ESPAÑA ESTÁ FATAL
ANTÓN LOSADA
La derecha española, siempre tan de ley y orden y patria y rey, aplaude enfervorizada que una jefa de protocolo de un Gobierno regional manosee y corte el paso hacia una tribuna de autoridades a un ministro del Gobierno de España como si la verdadera autoridad fuese ella y de ella dependiera el mantenimiento del orden, no protocolario, sino constitucional.
La izquierda española llora desconsolada y afligida por el final del programa Sálvame en Telecinco, mientras algunos nos descubren que Jorge Javier Vázquez es el príncipe del pueblo y que ese plató en Mediaset residenciaba el ágora donde se expresaba la verdadera voz y el auténtico sentir de la ciudadanía, para desagrado y disgusto del poder.
España está fatal.
Da igual que, en todas las encuestas, casi ocho de cada diez españoles se
declaren felices con su vida y optimistas con su economía. Los síntomas no
pueden presentarse más claros. Cuesta imaginar dos indicadores más fiables y
concluyentes respectó al alcance de los desperfectos institucionales y los
daños al sentido común que se nos han ido acumulando desde la Gran Recesión;
cuando descubrimos que ser propietario y tener una hipoteca no eran exactamente
lo mismo; o que la democracia que nos estaba pareciendo tan barata nos acabaría
saliendo muy cara.
Está todo al revés.
Ni la mismísima pareja de la Guardia Civil sabría ahora mismo qué hacer. Si
abrirle paso al ministro del Reino de España o plantarse a las puertas de los
estudios de la cadena del cinco para proteger a los príncipes del pueblo.
Disparar al sol que sale por donde no es para hacer frente a tanto sin dios,
igual que el cabo Gutiérrez en Amanece que no es poco, se antoja lo único
razonable y constitucional.
Ahora que, gracias
a Díaz Ayuso, sabemos que blocar a una autoridad del Estado representa un acto
de libertad, el cielo es el límite
Ahora que, gracias
a Díaz Ayuso, sabemos que blocar a una autoridad del Estado representa un acto
de libertad, el cielo es el límite. Lo siguiente puede consistir en espetarle
al presidente del Gobierno que, si quiere ir a una cena de gala en Madrid, en
Barcelona o en Ourense, se apunte a las listas del paro por si acaso hicieran
falta camareros para servirla. Cualquier día se niegan a saludar porque la
buena educación y la cortesía institucional constituyen otra imposición de la
corrección política progre.
Si un ministro no
es quien para entrar en un acto organizado por la Comunidad de Madrid, quién es
la presidenta de esa misma comunidad, o sus recaudadores, o sus policías, o sus
médicos, o sus profesores, para entrar en mi propia casa. A fin de cuentas,
“usted será técnico del Estado, pero yo soy Paganini”. La disonancia cognitiva
que aqueja a la derecha mediática y política en España empieza a alcanzar
niveles patológicos. Hay que volver a instruir desde lo más básico.
La autoridad no es
opcional. Quien la ejerce, la acata. La autoridad democrática no depende de
quien la detenta. Los ministros y las ministras de unos y otros van y vienen,
pero el Estado debe permanecer. Por eso, una autoridad no puede cortar el paso
a otra autoridad del Estado en un espacio público y en un acto institucional,
porque ambas representan un valor superior que debe permanecer y prevalecer
sobre la oportunidad o el momento.
No deja de producir
cierta ternura contemplar a una izquierda tan repleta de maestros de la esgrima
intelectual, estrategas visionarios y tácticos de habilidades inverosímiles
confesarse atemorizados ante la inminencia de la omnipresencia de la invencible
Ana Rosa Quintana, como avanzadilla de una temible conspiración para
desposeernos de este paraíso de pluralismo informativo donde vivíamos y no lo
sabíamos.
Qué poca confianza
en la inteligencia de esa ciudadanía a la que tanto apelan y siempre proclaman
representar. Como si fuera tan fácil engañarla o adoctrinarla con unas imágenes
prefabricadas y un par de tertulianos dispuestos a defender estos principios; o
aquellos si se pagan mejor. Como si no supieran que muchos de los preclaros
líderes que ahora les previenen sobre la malvada Bruja Mala del Oeste corrían
ayer a su encuentro cada vez que les daba audiencia.
Lo único bueno de
tanto desorden hispano reside en que algunas cosas se han colocado en su sitio,
aunque fuera por puro azar. Ahora nos percatamos de que le hemos estado
llamando telebasura a lo que únicamente era entretenimiento rápido y que sólo
es dañino si se toma en serio, y le seguimos llamando periodismo a lo que nunca
pasó de telebasura. Nunca es tarde para descubrir la realidad. Acostumbra a ser
el primer paso para cambiarla.
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