Obispos en el
Vaticano: "Una gozada"
ANA PARDO DE VERA
"Durante los interrogatorios que los tres cardenales llevarían a cabo para redactar el informe que debían entregar a Benedicto XVI, se descubre la existencia dentro del Vaticano de un supuesto lobby gay que muchos expertos vaticanistas definen como un instrumento fundamental para condicionar las carreras y las decisiones que se toman en el día a día. El propio Papa Francisco hablaría de ello pocos meses después, en cuanto llegó al pontificado (...) 'Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla? El problema no es tener esta tendencia, el problema es formar lobby'". En el libro Intrigas y poder en el Vaticano, de Vicens Lozano (Roca Editorial, 2021), ya se aborda la pedofilia como una acción normalizada entre los sacerdotes, que a su vez, son homosexuales en una buena proporción.
"La
pedofilia no tiene nada que ver con la homosexualidad, sino con la represión de
la homosexualidad". Krzysztof Olaf Charamsa,
teólogo y sacerdote, alto cargo para la Doctrina de la Fe, profesor en las
universidades pontificias Gregoriana y Regina Apostolorum, en Roma, fue expulsado inmediatamente del Vaticano tras hacer pública
su homosexualidad y la de una buena parte de los integrantes de
la Santa Sede, sin dar sus nombres pero para denunciar su hipocresía.
Leyendo
el libro de Lozano, todas las publicaciones periodísticas, la conclusión en
cuanto al (falso) celibato, la homosexualidad y los millones de abusos a
menores en todo el mundo por parte de representantes de la iglesia católica es
bastante nítida: el abuso es una forma de poder que va mucho
más allá del goce perverso y puntual del violador; es la manera de
hacer rebaño, de manipular y hasta de neutralizar a miles de personas, primero,
si son conscientes de este abuso; segundo, si no lo son y se creen bendecidos
por una instancia superior y divina.
El mecanismo de la agresión sexual, la violación y la pedofilia en la iglesia católica es tan estructural, mimético, destructivo y continuado a lo largo de los siglos que ningún informe, ninguna investigación periodística, ningúna acto de contrición podrán aislar comportamientos y negarnos la evidencia: la violencia sexual forma parte de la religión católica, como el machismo, incluso la misoginia, o el afán de poder. No hay dios que exista y que pueda soportar nada de esto, tanto dolor y tanta opresión.
Mantener
la expectativa sobre la llamada del Papa Francisco a los obispos españoles
creyendo que era -como mínino- para amonestarles por el informe del Defensor
del Pueblo sobre los abusos de sacerdotes a menores (el 1,13% de la población en España ha sufrido abusos en la
infancia en el ámbito religioso, un porcentaje que equivale a unas 440.000
personas) nos ha demostrado, una vez más, que no hay maquinaria
capaz de dinamitar esa monstruosidad desde dentro. Los miembros de la
Conferencia Espiscopal Española (CEE) acudieron al Vaticano a reunirse con el
Papa, decían, temerosos de llevarse un "tirón de orejas" por los
resultados demoledores del informe del organismo que preside Ángel Gabilondo y el desprecio con el que fue
recibido por parte de la cúpula eclesiástica. Nada de eso, se fueron de rositas
y hablaron de los seminarios, segun los portavoces de la CEE y el tuit del cardenal Omella:
"Una gozada" de encuentro.
Es
difícil creer esta actitud del Papa con los obispos españoles después de lo que
ocurrió con el precedente más próximo: obispos chilenos llamados al Vaticano en 2018 y
dimitiendo en bloque horas después por el enfado sumo del Pontífice,
que en un principio había negado el escándalo de las agresiones sexuales en la
Iglesia chilena y el encubrimiento de los suyos y tuvo que rendirse a la
evidencia. El caso Karadima aún colea con
múltiples interrogantes -no más que en el caso de España- y es muy ilustrativo
de las mafias abusadoras y violadoras del catolicismo y las religiones.
Que el Papa haya dejado pasar -o no, permítanme dudarlo- la oportunidad de poner firmes a los obispos españoles no debe hacer bajar la guardia a quienes vigilan a una organización oscura, machista y carente de los mínimos controles democráticos, por bien que parezca que lo hace el actual Papa, cuya capacidad de transformación estructural es, de todas formas, más que cuestionable. Seguir dando a la jerarquía eclesiástica el tratamiento de institución en España, con sus leyes propias, sus propios protocolos y su fe ciega, es, como mínimo, cómplice. Y no precisamente de crímenes menores, sino de crímenes con menores, los más aberrantes. Ya está bien.
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