PERO… ¿EN MANOS DE QUIÉN ESTAMOS?
JUAN TORTOSA
Es difícil no sentir miedo cuando, ante una situación que amenaza de manera indefinida nuestra salud y nuestras vidas, sigue sin haber respuestas ni explicaciones que proporcionen un mínimo de tranquilidad. O peor, cuando la manera de responder de quienes tienen en sus manos buscar soluciones no nos convence en absoluto porque sus respuestas son oscuras, balbuceantes, ambiguas…
Necesitamos certezas y nos sirven bochornosas puestas en escena; buscamos datos y orientaciones que nos serenen y nos anuncian, rodeados de banderas, que han decidido constituir una comisión. ¡¡Una comisión, socorro!! Una comisión, el manido recurso del que siempre se echa mano cuando no se sabe qué demonios hacer.
¿Cómo no vamos a
estar acojonados? Hasta ayer negaban que nos encontráramos en una segunda ola
de la pandemia y hoy ya lo admiten sin tapujos. "Vienen tiempos duros,
tenemos por delante semanas complicadas y difíciles, mejor quedarse en
casa…" ¡Ea!. Ya estamos instalados en el día de la marmota. ¿De qué ha
valido todo lo que llevamos pasado? ¿De qué ha valido que hayamos sido
disciplinados y cuidadosos? No, no vale agarrarse al comportamiento de cuatro
descerebrados que se pasan las normas por el forro. La mayoría nos hemos
comportado, y continuamos comportándonos, como nos han dicho que teníamos que
hacerlo. Entonces, ¿qué está pasando? ¿qué puñetas estamos, o más bien están,
haciendo mal?
Tras los seis meses
largos de ansiedad e incertidumbre que llevamos vividos, ha llegado el momento
de no pasar ni una más a quienes gestionan nuestro destino. Tenemos derecho a
sentir miedo no solo por estar a merced de un enemigo invisible sino por estar
también en manos de quienes estamos. A estas alturas no puede ser ya cuestión
de colores políticos, sino de decencia y competencia por parte de quienes
tienen la capacidad de administrar los recursos económicos, técnicos y humanos
con los que cuentan. Y que no nos vengan con más milongas. Esos recursos son
muchos y van a ser muchos más. Así que no hay razón para disculparles que no
espabilen de una vez.
Nos están vacilando
sin escrúpulos. Unos y otros, y si no es así, no hacen nada para que no lo
parezca. En lugar de remangarse desde el minuto uno con las prioridades básicas
claras, se han dedicado durante meses a echarse los muertos en cara los unos a
los otros y a entretenerse en nimiedades al lado de la que nos estaba cayendo
encima.
Quienes desde marzo
hemos necesitado acudir al médico por otras razones al margen de la pandemia lo
hemos hecho con el miedo en el cuerpo, o sencillamente hemos postergado ese
momento también por miedo. O nos han anulado las citas programadas.
Sí, tenemos miedo y
razones para sentirlo. Yo lo noto en el supermercado, en las colas que hay que
guardar cuando he tenido que ir a Correos, a la papelería a comprar el
periódico o a la farmacia. Besamos y abrazamos a nuestros seres queridos con
miedo. O, ante la duda, prescindimos de hacerlo confiando en que no tarde mucho
en pasar esta pesadilla. Por miedo nos hemos convertido también, en cierta
manera, en policías los unos de los otros, lo que inevitablemente desemboca en
que nos acabamos ocultando información para evitar rechazos, regañinas o
desconfianzas que no te apetece sentir. Paranoia, histeria, miedo en
definitiva, claro que sí.
No ayudan nada los
periódicos, las radios y las teles, empachándonos de información que por una
lado no somos capaces de digerir y por otro nos asusta aún más cuando
comprobamos cómo nos mienten en la cara sin pudor. O peor, cuando en casos como
los de Trump o Bolsonaro, los vemos instalados en su intolerable grosería,
empeñados en continuar negando la evidencia mientras se les sigue muriendo la
gente a granel.
Tampoco tranquiliza
mucho atender las explicaciones de científicos y epidemiólogos. Escuchas sus
hipótesis, sus instrucciones, sus argumentos y lo único que acabas sacando en
claro es que no tienen ni idea de nada, que andan más perdidos que tú mismo y
que más vale acomodarse al estado de indefinición y provisionalidad en que nos
ha tocado vivir.
Y no puedes evitar
asustarte seriamente, por mucho que sepas de sobra que el miedo beneficia a los
poderosos, que lo vienen usando a favor de sus intereses desde el principio de
los tiempos: el miedo a lo desconocido, a la enfermedad, a la muerte, al
infierno… Y mire usted por dónde, quienes tienen que dar con la tecla para
acabar con esta maldita pandemia, son los mismos a quienes beneficia nuestro
miedo, ¿no es maravilloso?
J.T.
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