NO TODO ESTÁ PERDIDO (A CONDICIÓN DE QUE PODEMOS ENTREGUE LAS ARMAS)
A modo de réplica al artículo de
Sánchez-Cuenca en ‘El País’
MIGUEL MORA
De todos los análisis que he leído estos días, seguramente uno de los más inteligentes y optimistas es el que publicó Ignacio Sánchez-Cuenca el 29 de mayo en El País, ‘No todo está perdido para la izquierda’. Sostiene el catedrático de Políticas de la Carlos III que “si el PSOE resiste y Sumar consigue integrar a las distintas fuerzas en un proyecto que despierte ilusión y movilice apoyos perdidos en ese espacio ideológico, cualquier cosa puede suceder” el 23 de julio.
Estando de acuerdo
en su análisis sobre los tiempos políticos (perdidos) y la frustración que
supuso que PSOE y Podemos tardaran cuatro años (2015-2019) en ser capaces de
pactar una coalición de gobierno, siento disentir de mi querido amigo Pacho,
que es además cofundador y consejero editorial de CTXT, en esa conclusión tan
halagüeña. Aunque no me gusta nada ser cenizo ni profeta, creo firmemente que,
llegados a este punto, está prácticamente todo perdido. El cambio de ciclo
político es evidente y la llegada de la derecha trumpista a La Moncloa es
imparable, y no solo por el viento de cola de la ola reaccionaria que recorre
Europa y el mundo.
Los errores
cometidos por el PSOE y por todas las fuerzas a su izquierda constituyen un
lastre demasiado pesado para impedir la victoria del PP
Me temo que los
errores cometidos por el PSOE y por todas las fuerzas a su izquierda, sin
excepción, en los meses previos a la debacle vivida el 28 de mayo en las
elecciones municipales y autonómicas, constituyen un lastre demasiado pesado
como para movilizar masivamente a los votantes de izquierda que harían falta
para impedir la victoria del PP y de la extrema derecha el 23 de julio.
Uno de los
renuncios más importantes, me parece, lo cometieron a medias Pedro Sánchez (por
acción) y Yolanda Díaz (por omisión), cuando dejaron solas a Irene Montero e
Ione Belarra en la defensa de la Ley del solo sí es sí, mientras el PSOE se
preparaba para votar junto al PP la contrarreforma de la norma. Aquello envió a
los electores la señal de que la división en el Gobierno progresista era tan
aguda que escondía en realidad dos crisis distintas: la complicidad entre el
PSOE y Sumar (visible más tarde en el papel otorgado por Sánchez a Díaz en la
pantomima de Tamames) para debilitar a Podemos, dejaba traslucir una fractura
entre PSOE y Podemos, por un lado, y entre Sumar y Podemos, por el otro.
Esa concesión de
Sánchez al marco punitivista de la extrema derecha –promovido desde medios
corruptos como Ok Diario, Telecinco y La Sexta– decepcionó y desmovilizó a
muchos electores de izquierdas, y especialmente a las feministas, y trasladó a
los votantes progresistas la impresión de estar ante un gobierno ilegítimo y
Frankenstein, etiqueta que, como señala Sánchez-Cuenca, la derecha utilizó
desde el momento cero de la legislatura.
Pacho certifica, no
sin malicia, esa visión de un gobierno dividido en tres al atribuir a “los
ministros del PSOE y de Sumar” las leyes más importantes aprobadas por el
Gobierno progresista en estos años. La mención a Sumar no es un lapsus, aunque
sea algo capciosa, porque Pacho sabe que Sumar lleva apenas nueve meses
constituida en plataforma / asociación –que no en partido político–, y las
mejoras que cita (reforma de las pensiones, del mercado de trabajo,
reforzamiento del Estado de bienestar, ley de eutanasia) forman parte del
acuerdo de coalición PSOE-UP y se aprobaron antes del nacimiento del artefacto
creado por la vicepresidenta segunda, que a día de hoy no ha dejado de ser
(aunque fuera por designación de Pablo Iglesias) coordinadora del espacio y del
grupo parlamentario Unidas Podemos.
El artículo
sostiene luego que, mientras Sánchez y Díaz arreglaban el país, Unidas Podemos
se dedicaba a afilar “su perfil más ideológico, por un lado, centrándose en una
parcela pequeña de las políticas públicas (todo lo relativo a la desigualdad de
género y nuevos derechos civiles) y, por otro, metiéndose en batallas
imposibles que no conectan con la ciudadanía (denuncia obsesiva de los medios y
las empresas, frente antifascista, etc.): unos días parece partido de gobierno
y otros de oposición”.
El oligopolio de la
propiedad de los medios y la corrupción periodística son dos de los problemas
más graves que afrontan las democracias
Dejando aparte que
la lucha contra la desigualdad de género es una política pública crucial y una
pelea básica para cualquier gobierno y electorado progresista, me gustaría
centrarme en “las batallas imposibles que no conectan con la ciudadanía” porque
una de ellas es una recurrente discusión del consejo editorial de CTXT. La
revista viene denunciando desde su primer número (15/1/15) que el oligopolio de
la propiedad de los medios y la corrupción periodística son dos de los
problemas más graves que afrontan las democracias poscapitalistas, y en
particular la española. A esta batalla que por cierto empezó liderando (si bien
brevemente) Pedro Sánchez cuando fue destituido como secretario general del
PSOE, se sumó Pablo Iglesias cuando se retiró de la política institucional, y
en efecto se ha convertido en una de las principales señas de identidad del
último Podemos.
Sánchez-Cuenca
seguramente tiene razón en que es una batalla incómoda, ineficaz e impopular
(ya lo es de hecho para buena parte del consejo editorial y la Redacción de la
revista). Pero creo que, lejos de ser una rémora para la izquierda, es una
denuncia cada vez más necesaria. Quienes enfangan el periodismo y la libertad
de prensa convirtiendo el espacio público en un vertedero de bulos, mentiras y
falsedades a sabiendas tienen la mayor responsabilidad en la ultraderechización
de las sociedades, y España es una indiscutible potencia mundial en cloacas
mediáticas.
El reparto de
millones de euros de publicidad institucional desde las Comunidades Autónomas y
los ayuntamientos (que CTXT y otros cuatro medios acaban de denunciar
públicamente en Madrid) es uno de los principales motores que mueven los
engranajes de la prensa nacional. Ese riego es vital para muchos medios en
estos tiempos de descrédito del periodismo y lucha encarnizada por las
suscripciones, y creo que es uno de los factores, si no el primero, que ha
contribuido al fulminante adelanto electoral decidido por el presidente del
Gobierno. Llegar a unas elecciones generales sabiendo que los medios ultras de
Madrid, Aragón, Valencia, Andalucía, Murcia, Extremadura y Canarias iban a
pasar seis meses cociendo a fuego lento al Ejecutivo era demasiado incluso para
Sánchez.
Lo que me extraña
más de todo es que Sánchez-Cuenca minimice a estas alturas la importancia de
los medios en la configuración de la agenda y del voto. La expansión y
blanqueamiento de las ideas de extrema derecha; la legitimación del “que te vote
Txapote”; los asesinatos de carácter contra los líderes de Podemos y de los
partidos periféricos; los masajes continuos a personajes tan nefastos para el
bien común como Ayuso, Almeida o Abascal; la imposición del relato que interesa
en cada momento a poderosos como Florentino Pérez; la conversión del problema
político de Catalunya en un asunto judicial; el encubrimiento de los desmanes
del rey Emérito; el sesgo trumpista de la agenda política; la normalización de
los pactos entre PP y Vox y la diabolización de los votos conjuntos del
Gobierno bolivariano y Bildu… Todo este clima letal de mentiras, insultos,
persecuciones y silencios se ha fabricado en y desde los medios de comunicación
durante los últimos años; y si denunciar ese estado de cosas es una batalla
perdida, entonces la democracia estará perdida también.
Pese a este
panorama, Sánchez-Cuenca tira de optimismo antropológico, y escribe convencido
que la victoria de la izquierda en las generales no es imposible. Aunque añade
esta cautela: “Ya ni siquiera es suficiente que la sopa de siglas vaya unida en
la plataforma de Sumar. Es preciso, además, que remen en la misma dirección, es
decir, que lleguen a un diagnóstico compartido de qué tipo de políticas
públicas y qué manera de dirigirse a la ciudadanía encuentra en este momento
mayor receptividad. Para ello, Unidas Podemos debe entender que su declive no
es consecuencia solamente de la maldad congénita de los grupos mediáticos y
empresariales, sino de haber perdido la capacidad de influir en el debate
público y de ofrecer un programa político reconocible y mínimamente realista”.
El párrafo tiene
una parte indudable de razón y otra de dinamita. Porque, casualmente o no, el
calendario “ganemos o perdamos pero que sea pronto” diseñado por Sánchez obliga
a que esta síntesis de autocrítica, pragmatismo y contrición que Podemos
debería realizar (Sumar al parecer no tiene más que esperar sentada la
rendición y el arrepentimiento del partido en declive), la deba realizar en
solitario y en apenas nueve días.
Si echamos la vista
atrás, podemos recordar que Sumar y Podemos negociaron sin éxito entre febrero
y mayo un acuerdo para las municipales. Que Podemos pedía someter las listas a
primarias abiertas y que Sumar se negó, lo que convirtió el ilusionante acto
del Magariños en una catástrofe comunicativa. Añadamos que Más Madrid rechazó
aliarse con Podemos en Madrid. Que Compromís se negó a aliarse con Podemos en
Valencia. Que Podemos se apartó de la confluencia en Cádiz. Que la entrevista a
Yolanda Díaz en lo de Évole se centró únicamente en las maldades del jarrón
chino PIT. Todas estas decisiones, me parece, han contribuido al desastre
colectivo del 28 de mayo. Podemos ha desaparecido casi del todo del mapa
autonómico y municipal.
Yolanda Díaz ha
hecho campaña por candidaturas unidas y desunidas y todas ellas han perdido,
incluida Ada Colau. Más Madrid, la niña bonita de La Sexta, ha sido segunda y
tercera pero Ayuso y Almeida tienen mayoría absoluta (a Podemos le faltaron mil
votos para entrar en el Ayuntamiento). Compromís ha perdido todo el poder.
Todo esto no ha
pasado solamente por la maldad intrínseca de los medios, seguro que no, aunque
quizá los medios hayan ayudado un poco a que Iglesias, Montero, Belarra y
Echenique encabecen la lista de los políticos más odiados, junto a Sánchez y
Otegi. Ya sabemos que decir las verdades en este país tiene mucho más coste que
soltar bulos o gilipolleces, como hace Feijóo. Coincido con Sánchez-Cuenca: no
es ya tiempo de rencores ni de ponerse melindres. Pero creo que es de justicia
señalar que el fuego amigo y la batalla cultural que dan los medios han ayudado
muchísimo a acelerar o acentuar el declive de la izquierda. Y confío en que no
fuera una estrategia premeditada, porque el daño causado ha sido enorme, también
para los supuestos beneficiarios.
En fin, el momento
“paz sin territorios” ha llegado. Ahora sí, toca remar juntas. Seis años
después de Vistalegre II, los electores siguen clamando “unidad”. Pero todavía
hay partido, dice Pacho Sánchez-Cuenca, a condición de que Podemos entregue las
armas. No me cabe duda de que Podemos pondrá si hace falta el dinero y la sede,
pero espero que no entregue las armas. Porque, aunque sea una batalla inútil, o
la gente se aburra, el recién nacido Movimiento Sumar debería seguir
denunciando las mentiras y las trampas de los medios corruptos y de las élites
que los financian. Si no lo hace, y acepta bulo y pulpo como animal de
compañía, se parecerá tanto al PSOE que ahí sí estará todo perdido. Y diría que
para bastante tiempo.
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