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miércoles, 29 de abril de 2020

INMORTAL ROBINSON


INMORTAL ROBINSON
JAVIER DIVISA
“Mi familia, mi madre y mis hijos, piensan que soy anti inglés. Mi madre fue la mujer más graciosa que yo conocí nunca. Tras un año en España, recuerdo haberle dicho: Oye, mamá, ¿tú no tendrías algo con un español, no?”.

Ha muerto Michael Robinson. Duele comprobar que el mundo es un lugar mucho peor con esta noticia, que es menos humano y menos divertido, que un inglés de Cádiz no se ve todos los días. Aquellos ojos de niño descubriéndolo todo, aquella voz magnética y desmañada de spanglish que jamás dejó de narrar el fútbol como si fuera la vida, a veces como un niño encerrado en el cuerpo de un hombre. Un chaval hombre que transmitía el fútbol como nadie.


Pero Michael Robinson no solo era todo eso, y además es sabido que no es la muerte un momento para subestimar figuras. Por tanto –al César lo que es del César–, tan entrañable como explosivo, tan afectuoso como electrizante, fue un profesional brutal. Un monstruo de la comunicación. Un tsunami, sin pretender serlo. Puro charme. Nadie contaba las historias de los partidos y los enlaces del fútbol a la vida como él, con Pamplona, con Cádiz, con Inglaterra, y casi estábamos esperando que silenciaran sus compañeros Carlos Martínez y Maldini para que hablara él. Porque teníamos ganas de reírnos, y con Michael nos íbamos a reír. La muerte, siempre feroz y sorprendente, a veces lo es más, quizá es el caso de Robinson, porque tal vez era muy difícil imaginarlo parado, ni siquiera dormido, como si fuera uno de esos tipos que no cumplen años, siempre actuales y seductores, de los que nada más abrir la boca, y sin quererlo, chapurreando, son fascinantes y nos están encandilando.

Dice la leyenda que cuando Robin aterrizó en Pamplona para jugar en el Osasuna, fue a un bar con sus compañeros y preguntó a cada uno de ellos qué quería tomar, se ofreció a pedir por todos. “¿Qué vais a querer?”. “Pues yo quiero un hijo de puta”. “Y yo otro”. “Y yo otro”. Robinson, recién llegado de Inglaterra, se acercó a la barra y pidió cinco hijos de puta. Es una anécdota bastante graciosa, pero con una segunda lectura: qué tipo tan buena gente y tan grande sería Michael Robinson para que nada más llegar lo recibieran vacilándole. Inspiraba eso: parranda y vida. Cero hijoputez.

Michael Robinson se nos ha ido. Demasiado pronto. Pero sigue vivo, como todos esos enseres o personas que han formado parte de nuestra existencia y quedan en nuestra memoria simplemente porque han estado ahí al lado muchas veces y los conocen de sobra nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros hijos. Nos queda su recuerdo, pero sobre todo su entusiasmo. Siempre alegre y verdadero. Siempre caminando en esa travesía de la risa afectiva y a su vez incontenible, como si fuera de Cádiz. Inmortal. Gracias por tanto.

“Es un lugar que no existe. Cuando todo el mundo está preocupado por el capitalismo, estos están con una cervecita y unas gambitas viviendo la vida. Es un lugar inoculado contra cualquier virus relacionado con las preocupaciones cotidianas. En España nos reímos a carcajadas de los demás. Pero reírnos de nosotros mismos nos cuesta más”.

Michael Robinson dejó dicho que él no sabía hablar ni español, ni inglés. Pero qué bien habló toda su vida. Ahora vamos a conectar la tele para verte, como siempre.

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