MEJOR CUANDO
IMPROVISAS, NOVELA DE JUAN ROYO
POR
MARÍA
TERESA DE VEGA DÍAZ
Esta novela, a pesar de pequeña, puede
ser enfrentada como una tarea que nos pide la época, nuestra época, en lo
concerniente a lo que en algún momento fue bautizada como la guerra de los sexos. De esta manera se
llamó, a partir de la obra de María Laffitte, condesa de Campo Alange, cuya
primera edición salió en la temprana fecha de 1948 y cuyo título es, exactamente, La guerra secreta de
los sexos. En otras palabras, la dificultad para que dos visiones del mundo,
resultado de la historia moral y social de nuestro orbe occidental, coexistan
pacíficamente en un territorio, bastante pedregoso, que es el del Poder. Si
entonces era secreta, ahora es abierta. Pero el veneno segregado durante su
soterramiento perdura. Y en mi opinión con justicia. Si bien los nacidos
después de esta fecha no tengan nada que ver con ese resentimiento, con esa
queja, que como marea subterránea imposibilita, para muchas mujeres, el
inmediato perdón, o la inmediata comprensión.
Esta novela constituye una aportación
al conocimiento de esta lucha. Tenemos el punto de vista de un hombre, el
protagonista, que conoce en un momento determinado de su vida- el presente de
la novela- su error. ERROR, con mayúscula. Porque si bien al error todos
estamos abocados, en el caso presente este ha llevado al personaje de que hablamos
a- como él mismo declara- pasar por un infierno.
Conozcamos ese infierno.
El protagonista se narra a sí mismo.
Todo lo conocemos a través de él. Se presenta como un señor maduro,
textualmente viejo solitario y con
achaques, ha superado un cáncer y, algo muy importante para el impulso
motor de la novela, un traumático divorcio. Como resultado de sus vivencias es
ahora un individuo solitario, un lobo
solitario, nos vuelve a decir, al que, a veces, le pesa la soledad. Es
noctámbulo, amante de la música, en particular del jazz, ese jazz que subyace
en el título como regidor de un comportamiento, ya sea musical o vital. Hasta
el punto de que, al final, el protagonista puede que encuentre una solución, se
reorganice, no expulse la novedad sino que la incorpore, como hace el
intérprete de esta clase de música y se decida a vivir de otra manera, a
alejarse de lo que podría ser, en una crisis destructiva, una vuelta a aquel
infierno. En fin, es alguien que, como todos, en mayor o menor medida, tuvo que
desprenderse de ilusiones paridas por la ingenuidad.
El personaje vive en este mundo, y
trabaja en un bufete de abogados. Y en ese lugar, ahora que las mujeres
trabajan fuera del hogar, están ellas. Veamos cómo son ellas, que en adelante
van a ser sus antagonistas.
Debido a su experiencia vital, la
cierta animadversión por las mujeres con las que tropieza se pone de
manifiesto. Es el punto de vista de un “yo” que es, en todos los casos, en
todos los “yoes”, parcial, relativo, es ese yo que, como se ha repetido
innumerables veces, va a enfrentarse con lo que le rodea a partir de su sexo,
ideología, traumas, fobias, filias… y que va, según el principio de
incertidumbre de Heisenberg, que ahora trasladamos a las ciencias humanas, a
alterar lo observado y a perturbarlo.
Así pues, con ese “producto” que es, y
con todo lo que la historia ha depositado en sus espaldas de varón, su cometido
en el mundo, va a encarar a las mujeres de su entorno, con las que comparte
poder profesional. Ellas son fundamentalmente las abogadas del bufete en que
trabaja, y la fiscal. La fiscal- que le recuerda a su exmujer- aparece como
ejemplo de arrogancia, es agresiva, desalmada, fascistoide: aprieta la mandíbula como hacía Mussolini
De las abogadas, más jóvenes que él-
indudablemente bien preparadas, eso se da por hecho, y se dice- con las que
entra en competición, se refiere a sus artes femeninas en lo que toca a su vestuario,
faldas cortas, escotes y a sus arreglos cosméticos. Hace hincapié, en varias
ocasiones, en esas capas de pintura que cubren sus rostros. Si hacemos una suma
de todas estas “artimañas” vemos que el protagonista, hombre maduro, austero,
se siente en desventaja. Considera, suponemos, que todas esas medidas, no
precisamente profesionales, todas esas argucias, significan evidentes,
vergonzosos afanes de superar a los demás por el medio que sea.
Sin embargo, todo ese esplendor carnal para lograr un puesto
mejor- hay que precisar que también compiten entre ellas- solo sirve para que
la más joven se quede con el cargo ambicionado.
Y sí, esta decisión de los superiores,
que nos suena tan conocida y que yo considero tan vil, es una de las razones,
aventuro, por las que esas mujeres se presentan ante los que deciden, en el
terreno profesional casi siempre varones, con esos aderezos o armaduras. Las
necesitan para hacer frente a una corrupción que las abarcaría todas y que
consiste en carecer de freno moral alguno para con las complacencias mundanas
propias.
Aparecen también en estas páginas, y
esto es importante, las mujeres en trance de divorcio, a las que se les
despierta la avaricia. Se ejemplifica con una compañera de bufete. Esta abogada
lo quiere todo, impulsada por la intención
sanguinaria de una mujer despechada.
Aquí nos encontramos con otro “rumor”
bien asentado. ¿Es exageración de los varones? ¿Es la justa respuesta al hombre
que quiere abandonar- como en el pasado- con pocos miramientos? ¿Es real
entonces que la manipulación del ser humano por otro ser humano es una
constante, y que de esa congénita lacra participan por igual ambos sexos?
Sea lo que sea, el protagonista
concluye para sí mismo: Soy incapaz de
entender a las mujeres. Me da miedo saltar al otro lado. De ellas me separa un
abismo.
Pero otra mujer aparece en su horizonte,
ya desde el principio de la novela. Es muy joven, una boliviana que se gana la
vida cuidando ancianos, tarea por la cual le pagan una miseria. (Entre
paréntesis digo: he aquí que otro aspecto de nuestra ruin sociedad asoma la
cabeza.) De ella nos dice nuestro personaje: una muchacha ingenua, dulce, de piel suave, dócil y cándida, y que,
a diferencia de otras mujeres no le lee el pensamiento. Esta última precisión,
nos habla de un individuo que se siente sobrepasado por la mujer occidental,
astuta, para la que no tiene defensas.
La profesión que ejerce el protagonista
los pone en contacto. ¿Qué rumbo seguirá este encuentro de dos personas entre
las que existen tantas diferencias de edad, cultura y diversiones? Para
empezar, a él le pesan cuestiones sociales y familiares si se decidiera a
formalizar una relación: están los conocidos y,
sobre todo, los hijos. Esos hijos que, hablando en términos generales,
están vigilantes y dispuestos a censurar- e incluso impedir- los nuevos amores
de sus padres, divorciados o viudos. Todo esto al lado de los remordimientos,
dudas, llamadas a la responsabilidad que le asaltan.
Hemos dicho de él que es un tanto
rígido en circunstancias que piden una actitud expansiva, como el baile, que
tanto entusiasma a la muchacha, venida de una zona del mundo donde esta
actividad forma parte del vivir cotidiano. De la alegría de vivir. Esto chocará
con un individuo lento, amante de la rutina de sus tranquilos ocios, que en
otro orden de cosas rechaza la conflictividad, rechazo que le lleva a no
oponerse firmemente a determinadas situaciones desde un principio, como ocurre
en el caso de la muchacha boliviana. La relación se volverá más compleja, y ya
no es fácil volverse atrás, y consecuentemente, ya están ahí las dudas morales.
Pero no hay que confundir esta falta de
suficiente firmeza en determinadas ocasiones con el voluntario “dejarse llevar”
de otras. A veces este improvisar es lo mejor. Así lo afirma el título de la
novela: a este consciente sentimiento llega nuestro personaje. Sí, lo mejor es
renunciar, como él mismo dice, a la ficción que fabricó para vivir. Es decir,
todo lo que erigió para sujetarse a la vida. Pienso, y creo que como el
narrador, que para no caer en el vacío, para negar u olvidar el absurdo de la
vida, para atajar el miedo al mundo, a perderse en él, a la lucha constante,
fabricamos planes, erigimos proyectos, alimentamos ilusiones. Todas esas
ilusiones las usaremos como muletas, porque muy pronto nos sabemos cojos, y nos
agarraremos a ellas, que nos fortalecerán durante un tiempo, o nos abandonarán
pronto, o las cambiaremos por otras, como hace el protagonista, que decide
improvisar, al albur de lo que surge en el camino, sin guión previo, que decide
someterse a las variaciones del flujo ciego de la vida, o del destino, que
juega a tus espaldas, que decide por ti, y
que hay que perdonar porque no sabe lo que hace.
Esta novelita, formalmente hilo de agua
sin otras adherencias que propicien una distracción del importante asunto que
aquí se trata, camina encerrado en su discurrir. Un discurrir que se
reinterpretará, como en la música de jazz, repetimos, a partir de una melodía
que, ahora, tanto tiene que ver con la melodía que produce la vida del grupo de
jóvenes bolivianas, juguetonas, volubles, risueñas. El fondo alegre que
necesita y que le acompañará mientras sea capaz de seguirlo.
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