ADIÓS AL
REINO UNIDO
POR:
TARIQ ALI
El
Partido Nacional Escocés, liderado por Nicola Sturgeon, acaparó prácticamente
todos los escaños que le corresponden a Escocia. | Foto: Reuters Previous Next
Publicado 14 mayo 2015 0+ Te Recomendamos Lo absurdo de un sistema electoral
que da a los conservadores una mayoría absoluta (331 escaños), con el 36,9 % de
los votos emitidos, y a los laboristas 232 escaños con el 30,4 %, y reduce a la
nada al resto de los partidos, es una muestra clara de su fecha de caducidad.
Las elecciones generales en Gran Bretaña han sido dramáticas. A nivel general,
porque los líderes de los tres partidos - Miliband (Laborista), Nick Clegg
(liberal-demócrata) y Nigel Farage (UKIP- una derecha populista y racista)...
dimitieron al día siguiente con la victoria conservadora. Y a nivel más
concreto, porque el Partido Nacional Escocés acaparó prácticamente todos los
escaños que le corresponden a Escocia (56 de 59), acabando con el dominio de
más de un siglo del laborismo. El Partido Laborista se fundó en Escocia. Y de
allí salieron los primeros líderes y tanto el Primer Ministro laborista, así
como el último, salieron de Escocia. Casi siempre, la cultura de clase obrera
escocesa fue mucho más radical que su equivalente inglesa. Fueron la victoria
laborista de 1945 y las reformas socialdemócratas las que hicieron de la
Autonomía, dejando aparte la independencia, una abstracción. La victoria de
Margaret Thatcher en 1979 fue el primer clavo en el ataúd del Reino Unido, no
porque ella estigmatizara a los escoceses como lo han hecho algunos de sus
sucesores, sino porque la mayoría de los escoceses la aborrecían así como a
todo lo que ella representaba. Se jactó de poner el ‘Gran’ antes que Bretaña,
sin darse cuenta de que las consecuencias no deseadas de sus políticas serían
la "ruptura de Gran Bretaña" como el título del libro ultra-profético
que Tom Nairn sugirió incluso antes de su triunfo electoral. En Escocia, una
gran mayoría no votó por ella. Pero el punto de ruptura llegó con Tony Blair y
el Nuevo Laborismo. Fue el tan cacareado orgullo thatcherista de Blair, Brown y
sus aduladores escoceses los que aceleraron el auge del nacionalismo civil y
alimentaron las deserciones del Partido Laborista hacia el SNP, que se dio cuenta
que la única manera de derrotar el blair-torismo era situarse a la izquierda
del Partido Laborista en todas y cada una de las cuestiones importantes: así,
el SNP se opuso a la guerra de Irak, defendió el Estado de bienestar, exigió la
eliminación de las armas nucleares de suelo escocés y poco a poco comenzó a
ganar audiencia. El laborismo se limitó a estar a la contra. No se percataron
del terremoto que se avecinaba. Las placas tectónicas se movieron la semana
pasada y los destruyó. Llevará tiempo, pero ahora la independencia de Escocia
está asegurada, como lo está una maldita buena cosa: se debilitarán las
pretensiones neo-imperiales y militares del Reino Unido y se podrá abrir un
debate real (no la farsa presenciada en la BBC y en otras redes) hacia la
reforma constitucional (que incluya una constitución escrita y un sistema
electoral democrático) y el surgimiento de una alianza radical en Inglaterra,
una fuerza insurgente que rompa con el laborismo en descomposición que durante
un siglo puso veto a la izquierda; primero a los comunistas oficiales y más
tarde a su descendencia trotskista. Los restos de ambos terminaron en el Nuevo
Laborismo (el matón estalinista John (ahora Lord) Reid y el espeluznante Alan
Milburn quien como Ministro de Sanidad, abrió las puertas a la privatización y
ahora es un consejero bien remunerado de las empresas privadas de salud así
como un Tory virtual. Y hay otros. Como he argumentado extensamente en The
Extreme Centre: A Warning [último libro del autor], este es un fenómeno a
escala europea. No hay diferencias fundamentales entre el centro-derecha y los
partidos de centro-izquierda en ningún país. En algunas partes de la Europa
católica (España y Francia) el matrimonio gay abrió brechas. No tanto en Gran
Bretaña. La idea de que un gobierno laborista en Westminster podría haber
revertido el curso neoliberal del capitalismo es una tontería. Podría haber
hecho que fuera más aceptable mediante argucias estadísticas y palabras dulces.
Nada más. Así pues, la izquierda impotente para romper la adicción laborista
debe estar feliz. Sus ilusiones no podían ser traicionadas. Las tareas que
enfrentan los radicales y los socialistas en Escocia e Inglaterra son muy
diferentes. En Escocia los jóvenes que hegemonizaron la iniciativa "Campaña
Independencia Radical" (RIC) jugaron un papel ejemplar en el referéndum y
en las recientes elecciones. Abiertos, no sectarios, dándose cuenta de lo que
estaba en juego y centrando todas sus energías para derrotar al enemigo común.
Los resultados les han dado la razón. Ahora necesitan ensamblar a las fuerzas
que abogan por una Escocia radical para estar presentes en el Parlamento
escocés que será elegido en 2016. Esto implica desarrollar una oposición de
izquierdas constructiva que dé continuidad a la tradición de RIC, pero esta vez
con el objetivo de preparar en el Parlamento el terreno hacia una Escocia que
sea a la vez independiente y diferente. En Inglaterra, el UKIP es el tercer
partido en cuanto a número de votos emitidos. Recibió votos tanto de los laboristas
como de los conservadores, pero los 4 millones de votos (12,6 %) obtenidos
apenas le otorgan un solo escaño en el Parlamento. Los Verdes con más de un
millón también obtienen un escaño. Lo absurdo de un sistema electoral que da a
los conservadores una mayoría absoluta (331 escaños), con el 36,9 % de los
votos emitidos, y a los laboristas 232 escaños con el 30,4 %, y reduce a la
nada al resto de los partidos, es una muestra clara de su fecha de caducidad.
Se necesita una campaña seria a favor de un sistema proporcional. El sistema de
first-past-the-post, el ganador se lo lleva todo, constituye un cáncer maligno
que debe ser extirpado del cuerpo político. ¿Y el radicalismo inglés? No es
pura casualidad que un partido de derechas como el UKIP se haya convertido en
la tercera fuerza. La estrecha colaboración entre los principales sindicatos y
la dirección laborista significaba que la construcción de un movimiento social
para hacer frente a las privatizaciones y exigir la propiedad pública de los
servicios públicos, más vivienda pública, democracia local y la
renacionalización de los ferrocarriles, se quedó en la cuneta. Ninguna otra
fuerza extra-parlamentaria fue capaz de organizar una base para rechazar y
revertir las políticas extremas del centro [del centro-izquierda y el
centro-derecha]. Ahora, ese es el reto al que se enfrentan todos aquellos y
aquellas que quieran poner fin al consenso estratégico del thatcherismo y el
blairismo en Inglaterra. No es una tarea fácil. Sin embargo, las posibilidades
existen; sólo requieren fuerzas sobre el terreno que permitan crear un nuevo
movimiento que hable en nombre de la gente oprimida y explotada. No hay
esperanza para encontrar un líder para la izquierda en el partido laborista.
Los nombres que se barajan ni siquiera son capaces de escuchar la lluvia cuando
llueve. Lo que sería de gran ayuda es si, más pronto que tarde, en el nuevo
parlamento, se organiza un grupo de diputados de izquierda que rompa
efectivamente con el laborismo y se constituya como un grupo radical en
relación con las fuerzas extraparlamentarias. Dudo que lo hagan y a este
respecto, la tradición bennista [en referencia a Tony Benn, que fue durante
años el emblema de la izquierda del laborismo] es, para decirlo de forma leve,
de poca ayuda. Su apego al laborismo en un momento en que el partido ha roto
con su propio pasado socialdemócrata y ha optado por un capitalismo puro y duro
no tiene sentido y les lleva a un callejón sin salida. Ken Livingstone, que
derrotó al blairismo cuando se presentó como candidato independiente para la
Alcaldía de Londres, más tarde renegó de ello, hizo las paces con Downing
Street y volvió al redil, defendiendo la City de Londres y el capitalismo
financiero desregulado, así como a Scotland Yard y la ejecución pública del
electricista brasileño Jean Menezes (confundido con un musulmán). Livingstone
fue uno de los pocos dirigentes populares del Partido Laborista que podría
haber jugado ahora un papel para construir algo nuevo. Necesitamos una alianza
de todas las fuerzas radicales para construir un movimiento anticapitalista en
Inglaterra. Un movimiento que sea a la vez nuevo, pero que se apoye también en
el pasado: en las grandes movilizaciones del siglo XVII; en las rebeliones
cartistas del siglo XIX. Los más recientes acontecimientos en América del Sur,
Grecia y España también ofrecen un camino a seguir. En cuanto al Partido
Laborista, creo que deberíamos dejarle que se desangre. Aquí la esperanza la
ofrece el camino escocés.
* Publicado en
Rebelión
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