El asesinato de Kadafi
El asesinato de Muamar Kadafi constituye el fin de una importante etapa de la historia contemporánea, y cambia no solo la realidad de un país sino también de una fundamental región del planeta. Pero como siempre ocurre en estos casos, si la historia la escribe el verdugo, las conclusiones son previsibles. Los grandes medios de comunicación, hegemónicos, dueños de la verdad absoluta, se han vanagloriado del triunfo de los rebeldes, que jamás hubieran alcanzado su objetivo sin el generoso e interesado apoyo de los Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Con Coughlin, analista del diario inglés The Daily Telegraph, escribió que Kadafi "merecía morir". En ese tono, con mayor o menor virulencia, se han expedido otros colegas de Coughlin en diarios europeos y norteamericanos. Así se construye la historia. Kadafi pasa a ser el "dictador", el "tirano", el "indeseable". Nadie recuerda que desde hacía unos cuantos años Kadafi se había convertido en un buen vecino de Occidente, al costo de garantizarle el petróleo y habilitar el ingreso de sus multinacionales para sortear así el criminal embargo que amenazaba con sumir a la población en la miseria más absoluta. No hay líder democrático occidental que no tenga una foto amistosa con Kadafi. Pero la "primavera árabe" con su cadena de rebeliones fue la mejor excusa que encontraron Estados Unidos y Francia para sacar de su camino a un presidente incómodo y sustituirlo por un gobierno que podría ser más condescendiente con sus pretensiones.
La gran prensa mundial no menciona que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dio luz verde a la OTAN para imponer una zona de exclusión aérea sobre Libia y dar asistencia y protección a la población civil de ese país durante la rebelión y no para destruirlo con sus misiles desde el cielo. El Mirage francés y el avión teledirigido Predator estadounidense, que interceptaron el convoy de Kadafi, no parecieron ceñirse a un mandato tan específico. Pero la OTAN y Estados Unidos nunca ocultaron que su intención era derrocar el régimen de Kadafi.
También resulta por lo menos curioso que 48 horas antes del asesinato de Kadafi, la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, realizó una visita sorpresa a Trípoli para reunirse con dirigentes del Consejo Nacional de Transición (CNT).
Se trata de la misma Hillary que el 9 de junio dijo que "los días de Kadafi están contados" durante la apertura de la tercera reunión del Grupo de Contacto sobre Libia, celebrada en los Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Los escribas de este capítulo histórico tampoco mencionan, porque la amnesia parece ser contagiosa o al menos funcional a los intereses de las potencias, que Libia es el país de África con más alto índice de desarrollo humano. Tiene la esperanza de vida más alta del continente (77,65 años) y también el mayor ingreso per cápita (casi 10.000 dólares).
Tras 42 años de gobierno, la Yamahiriya (Estado de las masas) que instaló Kadafi llegó a su fin. El líder, defensor del panarabismo y del islam, era hasta ahora el leit motiv de los rebeldes, unidos en su contra y alentados por Occidente. Ya no está Kadafi. Ahora comienza el verdadero desafío del pueblo libio que deberá elegir su propia autodeterminación o someterse a la tutela de los gendarmes mundiales, más interesados en su petróleo que en la democracia.
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