FUERTES VIENTOS RACHEADOS EN
LA IZQUIERDA ESPAÑOLA
POR
JUAN CARLOS MONEDERO
Un mundo desordenado a la espera de héroes
Un argumento repetido en las películas de acción norteamericanas tiene viejas raíces romanas: un pacífico ciudadano dedicado a la agricultura, a las manufacturas o alguna actividad sosegada, con un pasado cerrado por la vida, es importunado por unos canallas a los que, tanta es su maldad, es imposible no darles su merecido. Funciona porque los sinvergüenzas son malvados sin reinserción posible.
El film se encarga de mostrarnos que son seres inmundos que merecen la muerte. La película está para que pases el rato saboreando la venganza.
Es probable,
dependiendo de la intensidad épica, que el forzado héroe fallezca en la lucha,
siempre y cuando su sacrificio sirva para que la comunidad pueda seguir en paz
y prosperando. De no ser así, le veremos salir de escena, solitario, camino de
nuevos rumbos o, quizá, intentando reconstruir la vida desafiada por el mal,
eso sí, con unas cuantas cicatrices más.
Visto el mundo
desde España, el deseo de que surja esa persona con súper poderes —puede ser un
héroe colectivo— es casi una súplica desesperada. Es difícil dónde posar los
ojos que no sea un claro recuerdo de la desesperación. Por el desastre en
marcha, por el que viene o por el que no dejan de buscar desesperadamente los
que no soportan la felicidad ajena.
Israel está
asesinando con una brutalidad de campo de concentración, delante de nuestros
ojos, a niños, maestros, periodistas, enfermeros, doctores, voluntarios, madres
y abuelas, incluso cobijados en hospitales, escuelas y oficinas de Naciones
Unidas. Con el aplauso de las instituciones de la Unión Europea, del gobierno
de España, de partidos europeos supuestamente de izquierdas —de los Verdes a
Die Linke— y, por supuesto, de toda la derecha y la extrema derecha del viejo
continente y de la vieja España.
Las derechas
europeas, siempre tan antisemitas, entusiastas de las miradas conspiranoicas,
donde siempre había un judío tramando el fin de la civilización occidental y
del cristianismo, son ahora fanáticos del Gobierno de Netanyahu por su racismo,
su colonialismo, su defensa de un Israel étnicamente limpio —que, de triunfar,
continuará la limpieza contra otros grupos aunque sean judíos, igual que las
derechas siempre siguen contra los enemigos interiores—, y que supedita el
ejército y los tribunales a sus delirios ideológicos.
Un mundo donde la
socialdemocracia y las derechas coinciden en la geopolítica, volviendo a
olvidar los socialistas que, si triunfa esa lógica, los próximos en la lista
son ellos.
En la política
interna española, las derechas han vuelto a movilizarse, como hacen siempre que
están fuera del gobierno, como hacen cada vez que necesitan desestabilizar a
algún Ejecutivo más o menos de izquierda y encuentran alguna excusa para
presentar sus intenciones golpistas como una “defensa de España”.
Ahora, el argumento
es la amnistía, pero en verdad la justificación da lo mismo, porque se
comportaron igual con el último Felipe González —aunque a él se le haya
olvidado—, con Zapatero y hasta con Adolfo Suárez, a quien no le perdonaban no
plegarse a los intereses de las élites (entre otras cosas, se reunió con Yassir
Arafat y fue más coherente con la soberanía de España que todo el PP y Vox
juntos).
¿O es que acaso no
ofreció Mariano Rajoy en 2017 la amnistía a Puigdemont si renunciaban a la
independencia? ¿Qué diferencia hay con lo que ha negociado el gobierno en
funciones de Pedro Sánchez?
Portada del ABC del 19 de octubre de 2017.
La derecha opera
con una lógica implacable: si hay oportunidad de debilitar a la izquierda,
operemos. Tienen, siempre, la colaboración inestimable del grueso de los medios
de comunicación, de los policías y guardias civiles más amables con el fascismo
y de algunos jueces que deben su carrera al PP. Cobran bien precisamente de esa
relación y comparten el odio a la izquierda (aunque esto no es condición
necesaria).
Además, hay que
reconocerles que han aprendido a trenzar apoyos internacionales, recuperando el
ejemplo de la Operación Cóndor, con la que las dictaduras del Cono Sur
latinoamericano se ayudaban para asesinar o detener a disidentes.
La guerra, sea en
Ucrania o en Palestina —es espectacular lo poco que le importa al bipartidismo
en todo el mundo hacer el ridículo defendiendo, dependiendo de cuál sea el
sitio, una cosa o la contraria— son el canario en la mina que anuncia el fin de
lo que Gerstle ha llamado “el orden neoliberal” (Gary Gerstle, Auge y caída del
orden neoliberal, Barcelona, Península, 2023).
A lo que hay que
añadir la robotización de la economía, el envejecimiento de la población, la
incertidumbre apocalíptica de la inteligencia artificial, las migraciones, la
permanente crisis económica, el colapso del que está advirtiendo con pruebas
cada vez más contundentes el cambio climático global (donde no solo es el
calentamiento, sino la pérdida de biodiversidad, las sequías, los incendios,
los tornados, huracanes y vientos desconocidos que arrasan ciudades enteras,
como le acaba de pasar a Acapulco. Los ricos van a terminar veraneando en su
búnker).
Es evidente que,
para todos estos problemas, las derechas tienen una solución: más guerra para
la guerra, más trabajo y menos pensiones para los mayores, más mano dura para
los inmigrantes, menos derechos para los trabajadores, más privatizaciones para
la naturaleza. ¿Y qué dice la izquierda?
Vientos de Ferraz
tumban los árboles de la izquierda
El PSOE está
viviendo de la baraka de Pedro Sánchez, a quien el azar le está recompensando
su atrevimiento. Su imagen de político oportuno (u oportunista) desactiva, al
menos en parte, la respuesta ideológica de los sectores más a la derecha, por
lo que tiene la llave para solventar el conflicto catalán en el que llevamos un
par de siglos enredados.
Al no hacer valer
argumentos ideológicos sino prácticos, el debate se vuelve más técnico que
filosófico, algo que rematan los fascistas que se manifiestan en la sede de
Ferraz y gritan “¡Viva Franco!”, aunque mercenarios de la prensa digan en El
Mundo que eran militantes del propio PSOE.
Sánchez ha
desactivado la oposición interna, y la condición ultra de la derecha le hace
pasar casi por un antisistema. Lo que le permite, a su vez, desactivar a la
izquierda. Sus relaciones con la derecha económica son excelentes, y en Europa
saben que es un fiel aliado de la OTAN y de las decisiones del Banco Central
Europeo. Además, Perro Sanxe es más canalla entre las nuevas generaciones que
la elegancia medida de Yolanda Díaz.
Sumar nació de un
mal parto y no termina de recuperarse. El grupo parlamentario, que era el
principal activo a sostener, ha reventado con la falta de cuidados y con la
negativa de Díaz a entregar portavocías a los principales grupos de Sumar, lo
que, unido a los vetos y al ninguneo (buscado o devenido), han provocado la
‘espantá’ final de Podemos y de Izquierda Unida (que más temprano que tarde
anunciará igualmente su independencia. Las bases de IU o del PCE andan
perplejas, y han empezado a manifestarlo).
Pretender sustituir
ahora al PSOE es un error, igual que lo ha sido intentar acabar con Podemos.
Hace 10 años tenía sentido ocupar el espacio de un PSOE lleno de termitas del
régimen del 78, anegado de corrupción, caspa juancarlista y felipista y de
parálisis.
En Ucrania, en
Palestina, en el Sahara, en la transición ecológica, en la sanidad, en la
educación, en las empresas públicas, no pueden ser tan parecidas las propuestas
del PSOE y las de Sumar.
Esa cercanía hoy es
firmar la subordinación, algo que Yolanda Díaz hace para alejarse de la
confrontación bronca de Podemos —lo que llama “el ruido”— pero que difícilmente
va a tener el apoyo de los partidos que la acompañan, del grupo parlamentario
de Sumar e, incluso, de los ministros que tenga a bien elegir. La falta de
cemento ha soltado los ladrillos y hay que volver a construir, más con obreros
que con ingenieros y arquitectos.
Podemos acaba de
celebrar este domingo una Conferencia Política para marcar la ruta de los
morados, a la espera de la Asamblea que complete esa tarea. Le corresponde a la
Asamblea, por estatutos, marcar el rumbo político de la organización, después
de unas últimas asambleas vertiginosas, de la sorpresiva salida de Iglesias y
del mal resultado electoral en las municipales y autonómicas.
Los diez años de
ataques de las cloacas del Estado a Podemos han hecho mella. Y da igual que
salgan audios de esa connivencia entre aparatos del Estado, periodistas y
jueces: la sentencia está dictada y Pablo Motos puede decir en un programa
diario con dos millones de audiencia que en España no hay libertad de
expresión.
Ione Belarra ha
emergido como secretaria general, sabiendo ocupar un espacio político
reconocido —en España e internacionalmente— con el coraje de denunciar el
genocidio israelí en Palestina, con la firmeza programática y por el esfuerzo
de recorrer España reuniéndose con una militancia que, no es en número la de
ayer, pero no desiste en sus convicciones.
Pero queda mucho
trabajo pendiente. Entre otros asuntos, desterrar la cultura política en la que
quien disiente está fuera del proyecto. Esa actitud cansa y hace que demasiada
gente se vaya a su casa o a otros sitios. En la Conferencia Política han
participado 31.000 personas (en la última consulta en junio pasado lo hicieron
52.000).
De las conclusiones
se destila una necesidad imperiosa de diferenciarse de Sumar, algo que las
bases sostienen indudablemente. Pero también se respira un enfado que, aunque
comprensible, induce a algunos errores. Por ejemplo, nombrar en un documento
político a personas de otros partidos e insistir en otras siglas como uno de
los elementos principales. Tampoco hay que olvidar la inercia de Podemos, desde
sus comienzos, a caer en el personalismo.
Todo lo que reclama
Podemos es correcto, y ningún partido ha sido tan golpeado por el hecho de
presentarse a las elecciones y acariciar el gobierno de España. Pero le falta
encontrar cómo hacerlo de manera eficaz. Puedes tener más razón que votos. Ser
una roca en tus ideas de izquierda, pero naufragar electoralmente. Y Podemos
nació con voluntad de poder.
Decía el último
Julio Anguita: “No me queráis tanto y votadme”.
Podemos entra en una fase de reafirmación que era necesaria,
especialmente después del vapuleo mediático y también de los errores que,
aunque no sean de la dirección actual, hay que asumirlos para no repetirlos.
Pero si la reafirmación se convierte en una confrontación permanente con el
resto de la izquierda, difícilmente le permitirá a Podemos hacer la tarea de
agregación que representó hace una década.
Conclusión:
borrasca permanente
No parece que la
tormenta política en España, Europa y el mundo vaya a amainar. Estados Unidos,
como hegemón moribundo, va a morir matando, y ya ha traído de nuevo la guerra a
Europa, al tiempo que el genocidio palestino, autorizado por Washington y
Bruselas, va a convertir al mundo en un sitio más inestable. China no se
resiente y eso hace más paranoico al viejo gendarme mundial. La UE cada vez es
más insustancial en la arena global.
América Latina está
emergiendo. Eso es esperanzador, pero también vamos a ver cómo es foco de
nuevos ataques por parte de las oligarquías nacionales y de los Estados Unidos.
No deben relajarse o recibirán un zarpazo. Desde Venezuela —donde ya
despidieron a Guaidó y han buscado una nueva pieza, la halcón María Corina
Machado, para consumar el tan demorado golpe— a México y Brasil, pasando por
Colombia, Argentina o Ecuador, el continente está en disputa.
En España, el
parlamento va a ser un lugar complicado, de manera que el Gobierno también va a
ser complicado. Si la política se hace en los medios, ya vemos que la política
va a echar chispas.
Van a ser más
sencillas mayorías parlamentarias para sacar leyes de derechas que de
izquierdas, además de que el mantra del apoyo de los independentistas vascos y
catalanes va a ser el motivo principal de las derechas.
Las presumibles
políticas conservadoras del nuevo gobierno de coalición —dictadas por el PNV,
Junts y Coalición Canaria, a las que se puede unir incluso el PP— ya han
marcado el rumbo a Podemos, que espera beneficiarse de ser la única fuerza a la
izquierda que mantenga la coherencia ideológica.
Pero eso no es
garantía de éxito, de manera que la confrontación ideológica entre Sumar y
Podemos, lejos de beneficiar a los morados, puede llevar al voto al PSOE. Las
peleas internas rara vez han brindado ventajas al espacio alternativo.
¿Hay alguien que
pueda volver a intentar juntar todos los fragmentos esparcidos de la izquierda?
Nunca los tratados de paz se hacen con las víctimas salvo que, como en
Colombia, haya un proceso de justicia transicional, donde todos se reconozcan y
se disculpen. Pero la única justicia que hay en el ambiente, en todo el mundo,
tiene sabor a venganza. Como si hubiéramos visto en la película la maldad de
los adversarios. No hay nada de que hablar en ningún lado y el héroe está
herido. Parece que va a llover duro.
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