento de
una sola cifra.
El hecho en sí ya
es suficientemente grave, pero si además recordamos el mareo a que nos
sometieron con la Comisión de la Reconstrucción, uno se pregunta por qué cuanto
más inútil se es más se prospera en política. Miren si no a Díaz Ayuso, cuya
ineptitud la incapacita, incluso, para colocar publicidad en los parabrisas de
los coches... y ahí está, desgobernando la Comunidad Autónoma de la capital.
¿De qué sirvió realmente aquella comisión para cuya constitución ya precisaron
varias semanas?
Se nos escapa el
tiempo, el esfuerzo y el dinero en toda esta escenografía. La ciudadanía no
quiere problemas, quiere soluciones y por eso vota a uno u otro partido. No
queremos que se nos retransmita minuto y resultado de cualquier negociación, no
valoramos el éxito de esas reuniones por el número de encuentros, llamadas
teléfónicas o tuits incendiarios. Valoramos el resultado final, que una vez
alcanzado podrá complementarse con el resumen del camino que se ha cubierto
para llegar hasta él, pero basta de esta obra dantesca de infinidad de actos
que no parece tener fin y, lo que es peor, dan pocos frutos.
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