UN BUEN TEATRO
ALANA S. PORTERO
La ministra de Defensa, Margarita Robles
(i), y la presidenta de la Comunidad y candidata del PP a la reelección, Isabel
Díaz Ayuso (d), durante el acto cívico militar con motivo del Día de la
Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, a 2 de mayo de 2023, en Madrid
(España). Diego Radamés / Europa Press
Hace mucho tiempo que la política es más lo que parece que lo que es, lo que cuentan, lo que se escenifica y lo que de esa escenificación queda en las retinas del público. El martes, durante la celebración institucional del 2 de mayo, la jefa de protocolo de la Comunidad de Madrid, Alejandra Blázquez, prohibía al ministro de presidencia, Félix Bolaños, acceder a la tribuna de personalidades del sarao, en la que sí estaba su compañera de gobierno Margarita Robles, que no quiso saber nada del desplante como si aquello fuese la entrada al Berghain y fuese tolerable dejar al colega fuera porque tal oportunidad solo se presenta una vez en la vida.
La estrategia
comunicativa y estética de Isabel Díaz Ayuso siempre ha consistido en este tipo
de puestas en escena de reservado de club de moda, de espacios con acceso
limitado y matones en la puerta en los que se hace notar enseguida quién se
queda fuera. Al cabo es la etapa última de la transformación de la ciudad de Madrid
tras décadas de gobiernos de derechas, un núcleo privado al que solo se accede
por la cara bonita y la cartera llena y una supuesta periferia más allá de la
M-30, que es el Madrid de verdad, para quienes no dan el perfil y han de ser
estabulados en los barrios, pagando alquileres desmesurados entre compañeros de
piso de cuarenta años que sirvan para mantener en el dolce far niente a los
madrileños que le gustan a Isabel y a sus porteros.
El patetismo del
ministro agachando la cabeza y marchándose al patio en lugar de hacer valer su
dignidad oficial y ponerle tope a los gestos de macarra de la presidenta,
porque la política institucional también es esto, una confrontación perenne de
dignidades, resulta mucho más entretenida y sabrosa a los espectadores que
cualquier información que se pueda dar sobre ese día y ese acto. La impresión
retinal ahí queda, Ayuso, con su hombrera de traje de luces, rematando con una
estocada en todo lo alto a un socialista advenedizo y temblón.
Hoy se apela a las
buenas formas, a la educación y a la cortesía, al buen Bolaños no montando el
número en una supuesta fiesta popular que no le importa a ningún madrileño
excepto por el hecho de los días libres. Qué se puede decir después de una
humillación pública semejante, queda jugar la carta de la prudencia y esperar
que cuele.
Uno de los errores
comunicativos más importantes de este gobierno durante la presente legislatura
fue aquella visita de Pedro Sánchez a la Comunidad de Madrid durante la crisis
de la covid-19, inolvidable aquella rueda de prensa en la que Sánchez parecía
un embajador presentando credenciales ante la jefa de Estado de turno,
haciéndole la producción entera y elevándole la función exactamente hasta donde
ella quería. En esos teatros se forjan las mayorías absolutas que no se
comprenden, en esos gestos de poder incontestables.
La cortesía
parlamentaria no sirve contra los paseítos de Ortega-Smith poniéndose gallito,
sin separarse de su escolta, con manteros, okupas y quien sea que pase por
allí. Tampoco contra las faltas de respeto en asambleas y plenos que la derecha
ha tomado como forma de estar en política. El estilo cuenta, pero hay una
distancia enorme entre las macarradas y los recitales de dignidad, los votantes
de izquierda necesitan una firmeza que les represente, una escenificación
realista de la capacidad para defenderse, un buen teatro de formas ásperas que
les levante del asiento. Las apelaciones a la ilusión y a la sonrisa, pueriles,
cansinas, inmaduras, sitúan al votante de izquierda en una especie de jardín de
infancia de la ciudadanía donde todo se arregla cantando canciones sobre
gallinas.
No se trata de
establecerse en la confrontación violenta, sí en una firmeza más allá de la
respuesta de debate universitario. Dice Declan Donnellan, director de teatro,
en su magnífico "El actor y la diana", que "el miedo intenta
emborronar las líneas de lo que vemos. Difumina las diferencias que hay entre
las cosas. El miedo nos asusta para que no veamos lo específico".
Al mal teatro se le
eclipsa con buen teatro. Al monstruo hay que quitarle la máscara sin permiso
para revelar su patetismo. Se puede hacer ver la vacuidad de la derecha, la de
Ayuso es palmaria, solo hay que conseguir llevarla al terreno de la sanidad y
la vivienda para que balbucee como una principiante, sin descuidar la puesta en
escena y a quienes te están viendo.
Se decía de Tomaz
Pandur, maravilloso director de teatro esloveno, que escribía sobre las tablas,
a través de las imágenes. Pocos creadores teatrales han dejado impresiones
visuales más hondas que él. Quizá es el momento de abandonar las réplicas que
se escriben con mucho cuidado en la mesa del despacho o del escaño y salir a
escena a dar un espectáculo duro y de buen gusto que podamos aplaudir.
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