CARTELERÍA
GERARDO TECÉ
El polémico cartel de
Podemos en el barrio de Salamanca (Madrid). / Twitter
Celebración familiar. Mi padre cumple 70 y vuelvo al barrio en el que crecí. No venía desde hacía unas cuantas semanas. Las calles están engalanadas por las elecciones. De las farolas cuelga, cada 10 metros, el rostro del candidato del PP. El barrio ha envejecido, como mi padre. Su demografía ha cambiado y con ella la cartelería. Cuando era pequeño se veían más caras de candidatos por aquí. Los había del PP, del PSOE, e incluso en la calle que no era de paso en la que los chavales mayores fumaban porros escondidos, se veían candidatos de Izquierda Unida. Antes la cosa estaba más repartida, lo cual indicaba que era un barrio en disputa. Hoy eso ya no existe, tal y como explica que, además de ver poca gente joven, tampoco veas un ápice de color rojo en el inmobiliario urbano. Tiene que ver con el funcionamiento de la ley electoral. Hasta hace un rato pensaba que la cara que colgaba de las farolas dependía de qué partido había sacado mejor resultado cuatro años atrás en esas calles. Pero no. Mientras llegan los postres y la comida familiar se disuelve parcialmente porque el nieto, cabeza de cartel absoluto de la familia, ha sacado la pelota, saco el móvil y descubro que no funciona así.
Al parecer la Junta
Electoral habilita ciertas calles de la ciudad para colgar caretos, y los
partidos, por orden de votos conseguidos en la convocatoria anterior, van
eligiendo, una a una, como los niños eligen equipo en el patio del colegio, las
calles en las que quieren estar. El resultado final acaba siendo el mismo, lo
cual da que pensar. Los partidos eligen, sistemáticamente, estar en aquellos
lugares donde ya les votan. No deja de ser curioso, si uno es capaz de
abstraerse de los vicios instalados, que una campaña electoral consista, también
mediante la cartelería, en hablarle a los tuyos. Según la ley que regula todo
esto, en teoría los catorce días de campaña electoral suponen un proceso
mediante el cual los políticos deben convencer a la ciudadanía. Es una ley
vieja, como el barrio en el que crecí. Si fuera moderna diría que la campaña
electoral consiste en recordarles a los que te votan que vuelvan a votarte para
que no ganen los otros. Cada uno lo hace a su forma. Feijóo con sus lapsus,
Sánchez con sus promesas. En eso la ley electoral no se mete.
Los partidos
eligen, sistemáticamente, estar en aquellos lugares donde ya les votan
La cartelería de
las farolas no es solo cartelería. Es también la demostración de que la cámara
de eco en la cual uno se relaciona con los iguales para escuchar lo que quiere
escuchar no es un invento de las redes sociales. Las farolas ya estaban ahí
antes de la llegada de Twitter. Lo sé porque existen farolas fernandinas –única
aportación positiva de Fernando VII a este país–, pero no existen las redes
sociales fernandinas, por mucha estupidez y borbonismo que abunde en ellas.
Esta cámara de eco en la que vivimos, en campaña y fuera de ella, provoca que
la salida de la cámara sea considerada un movimiento agresivo. El otro día
Podemos colocaba un cartel gigante con la cara de su candidato para el
ayuntamiento de Madrid en pleno barrio de Salamanca, y el asunto fue entendido
como cosa exótica para hacer reportajes de televisión. Una especie de cámara
oculta a los vecinos a los que, lógicamente, les pareció una provocación
innecesaria, mientras a los de Podemos se les antojó un buen motivo para
echarse unas risas, aunque traducido a votos en la zona aquello fuese dinero
tirado.
Tal es la potencia
de la cámara de eco que no hay candidato que no sepa lo que debe decirles a sus
votantes, quienes, a su vez, también saben a la perfección lo que deben
escuchar. El mejor ejemplo lo vemos hoy. Una candidata de Vox al Ayuntamiento
de Parla ha sido detenida en una operación contra el narcotráfico acusada de
ser parte de una red de venta de cocaína. A pesar de dedicarse al tráfico de
drogas, horas antes de ser detenida, la candidata le contaba a sus votantes lo
que sus votantes querían escuchar: que en Parla hay mucha delincuencia. No la
culpen. Es cuestión de cartelería.
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