“A LOS FASCISTAS SE LES PARA
CON MÁS DERECHOS”
POR
ANA PARDO DE VERA
La mezcla compleja de pragmatismo y partido -o viceversa- que impregna las elecciones de ministros y ministras por parte de Pedro Sánchez (PSOE) y Yolanda Díaz (Sumar) señala un camino para esta investidura, que pivota sobre un pilar fundamental de corte institucional y político, muy político: el presidente del Gobierno ha fusionado los ministerios de Presidencia y Justicia y ha sentado al volante a Félix Bolaños, dirigente de confianza y de cabecera de Sánchez; del PSOE hasta las trancas y muy, muy político, pero también reconocido gestor. Más le vale llevar estas hechuras encima, porque a Bolaños le corresponde tutelar dos de los grandes quebraderos de cabeza de esta legislatura que empieza: el trámite parlamentario y la aplicación de la ley de amnistía (el superministro también tiene la competencia de Relaciones con las Cortes) y la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), secuestrado y okupado desde hace cinco años por el Partido Popular en violación flagrante de la Constitución. En la mesa de Bolaños se irán sentando los tres poderes del Estado, de su trabajo dependen, por tanto, cuestiones de base para garantizar el avance democrático y la conquista de derechos; depende lograr de una vez instituciones limpias de reaccionarios.
Es imposible
separar el resultado de las elecciones argentinas y la victoria del fascista
Milei de la puesta en marcha de un Gobierno muy pensado para enfrentar a la
ultraderecha que campa estos días por las calles y las instituciones. Los
movimientos fascistas que hemos contemplado, las amenazas, la violencia
explícita e implícita, no han surgido por casualidad, ni en España ni en
Argentina. En líneas generales, en realidad, una parte de esos cavernarios
siempre han estado ahí, alimentados por elites nostálgicas del franquismo o,
como mínimo, del “O gobierno yo o nadie”, la iglesia o la Corona; la otra parte
viene de la antipolítica alimentada por bulos, teorías de la conspiración de
todo pelaje y un sentimiento de frustración ciudadana por la crisis económica y
de desigualdad en absoluto desdeñable. La antipolítica siempre se cuela cuando
la política no resuelve, una evidencia más vieja que el comer que parece que no
se acaba de asimilar.
Lo más importante
del movimiento reaccionario, quienes lo han activado realmente hasta darle la
entidad de la que dispone estos días, es la colaboración, el amparo y el abrigo
de una derecha que se decía “centrada” y “moderada”, pero que ha acabado
confesando con los hechos que, ante la idea de perder el poder, no hay derechos
humanos y consensos democráticos alcanzados que valgan. Feijóo con Abascal,
Macri con Milei … Sin su apoyo y normalización, el fascismo no crece. Y a eso
se enfrenta el nuevo Gobierno, nada más y nada menos: a neutralizar las
tácticas fascistas de unos y otros y a devolver a los y las ciudadanas la
confianza en la política.
“A los fascistas se
les para con más derechos”. La frase de Irene Montero, exministra de Igualdad,
resume con contundencia el que tiene que ser el mantra de la legislatura. La
percepción es la de un Ejecutivo bien armado, pero también con contradicciones
lógicas cuya oportunidad iremos contando y analizando en Público; un Ejecutivo
muy solo, pese a la sensación de resistencia que proyecta Sánchez, quien ni
siquiera en el Legislativo contará con una hoja de ruta definitiva para lograr
los citados derechos de combate antifascista, teniendo en cuenta la variedad
ideológica de los socios de investidura y los intereses territoriales; éstos,
no obstante, deberían suponer valor añadido para el Gobierno de coalición y no
una rémora.
“A los fascistas se
les para con más derechos”, sí, pero en su aplicación universal está la llave
para que no salgan de la caverna y, con todo, siempre hay alguien dispuesto a
abrirles la puerta, también por intereses personales (“Cuanto peor, mejor”). La
legislatura del Ministerio de Igualdad ha sido tan convulsa como productiva y
el tiempo mostrará con perspectiva que las leyes de Montero y su equipo son más
que normas: son una forma de sociedad, de civilización, de vida; son cultura de
la igualdad, la solidaridad y la protección. Eso es lo que importa y así debe
seguir siendo; por lo demás, ya saben: nadie hablará de nosotras cuando hayamos
muerto.
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