PANCHITA DE MIERDA
GABRIELA WIENER
Escritora, poeta y periodista
Estoy esperando a que sean las 9 am para llamar al 021, el teléfono gratuito que fue activado por el Ministerio de Igualdad a raíz del "incidente" con el futbolista Vinicius para atender a víctimas de discriminación. Me animé a llamar porque vi que hablaban de denunciar vía fiscalía que por enésima vez al jugador del Real Madrid le habían gritado "mono vete a recoger plátanos" en pleno partido. Sus palabras estaban siendo analizadas en los medios, sobre todo la frase en la que afirma que España es un país racista, lo que desató la histeria de los racistas y vimos cambiar la excusa ya tan conocida por las feministas: "No todos los hombres", por la de "no todos los españoles".
— Buenos días, ¿en
qué puedo ayudarte?
— Me animé a llamar
porque vi lo del futbolista...
La verdad es que
quería saber, sin demasiadas esperanzas, en qué consistía la lucha contra el
racismo en este país, qué podían hacer por mí y por otres, porque he recibido
muchos insultos racistas en mi vida aquí y en mi país y en las redes, mucho
peores que mono, aunque también me han dicho mona, lo he denunciado pero sigue
pasando. Así que ahora estoy hablando con el 021 para contar que hace un par de
meses acudí a una comida en casa de unas grandes amigas porque se celebraba un
encuentro entre mujeres feministas de izquierda, es verdad que por ahí andaban
varias políticas y autoridades del mundo de la Igualdad de género, racial y
étnica de Madrid pero, para qué nos vamos a engañar, también solo el 2% de las
asistentes no éramos españolas.
Estaba yo en un
aparte conversando animadamente con algunas de ellas. Ya se habían ido algunas
ministras y diputadas, cuando una mujer empezó a hablar de Juan Marsé y de su
literatura. Yo me encendí un piti y comenté displicente que estaba un poco
aburrida ya de hablar de escritores hombres y sus grandísimas obras, porque es
a lo que nos hemos dedicado media vida, más aún cuando estábamos en una reunión
de feministas donde podríamos hablar de otras cosas, por ejemplo, no sé, de mis
libros.
A la señora se le
veía algo incómoda con mis comentarios. Así que trató de convencerme de que el
talento no tenía género y que ella estaba hablando de Marsé, nada menos que de
Marsé. Ante su insistencia para que yo reconociera la valía de Marsé, le dije
que sabía perfectamente quién era Juan Marsé pero que me la sudaba Marsé, que
no me apetecía hablar de Marsé y echarle flores a Marsé justo hoy que estaba
con amigas. Entonces sí, ya presa de la incredulidad y la indignación,
respirando con dificultad, roja de rabia, la señora volteó a mirarme, levantó
la voz sentenciosa: "Estás hablando de la mejor literatura en español y
estalló con un grito sobrecogedor que se escuchó hasta Perú: "¡No sabes lo
que dices... panchita de mierda!
No sé si fue porque
estábamos departiendo en la cocina de la casa, no sé por qué me refiero ahora a
ella como "señora", cosas del colonialismo, pero esta escena es real
y, lo que es peor, no me sorprendió tanto. Las compañeras que nos rodeaban la
interpelaron. "Se me fue la olla, me pasé, yo no soy racista, es como si a
ti te gritara gorda de mierda", dijo mirando a una compañera grande.
"No aclare que oscurece", dijo mi amiga colombiana. Yo grité: ¡También
gordofobia! En fin, le explicaron que para quedarse tenía que pedirme perdón.
Volvió al borde de la lágrima a pedirme perdón pero cuando quiso darme un
abrazo le dije, acepto tus disculpas pero no quiero tu abrazo, ella insistió y
se acercó demasiado. Le dije: no me toques, por favor. Pero no pudo aceptar mi
rechazo. Hay gente que no sabe lo que es el rechazo de una panchita, que no ha
probado uno en su vida, en una cocina además se vuelve más oscuro. Pues ella lo
probó. Desesperada miró a las demás diciendo "es que esta hija de puta no
me quiere perdonar". Entonces habló otra mujer blanca pero esta muy
hermosa y sentenció con su martillo: "Has convertido este espacio seguro
en un espacio inseguro y eso necesita de una reparación, si no te quiere
abrazar te lo comes y te vas". Yo le dije a la racista: tú no has leído a
Marsé en tu vida. Y tuvo que irse.
Ustedes dirán,
estabas en un espacio feminista, solidario, medioinstitucional, antirracista,
¿cómo pudo pasar que te gritaran panchita de mierda? Pues pasa, pasa. Como ocurre
en el metro todos los días, en la calle o en los estadios de fútbol o en las
comidas de los viernes. La respuesta ante el racismo en el mainstream, en la
puertas del Congreso con los micrófonos de la prensa en la boca, la
reactivación de teléfonos de ayuda parecen reacciones de rechazo inmediato,
eficaz, pero también de fachada, buenismo y salvacionismo fugaz. Lo lindo es
que esta vez se metió a España y por eso la polémica está durando, hasta que
nos vuelvan a olvidar, o sea mañana. Ay, recuerdo cuando en Perú inventamos el
slogan, "Perú, país de violadores" por las más de 30 violaciones
sexuales que se perpetran al día, el 80% a niñas y la respuesta fue, claro,
"Perú no es un país de violadores, porque no todos los peruanos".
Bueno, Vinicius dijo España y entonces se montó la de Dios, vimos salir a los
fachas que ya sabemos que lo único que no saben hacer es fingir. Así funciona
el racismo, al racismo le sigue más racismo.
–¿Sigue en la
línea? Yo no veo visos de que prospere esta denuncia porque es un insulto
lanzado en un espacio privado. Los insultos están despenalizados en España
desde 2015. Insultar a alguien en un ambiente privado no es un delito. En una
red social, que puede ser retuiteado miles de veces para alentar el odio, se
puede estudiar. Es una cosa que forma parte de la mala educación de la gente
pero si va a la Policía se van a reír en su cara. Claro que está el agravante
del insulto, que es el racismo, pero las ideas no son ilegales, existe un
partido como Vox con ideas racistas y sin embargo no se puede ilegalizar como
partido. Igual déjeme consultarlo.
–¿El mío entonces
no es un delito de discriminación y el de Vinicius sí?
–No quiero quitarle
gravedad a su denuncia, le doy mi cariño y empatía. Está bien que la haga e irá
a las estadísticas. Porque es una injusticia, por eso combatimos el racismo,
pero en la categoría de incidentes esto sería menor. Hay una Ley del deporte que
prohíbe esas actitudes, lo que ocurre en el entorno futbolístico llega a muchos
niños y se hace muy abiertamente y genera que la gente piense que el racismo
está normalizado.
Dicen que el
racismo en España ya no está normalizado como antes porque hay personas,
gobiernos, instituciones conscientes que lo denuncian. Pero hasta quienes lo
sufrimos lo normalizamos. Nos endurecemos para que la próxima vez ya no duela
tanto, pero siempre hay una próxima vez que duele.
El otro día
descubrí en la casa de un amigo de un amigo, que tiene alrededor de 50 años, un
muñeco gigante de Conguito y no pude evitar destrozarlo. El dueño del Conguito
me ha cancelado. Dice que era un recuerdo de su infancia.
Si las personas
víctimas de racismo no denunciáramos cada día, el tema ni siquiera saldría en
los medios o redes. Pero las denuncias son ínfimas respecto al número de
agresiones. Es una lucha picapedrera. Y aún cuando nos atrevemos a contarlo
también nos aleccionan: nos recuerdan que hay una hoja de reclamaciones en el
restaurante, hojas de atención al paciente en los hospitales, herramientas
administrativas o jurídicas para denunciarlo de las que no estamos haciendo uso
porque, bueno, nos gusta sufrir o no sabemos leer. Y nunca faltan los
reproches: debiste hacer más, no debiste permitirlo. No te victimices,
empodérate.
Y eso es
"solo" el día a dia de muchxs, el de las identificaciones por perfil
racial, los casting racistas para alquilar vivienda, la venta y reivindicación
de los conguitos como producto nacional, el racismo contra nuestros hijes en
los colegios y los panchitas de mierda, y los insultos para negrxs, morxs y
gitanxs. Porque esas son apenas algunas de las manifestaciones del racismo
estructural, eso que hace a España racista: un sistema que mantiene a Marlaska
en el poder pese a su responsabilidad en la masacre de Melilla y posterior
impunidad; que hasta ahora no aprueba la ILP RegularizaciónYa o que otra vez no
pudo sacar adelante la Ley contra el racismo en la legislatura más
igualitarista de la historia.
–Si un restaurante,
digamos, peruano, de alta cocina, te niega la entrada, tienes derecho a
denunciarlo porque es un delito, es un espacio público cometiendo un acto
racista.
–¿Y si te niegan el
ingreso al país?
–Para entrar a
cualquier país hay que presentar una documentación. Si eso es racismo o no es
racismo es otro tema, pero este es un servicio gubernamental y actuamos dentro
de la ley.
–¿La ley de
Extranjería, dices?
–¿Qué es lo que
usted quisiera, entonces, reparación, mediación...? Me cuenta que el entorno en
el que estaba reaccionó como es debido y que quien le dijo Panchita fue
amonestada. ¿Contra quién quiere poner la denuncia entonces?
–Contra España
No hay comentarios:
Publicar un comentario