“NUESTRO SUEÑO ES LA LUCHA”
PRUDENCI VIDAL MARCOS
“Aunqu el objetivo quede fuera de nuestro
alcance, lucharemos año tras año para conseguir nuestra independencia de
pensamiento y nuestra libertad en proclamar una sociedad más justa, más
distributiva, con una sonrisa en la cara, el puño cerrado y los cánticos de
Labordeta”.
Analizando muchas biografías de hombres ilustres encontramos que uno de los problemas más difíciles de la experiencia humana es que pocos, muy pocos, han sobrevivido para ver realizar sus más apreciadas esperanzas: las esperanzas de nuestra infancia o las promesas de nuestros años adultos son, muchas veces, sinfonías inacabadas. ¿Quién de entre todos nosotros no ha conocido las esperanzas defraudadas y los sueños frustrados?
La vida nos ha
situado en circunstancias en que nuestras experiencias vitales no logran una
magnífica realización, y no por eso dejamos de soñar con Ítaca. Siempre
marcharemos como hombres libres en el pensamiento por las calles, aunque las
circunstancias decreten que vivamos confinados en pequeñas celdas, porque una
fisura, gran fisura irracional e imprevisible, atraviese nuestra historia
personal y asociativa. Aunque el objetivo quede fuera de nuestro alcance,
lucharemos año tras año para conseguir nuestra independencia de pensamiento y
nuestra libertad en proclamar una sociedad más justa, más distributiva, con una
sonrisa en la cara, el puño cerrado y los cánticos de Labordeta.
Pero,
evidentemente, surge la pregunta: ¿qué debemos hacer en estas circunstancias, y
que no debemos hacer? Una reacción posible, y muy humana, es concentrar
nuestras frustraciones en un núcleo de amargura y de resentimiento (Nietzsche).
Quienes sigan este camino, demostrarán una actitud perversa, un corazón frío, y
un odio concentrado hacia quienes impidieron el alcance de ese ideal expresado
en la lucha. Transformar el rencor ahogado en hostilidad contra los demás, no
parece una solución. La perversión será la característica dominante de sus
vidas: no querrán a nadie, no confiarán en nadie, no esperarán que los demás
confíen en él, encontrarán defectos en todo y en todos y continuadamente.
Este tipo de
reacciones envenenan la mente, arruinan la personalidad y dañan para siempre a
la persona que acoge el resentimiento contra los demás. A veces la ciencia
médica nos indica que enfermedades físicas son estimuladas por el
resentimiento; la medicina psicosomática trata de las enfermedades corporales
que provienen de enfermedades mentales a causa de un profundo resentimiento que
desemboca en un dolor físico de difícil tratamiento.
Otra reacción posible
por parte de personas que experimentan el incumplimiento de sus esperanzas es encerrarse completamente dentro de sí
mismos y convertirse en introvertidos penitentes. No permiten que nadie entre
en sus vidas y niegan la posibilidad de
que alguien entre en las suyas. Abandonan la lucha por su existencia, por sus
ideales, pierden el gusto por la vida e intentan escapar hacia el reino de la
absoluta indiferencia por todo. “Desapego” es el sustantivo que mejor los
describe. Y así se hallan demasiado interesados en odiar, desapasionados para
amar, deprimidos en exceso para ser egoístas y sin alma para ser generosos,
apáticos para experimentar alegría y fríos, muy fríos, para sentir dolor, no
están ni vivos ni muertos, simplemente existen y realizan las funciones vitales
porque han perdido la vivacidad. Este desconsuelo de la vida llega a
convertirse en cinismo permanente.
Otra postura ante
la vida que intenta escapar de las decepciones que esta comporta es la adopción
de una filosofía fatalista, que proclama a los vientos que cuanto sucede es
porque tiene que suceder, y que los acontecimientos vienen determinados por la
necesidad. El fatalismo implica que todo está ordenado de antemano y que, por
tanto, todo es inevitable. El peligro es la caída en una absoluta resignación
ante lo que consideran su destino. Dejan de ser libres cuando dejan de
deliberar y de tomar decisiones, esperan pacientemente que ruede el devenir del
tiempo, pero nunca intentan modificar las circunstancias; como resulta en las
tragedias griegas todo está controlado por fuerzas irresistibles y remotas.
Hundirse en las movedizas arenas del fatalismo es paralizador tanto intelectual
como psicológicamente. Negando la libertad como parte esencial del hombre, el
fatalista se convierte en marioneta y no en una persona.
Digo todo esto como
posible prevención ante los resultados que puedan darse el domingo 28 de abril
y que algunos compañeros vean frustrados tantos años de trabajo militando en
defensa de todo lo público y de todo lo social. Pues, preguntaréis ¿cuál ha de
ser nuestra respuesta? Nuestra respuesta estará en la aceptación voluntaria de
las circunstancias no deseadas y desafortunadas y nos aferraremos a una
esperanza radiante e infinita de que si hoy no ha sido posible, cabe otra oportunidad.
No se tratará de una aceptación fatalista que cierra la puerta a la esperanza.
Colocaremos nuestro “fracaso”, que será el fracaso de nuestra sociedad, en un
lugar bien visible ante la mente de todos y en común reunión de criterios nos
preguntaremos: ¿cómo podemos convertir lo negativo en positivo? ¿Cómo podemos
transformar esta ignominia en un puerto salvador?
Quiero mostrar que
la historia de grandes personajes está llena de ejemplos: Charles Darwin
padecía una enfermedad física crónica; Stevenson se veía mermado en su
escritura a causa de la tuberculosis; Hellen Keller, sorda y ciega de
nacimiento, no respondió ni con acritud ni con resentimiento cuando se le abrió
la mente con la comunicación de signos; Friederich Haendel “ habiendo llegado
al punto más bajo de salud y de fortuna: paralítico del lado derecho y sin
dinero. Acorralado por los acreedores que le amenazaban con la cárcel durante
una larga temporada estuvo tentado a abandonarlo todo… pero recobró nuevamente
su ánimo para componer la más grande de todas sus obras, el Mesías”. (Biografía
de Haendel)
No perder las
esperanzas si el triunfo no llegara a producirse, ni echar las campanas al
vuelo si este lo consideráramos como
bienvenido. La lucha, la información, la presión en los órganos de poder,
nuestra militancia, al fin y al cabo, siempre será necesaria porque aspiramos a
una sociedad que pueda ser perfeccionada permanentemente en todos sus aspectos.
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