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martes, 30 de mayo de 2023

NO TODO ESTÁ PERDIDO (A CONDICIÓN DE QUE PODEMOS ENTREGUE LAS ARMAS)

 

NO TODO ESTÁ PERDIDO (A CONDICIÓN DE QUE PODEMOS ENTREGUE LAS ARMAS)

A modo de réplica al artículo de Sánchez-Cuenca en ‘El País’

MIGUEL MORA

De todos los análisis que he leído estos días, seguramente uno de los más inteligentes y optimistas es el que publicó Ignacio Sánchez-Cuenca el 29 de mayo en El País, ‘No todo está perdido para la izquierda’. Sostiene el catedrático de Políticas de la Carlos III que “si el PSOE resiste y Sumar consigue integrar a las distintas fuerzas en un proyecto que despierte ilusión y movilice apoyos perdidos en ese espacio ideológico, cualquier cosa puede suceder” el 23 de julio.

 

Estando de acuerdo en su análisis sobre los tiempos políticos (perdidos) y la frustración que supuso que PSOE y Podemos tardaran cuatro años (2015-2019) en ser capaces de pactar una coalición de gobierno, siento disentir de mi querido amigo Pacho, que es además cofundador y consejero editorial de CTXT, en esa conclusión tan halagüeña. Aunque no me gusta nada ser cenizo ni profeta, creo firmemente que, llegados a este punto, está prácticamente todo perdido. El cambio de ciclo político es evidente y la llegada de la derecha trumpista a La Moncloa es imparable, y no solo por el viento de cola de la ola reaccionaria que recorre Europa y el mundo.

 

Los errores cometidos por el PSOE y por todas las fuerzas a su izquierda constituyen un lastre demasiado pesado para impedir la victoria del PP

 

Me temo que los errores cometidos por el PSOE y por todas las fuerzas a su izquierda, sin excepción, en los meses previos a la debacle vivida el 28 de mayo en las elecciones municipales y autonómicas, constituyen un lastre demasiado pesado como para movilizar masivamente a los votantes de izquierda que harían falta para impedir la victoria del PP y de la extrema derecha el 23 de julio.

 

Uno de los renuncios más importantes, me parece, lo cometieron a medias Pedro Sánchez (por acción) y Yolanda Díaz (por omisión), cuando dejaron solas a Irene Montero e Ione Belarra en la defensa de la Ley del solo sí es sí, mientras el PSOE se preparaba para votar junto al PP la contrarreforma de la norma. Aquello envió a los electores la señal de que la división en el Gobierno progresista era tan aguda que escondía en realidad dos crisis distintas: la complicidad entre el PSOE y Sumar (visible más tarde en el papel otorgado por Sánchez a Díaz en la pantomima de Tamames) para debilitar a Podemos, dejaba traslucir una fractura entre PSOE y Podemos, por un lado, y entre Sumar y Podemos, por el otro.

 

Esa concesión de Sánchez al marco punitivista de la extrema derecha –promovido desde medios corruptos como Ok Diario, Telecinco y La Sexta– decepcionó y desmovilizó a muchos electores de izquierdas, y especialmente a las feministas, y trasladó a los votantes progresistas la impresión de estar ante un gobierno ilegítimo y Frankenstein, etiqueta que, como señala Sánchez-Cuenca, la derecha utilizó desde el momento cero de la legislatura.

 

Pacho certifica, no sin malicia, esa visión de un gobierno dividido en tres al atribuir a “los ministros del PSOE y de Sumar” las leyes más importantes aprobadas por el Gobierno progresista en estos años. La mención a Sumar no es un lapsus, aunque sea algo capciosa, porque Pacho sabe que Sumar lleva apenas nueve meses constituida en plataforma / asociación –que no en partido político–, y las mejoras que cita (reforma de las pensiones, del mercado de trabajo, reforzamiento del Estado de bienestar, ley de eutanasia) forman parte del acuerdo de coalición PSOE-UP y se aprobaron antes del nacimiento del artefacto creado por la vicepresidenta segunda, que a día de hoy no ha dejado de ser (aunque fuera por designación de Pablo Iglesias) coordinadora del espacio y del grupo parlamentario Unidas Podemos. 

 

El artículo sostiene luego que, mientras Sánchez y Díaz arreglaban el país, Unidas Podemos se dedicaba a afilar “su perfil más ideológico, por un lado, centrándose en una parcela pequeña de las políticas públicas (todo lo relativo a la desigualdad de género y nuevos derechos civiles) y, por otro, metiéndose en batallas imposibles que no conectan con la ciudadanía (denuncia obsesiva de los medios y las empresas, frente antifascista, etc.): unos días parece partido de gobierno y otros de oposición”.

 

El oligopolio de la propiedad de los medios y la corrupción periodística son dos de los problemas más graves que afrontan las democracias

 

Dejando aparte que la lucha contra la desigualdad de género es una política pública crucial y una pelea básica para cualquier gobierno y electorado progresista, me gustaría centrarme en “las batallas imposibles que no conectan con la ciudadanía” porque una de ellas es una recurrente discusión del consejo editorial de CTXT. La revista viene denunciando desde su primer número (15/1/15) que el oligopolio de la propiedad de los medios y la corrupción periodística son dos de los problemas más graves que afrontan las democracias poscapitalistas, y en particular la española. A esta batalla que por cierto empezó liderando (si bien brevemente) Pedro Sánchez cuando fue destituido como secretario general del PSOE, se sumó Pablo Iglesias cuando se retiró de la política institucional, y en efecto se ha convertido en una de las principales señas de identidad del último Podemos.

 

 

Sánchez-Cuenca seguramente tiene razón en que es una batalla incómoda, ineficaz e impopular (ya lo es de hecho para buena parte del consejo editorial y la Redacción de la revista). Pero creo que, lejos de ser una rémora para la izquierda, es una denuncia cada vez más necesaria. Quienes enfangan el periodismo y la libertad de prensa convirtiendo el espacio público en un vertedero de bulos, mentiras y falsedades a sabiendas tienen la mayor responsabilidad en la ultraderechización de las sociedades, y España es una indiscutible potencia mundial en cloacas mediáticas.

 

El reparto de millones de euros de publicidad institucional desde las Comunidades Autónomas y los ayuntamientos (que CTXT y otros cuatro medios acaban de denunciar públicamente en Madrid) es uno de los principales motores que mueven los engranajes de la prensa nacional. Ese riego es vital para muchos medios en estos tiempos de descrédito del periodismo y lucha encarnizada por las suscripciones, y creo que es uno de los factores, si no el primero, que ha contribuido al fulminante adelanto electoral decidido por el presidente del Gobierno. Llegar a unas elecciones generales sabiendo que los medios ultras de Madrid, Aragón, Valencia, Andalucía, Murcia, Extremadura y Canarias iban a pasar seis meses cociendo a fuego lento al Ejecutivo era demasiado incluso para Sánchez.

 

Lo que me extraña más de todo es que Sánchez-Cuenca minimice a estas alturas la importancia de los medios en la configuración de la agenda y del voto. La expansión y blanqueamiento de las ideas de extrema derecha; la legitimación del “que te vote Txapote”; los asesinatos de carácter contra los líderes de Podemos y de los partidos periféricos; los masajes continuos a personajes tan nefastos para el bien común como Ayuso, Almeida o Abascal; la imposición del relato que interesa en cada momento a poderosos como Florentino Pérez; la conversión del problema político de Catalunya en un asunto judicial; el encubrimiento de los desmanes del rey Emérito; el sesgo trumpista de la agenda política; la normalización de los pactos entre PP y Vox y la diabolización de los votos conjuntos del Gobierno bolivariano y Bildu… Todo este clima letal de mentiras, insultos, persecuciones y silencios se ha fabricado en y desde los medios de comunicación durante los últimos años; y si denunciar ese estado de cosas es una batalla perdida, entonces la democracia estará perdida también. 

 

Pese a este panorama, Sánchez-Cuenca tira de optimismo antropológico, y escribe convencido que la victoria de la izquierda en las generales no es imposible. Aunque añade esta cautela: “Ya ni siquiera es suficiente que la sopa de siglas vaya unida en la plataforma de Sumar. Es preciso, además, que remen en la misma dirección, es decir, que lleguen a un diagnóstico compartido de qué tipo de políticas públicas y qué manera de dirigirse a la ciudadanía encuentra en este momento mayor receptividad. Para ello, Unidas Podemos debe entender que su declive no es consecuencia solamente de la maldad congénita de los grupos mediáticos y empresariales, sino de haber perdido la capacidad de influir en el debate público y de ofrecer un programa político reconocible y mínimamente realista”.

 

El párrafo tiene una parte indudable de razón y otra de dinamita. Porque, casualmente o no, el calendario “ganemos o perdamos pero que sea pronto” diseñado por Sánchez obliga a que esta síntesis de autocrítica, pragmatismo y contrición que Podemos debería realizar (Sumar al parecer no tiene más que esperar sentada la rendición y el arrepentimiento del partido en declive), la deba realizar en solitario y en apenas nueve días.

 

Si echamos la vista atrás, podemos recordar que Sumar y Podemos negociaron sin éxito entre febrero y mayo un acuerdo para las municipales. Que Podemos pedía someter las listas a primarias abiertas y que Sumar se negó, lo que convirtió el ilusionante acto del Magariños en una catástrofe comunicativa. Añadamos que Más Madrid rechazó aliarse con Podemos en Madrid. Que Compromís se negó a aliarse con Podemos en Valencia. Que Podemos se apartó de la confluencia en Cádiz. Que la entrevista a Yolanda Díaz en lo de Évole se centró únicamente en las maldades del jarrón chino PIT. Todas estas decisiones, me parece, han contribuido al desastre colectivo del 28 de mayo. Podemos ha desaparecido casi del todo del mapa autonómico y municipal.

 

Yolanda Díaz ha hecho campaña por candidaturas unidas y desunidas y todas ellas han perdido, incluida Ada Colau. Más Madrid, la niña bonita de La Sexta, ha sido segunda y tercera pero Ayuso y Almeida tienen mayoría absoluta (a Podemos le faltaron mil votos para entrar en el Ayuntamiento). Compromís ha perdido todo el poder.

 

Todo esto no ha pasado solamente por la maldad intrínseca de los medios, seguro que no, aunque quizá los medios hayan ayudado un poco a que Iglesias, Montero, Belarra y Echenique encabecen la lista de los políticos más odiados, junto a Sánchez y Otegi. Ya sabemos que decir las verdades en este país tiene mucho más coste que soltar bulos o gilipolleces, como hace Feijóo. Coincido con Sánchez-Cuenca: no es ya tiempo de rencores ni de ponerse melindres. Pero creo que es de justicia señalar que el fuego amigo y la batalla cultural que dan los medios han ayudado muchísimo a acelerar o acentuar el declive de la izquierda. Y confío en que no fuera una estrategia premeditada, porque el daño causado ha sido enorme, también para los supuestos beneficiarios.

 

En fin, el momento “paz sin territorios” ha llegado. Ahora sí, toca remar juntas. Seis años después de Vistalegre II, los electores siguen clamando “unidad”. Pero todavía hay partido, dice Pacho Sánchez-Cuenca, a condición de que Podemos entregue las armas. No me cabe duda de que Podemos pondrá si hace falta el dinero y la sede, pero espero que no entregue las armas. Porque, aunque sea una batalla inútil, o la gente se aburra, el recién nacido Movimiento Sumar debería seguir denunciando las mentiras y las trampas de los medios corruptos y de las élites que los financian. Si no lo hace, y acepta bulo y pulpo como animal de compañía, se parecerá tanto al PSOE que ahí sí estará todo perdido. Y diría que para bastante tiempo.

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