¿DEJAR LAS REDES SOCIALES?
ANA BERNAL-TRIVIÑO
En julio, cuando mi madre fue ingresada en urgencias, tomé la decisión. Suprimí de mi móvil todas las notificaciones, salvo las de Whatsapp con los familiares directos. El resto, fuera. Tampoco ver parpadear la luz del móvil condicionaba antes mi vida, pero reconozco que desde entonces vivo mejor. Consulto las aplicaciones cuando lo necesito y no cuando nadie me reclama. Antes, ya había tomado otras decisiones sobre las redes, desde impedir que me etiqueten, que escriban en mi biografía, o dejar de publicar durante días.
He visto el
polémico documental de El dilema de las redes sociales, en Netflix, y me
pareció una americanada total, no sólo por su estética sino por su visión del
mundo tan ajena a la realidad. La presentación es apocalíptica, con una frase
de Sófocles: "Nada grande acontece en la vida de los mortales sin una
maldición".
Luego aparece ex
personal de Google, Facebook o Twitter, arrepentidos por lo que hacían en su
trabajo y, además, con signos evidentes de haber sido adictos a las redes. Son
las mismas empresas de las que suelen hacer reportajes "super guays",
porque "mola" mucho trabajar en ellas. En el documental te dicen que
eres una marioneta manejada por esas empresas porque (oh, sorpresa) hay un
algoritmo que controla tus movimientos en la red para consumir más contenido. A
más tiempo en la aplicación, más publicidad y más ingresos para la empresa.
Algo que ya sabemos pero que presentan como nuevo.
Llevamos tiempo
advirtiendo de la tecnología persuasiva, del refuerzo positivo inmediato o de
cómo la mentira tiene más éxito que la verdad en las redes, de la falsa imagen
que se vende en ellas de nuestros cuerpos y los problemas que desencadena en la
juventud… pero me irrita la falta de análisis en este debate y de cómo todo se
basa en crear una culpa en la ciudadanía que usa las redes y que,
prácticamente, les dice que son idiotas por hacerlo.
No hay crítica al
capitalismo, tampoco hacia estas empresas. Dicen que nos usan pero no dan
herramientas para impedirlo. Vi a varios coach compartiendo (en sus redes
sociales, ojo) el documental, aterrados, aconsejando abandonar Instagram,
Facebook o Twitter... pero luego alquilan un apartamento turístico por Airbnb o
cogen un Uber. El remate es que un documental que critica a las redes lo
difunden en un espacio como Netflix, que también tiene algoritmos y nos
aconseja qué películas ver según nuestras preferencias.
Dicen que las redes
provocan suicidios y autolesiones en la juventud, pero yo crecí con decenas de
amigas anoréxicas cuando las redes ni existían por influencias de las revistas
y de la televisión. Dicen que las redes unen a miembros de organizaciones
terroristas, pero también unen para grupos de trabajo, movimiento sociales,
campañas de crowdfunding necesarias o denunciar violaciones de derechos
humanos. Dicen que el móvil aísla a la gente, pero también une a quienes están
a kilómetros de distancia porque emigran o sirvió para que personas enfermas de
Covid vieran a sus familiares desde los hospitales.
Hablan de cómo nos
controlan con la publicidad, pero eso ya ocurre cuando pisas un centro
comercial o un super desde hace décadas, con campañas de marketing más que
calculadas, o en la misma televisión cada día. Hablan de adicción al móvil (que
no la niego), pero hablan menos de cuánto se incita a jóvenes y adultos con las
casas de apuestas. Los casinos, como las drogas que destruyen generaciones, ya
estaban mucho antes que las redes.
Quizás el problema
vuelve a ser el de siempre. El de no comprender la lógica capitalista del mundo
donde vivimos, el cómo siempre nos consideraron un producto y cómo no nos
educan para tener conciencia frente a ello. Quizás otro gran problema es que el
mismo sistema crea personas aisladas, empobrecidas, con muchos instantes de
soledad, con la necesidad de ser escuchadas y queridas. La película Her ya
apuntaba hacia ello. Punto aparte de análisis merece el papel de los y las
‘influencers’, a quienes también habría que exigir otros comportamientos más
realistas.
"Cuando el
teléfono estaba atado a un cable… los humanos eran libres", dice una frase
por las redes sociales, en añoranza a los teléfonos fijos. Yo, en cambio,
conozco más de una mujer que tenía el teléfono fijo de casa controlado por su
marido, y desde que tuvo el móvil pudo llamar a sus hijas, a sus amigas y a
quien le apeteciera con total libertad. En esta misma pandemia, se dispusieron
alternativas para las mujeres maltratadas como el servicio psicológico online…
con su propio teléfono móvil.
Recuerdo un día que
estaba con Rosa María Calaf y hablamos de la tecnología. Me dijo: "es como
el cuchillo, con él se puede matar a alguien o con él se puede partir el pan
para un hambriento". Todo dependerá de cómo la usemos, pero lejos de
mensajes totalmente triunfalistas pero tampoco apocalípticos. No voy a ser yo,
que he sufrido acoso en redes, quien las defienda a capa y espada, pero tampoco
las señalaré de maldición. ¿Dejamos las redes o empezamos a cuestionar el
sistema?
No hay comentarios:
Publicar un comentario