PRÓLOGO del “EDÉN CARCELARIO”, de Víctor Ramírez
Sostiene Noam
Chomsky: “La rapidez con que se comunica una noticia da la ilusión de vivir en
el centro de los acontecimientos, pero significa sólo que estamos sometidos a
una propaganda aun más intensa. Cuando los acontecimientos son instantáneos y
apasionantes, nos dejamos llevar por su flujo. En mi opinión la
superficialidad, no la rapidez, incide en la percepción del presente. Pero se
hace de todo para borrar cualquier memoria”.
Hoy en día vivimos
ante una aparente paradoja: la comunicación parece ser el lema de este siglo,
en que cada día se inventan nuevas formas de comunicarse más rápido con todos
los rincones del mundo. Pero los avances tecnológicos no sirven –ni mucho
menos– para mejorar la pésima calidad de la información, sino a seguir
manteniendo al público en un estado de anestesia constante, despertándolo sólo
cuando a las élites del poder les conviene, con la difusión de alarmas adrede,
para que aleje la mirada ya bastante entorpecida de los verdaderos problemas y
las cuestiones que realmente cuentan.
Este persistente
bombardeo mediático persigue también otra finalidad dañina. Si por un lado es
sabido que en medio mundo los derechos humanos fundamentales, entre ellos
principalmente el de libre expresión, son estrangulados y pisoteados cruel y represivamente,
la censura que se ejerce en los países –por así decirlo– democráticos, es de la
misma naturaleza, pero algo más endulzada y sutil, aunque no por eso menos
feroz y eficaz, y consiste en llenar los medios de temas sin importancia entre
un anuncio publicitario y otro hasta que desborden, para no dejar espacio a
nada más.
Afirmó Chomsky en
otra ocasión que “la manipulación y la utilización sectaria de la información
deforman la opinión pública y anulan la capacidad del ciudadano para decidir
libre y responsablemente. Si la información y la propaganda resultan armas de
gran eficacia en manos de regímenes totalitarios, no dejan de serlo en los
sistemas democráticos; y quien domina la información, domina en cierta forma la
cultura, la ideología y, por tanto, controla también en gran medida a la
sociedad”.
Y en una industria
de la información concentrada en unas pocas codiciosas manos, no extraña que
cada vez con mayor malicia la divulgación de las noticias se confunda y mezcle
con el ínfimo entretenimiento, haciendo que el público baje la guardia y pierda
casi del todo sus recursos para valerse del sentido crítico.
La voz de Víctor
Ramírez es oxígeno para salvarse de esta asfixia, la que él llama tan
acertadamente ignorantación, cuando consigue entre muchas dificultades
encontrar un hueco y llegar al público. Para los que tenemos la suerte de
escucharlo y leerlo, sus palabras son alentadoras, porque demuestran
abiertamente que todavía hay personas comprometidas, capaces y dispuestas a
rebelarse y a no aceptarlo todo como lo plantean los medios de comunicación del
régimen.
De sus palabras
también se aprende a descubrir la hipocresía allí donde se esconde, a buscar
siem-pre otro punto de vista y a practicar una de las facultades más
importantes pero más desatendidas del hombre, la facultad de poner en duda lo
que oye y ve, como única manera de evitar caer en el engaño de los medios.
Pero el aspecto en
mi opinión más llamativo de este libro es que consigue mantener viva la memoria
que la vorágine de la comunicación y la manipulación de la información tratan
de borrar. Las opiniones que Víctor Ramírez expresa en esta recopilación de
reflexiones periodísticas están escritas ya hace más de diez años; pero no por
eso dejan de ser actuales y de interesar a todo el pueblo canario -y no sólo al
pueblo canario.
Su lucha pacífica y
solidaria por la libertad y la soberanía de un pueblo en su propia tierra y en
general por la independencia y la dignidad, supera cualquier límite geográfico:
como llamamiento universal a la movilización de las conciencias.
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