CONCHA VELASCO EN UN
PAÍS ENMERDADO
JUAN
CARLOS MONEDERO
La actriz Concha Velasco, en una foto de archivo- Europa Press
Además de sus
evidentes cualidades escénicas y de su simpatía personal, la celebración de la
memoria de Concha Velasco el día de su triste fallecimiento tiene algo que ver
con un país sin referencias compartidas y al que la cota de mierda le llega a
la altura del cuello. Faltos de cosas que nos unan, y una vez sectarizados la
bandera, la Constitución, los jueces, el hormiguero, la tortilla de cebolla,
Colón, los chistes de maricones y enanos y el consenso de la Transición, viene
una actriz y cantante asociada a las tardes del fin de semana y, por su
carácter, con menos aristas ulcerantes que Iñaki Gabilondo, a convertirse en un
hermoso lugar de encuentro ahora que llega el frío.
Concha Velasco puede brindar elogios en la derecha y en la izquierda porque era una mujer progresista, de manera que se hizo querer por su empatía y solidaridad por la izquierda, y, por esas mismas empatía y solidaridad se dejaba querer por la derecha.
Siempre es más
complicado que estas cosas pasen con, por ejemplo, Lina Morgan, Arturo
Fernández, Arévalo, Bertín Osborne o Mario Vaquerizo, todas figuras de enorme
calidad en el palmarés de la gloria hispana. Porque, además de que tampoco son
tantos los laureles a celebrar, la derecha, como hace con todo lo que tiene
condición simbólica, les envolvió en la bandera y los pidió para llevar. Que
los disfruten.
España no es un mal
país, pero hay algunas gentes, que también son de aquí, que ponen toda su santa
intención en embarrarlo. Llevan haciéndolo desde que unos cristianos mandaron a
llamar a los bereberes en el 711 para que les ayudaran a solventar sus cuitas.
Hay unos españoles, que siempre se creen los más españoles, que son muy amigos
de llamar a gente de fuera para que vengan a matar a otros españoles.
La crisis de 2008,
la irrupción de Podemos, las tensiones separatistas en Catalunya, más la
llegada de inmigrantes -convertida en "avalancha",
"invasión" o "marea" por los sosegados medios de
comunicación que tenemos-, fueron el detonante de la emergencia de la extrema
derecha en España. No porque antes no existiera, sino que hasta la fecha se
hallaba escondida en los pantalones planchados con raya del Partido Popular,
entre la carcoma y las termitas de algunas asociaciones de jueces y guardias
civiles, en grupos ebrios y bronceados de amigos del emérito y las tertulias de
televisión, envidia del mundo intelectual europeo. Y con la llegada de la
extrema derecha, se pusieron al unísono la mierda y los ventiladores, que en
este país siempre hemos sido, por pobres, más de ventiladores que de aires
acondicionados.
Cuando gana la
derecha, los países no se polarizan (salvo cuando los rotos amenazan con
ruina), cosa que sí pasa cuando gana la izquierda e, incluso, antes de que
gane, lo que hace que la gente ecuánime concluya que la derecha tiene
dificultades para aceptar las elecciones cuando las pierde, y los preparaos,
que son los mismos que siempre han dicho que pesa más un kilo de plumas que un
kilo de plomo, lo achacan a que el problema es que la izquierda polariza. Que
le pregunten a las hormigas de la televisión.
España lleva con la
mierda de la polarización al cuello los mismos años que lleva el Consejo
General del Poder Judicial fuera de la Constitución, aunque muchos menos de los
que se tiró robando el emérito, Feijóo veraneando con un narco de la cocaína,
Esperanza Aguirre eligiendo ranas para la charca de la política madrileña y
Aznar sin disculparse por mentir a los españoles con las armas de destrucción
masiva en Irak o con los atentados de Atocha. El tiempo, como sabía Einstein, santo
de los terraplanistas y de los que ven fumigantes en el cielo pero no regantes
en Doñana, es relativo.
La polarización
tiene a España desencontrada. España se viene rompiendo desde que se murió
Franco. Pero siempre se les ha pasado. Ahora les toca subir el volumen. Si
encima los mundiales de futbol se los llevan a sitios donde uno siente la misma
pasión que Lawrence de Arabia en los Alpes, si Rafa Nadal se lesiona, si el
murciano Carlos Alcaraz pierde y encima se va a los toros y si las chicas de la
selección nacional de fútbol femenino ya ni se dejan tocar el culo por el
seleccionador nacional, a ver dónde nos vamos a encontrar los españoles como
una unidad de destino en lo que sea. Podía habernos echado una mano Ridley
Scott uniéndonos a favor o en contra de su Napoleón, pero ni eso.
Así que la buena de
Concha Velasco se muere y hasta Isabel Díaz Ayuso, sin pinganillo, se planta en
la capilla ardiente de la actriz, la gente la abuchea y Marisa Paredes la manda
en directo a la mierda, mientras todos los telediarios hacen especiales sobre
la vida de la multifacética Velasco y repiten sin cesar su gran éxito, que el
público entrevistado tararea en improvisadas entrevistas en la puta calle.
Concha Velasco
debiera unir a todos los españoles, pero quizá incluir a Díaz Ayuso sea
excesivo. Es costumbre de los pijos frivolizar, pero Díaz Ayuso exagera. Y mira
que vimos a Los del Río bailar La Macarena en las escaleras de la Moncloa, con
Aznar y Ana Botella, en un acto homenaje al asesinado Miguel Ángel Blanco. Es
verdad que Ayuso no se entera bien de las cosas (no se han enterado de que bajo
su Presidencia se han asesinado a 7.291 ancianos en las residencias
madrileñas), y hace bien en creer que el teatro de La Latina era su sitio,
creyendo que quizá todavía se llamaba Teatro Lina Morgan. Eso le viene de que
el PP, que compite con Vox, en verdad no es nada sin los teatros de la rancia
comedia del franquismo y sin los espectáculos de variedades -como les dicen- y
que no son otra cosa que chistes, otra vez, de enanos y maricones, sufrimientos
de enredos con dolientes cornudos y señoras con poca ropa moviéndose a ritmo de
procesión desautorizada. El teatro La latina hoy, por fortuna, estrena otras
cosas.
Concha Velasco en
un país enmerdado
España no tiene
ahora mismo casi nada que compartamos todos los españoles, porque ni siquiera
la hermosura bronceada de Pedro Sánchez -al que no se le resisten las
estaciones-, embelesa a las señoras del barrio Salamanca que, por el contrario,
ven guapo a Toni Cantó -al que un día de estos le darán el premio Stajanov al
mérito laboral-, a Adolfo Suárez Illana con sus canas a lo Richard Gere, e,
incluso, a Felipe González, con sus arrugas más negras que blancas donde se
cazan exclusivamente ratones comunistas.
Volvemos a ser
noticia en el mundo por el ruido de sables franquista -el único ruido que
debiera preocupar en un país donde todavía Federico García Lorca es un
desaparecido-, ruido franquista en la calle Ferraz, en el Parlamento con los
diputados de Vox saliendo en fila india como si fueran de excursión con la OJE,
en la Plaza de Colón, en el matonismo de influencers, youtubers y streamers,
que son famosos porque son conocidos y son conocidos porque son famosos, en los
platós de televisión donde presentadoras y presentadores ya hace tiempo que
decidieron ni siquiera guardar las formas y en las redacciones de algunos
periódicos que recuerdan a El Alcázar y el Arriba.
Concha Velasco, a
quien los abuelos y bisabuelos que votan a la derecha vieron un poco zorra en
su día por cantar lo de la chica yeyé y enseñar unos muslos en televisión
inabarcables a la vista; a quien, además de ligera, vieron algo comunista por
solidarizarse con los trabajadores de la cultura; también a quien vieron
sospechosa por no apoyar a esa lista interminable de gente de la cultura que ha
pedido invariablemente el voto para la derecha y la extrema derecha, hoy es
despedida con elogios por todo el mundo. Como le pasó a Mandela: si creen que
te desactivan, te celebran. Hasta Núñez Feijóo ha dicho de ella que es
"una artista con mayúsculas", pero, como es él, lo ha escrito con
minúsculas.
No estaría mal que
Concha y Mandela, aprovecharan y mandaran un granizo como pelotas de rugby
sobre la cumbre del Clima en Emiratos Árabes y sobre la calle Ferraz. Ahora que
están en el otro mundo, quizá tengan poderes que pongan a bailar a las grandes
empresas petroleras y los del Cara al Sol que están tirando por tierra la marca
España. Y de paso, para que los que se olvidan de tantas cosas, no se olviden
que ellos nunca se olvidaron de quiénes fueron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario