FERROVIAL COMO SÍNTOMA: EL PODER CORPORATIVO EN ALZA, UN PROBLEMA
PARA LA ECONOMÍA
"La historia del capitalismo es la de un proceso de
concentración que no ha dejado de intensificarse", explica el economista
Fernando Luengo
FERNANDO LUENGO
Un trabajador de Ferrovial en Madrid. REUTERS/Susana Vera
La economía convencional habla de oferta y demanda, de costes y precios, de productividad, de competencia, de inflación y deflación, de exportaciones e importaciones, de crisis y recuperación… pero se oculta o queda diluido lo fundamental: que nada de eso se puede explicar sin poner en el centro de la reflexión (y, en consecuencia, también de las políticas económicas) el poder corporativo.
Porque ya deberíamos saber que las manos visibles de los mercados y del capitalismo son las grandes corporaciones, y no la competencia perfecta, donde, se nos cuenta, que los mercados son abiertos y ninguna de las empresas puede operar de manera duradera con beneficios extraordinarios.
La historia del
capitalismo es la de un proceso de concentración que no ha dejado de
intensificarse, en períodos de normalidad y de crisis. No es que las grandes
empresas influyan y condicionen la operativa de los mercados, es que, en
realidad, son el mercado. En el capitalismo realmente existente, el que importa
analizar, dominan los oligopolios; existen importantes barreras de entrada que
limitan la competencia, las empresas disponen de capacidad y poder para fijar
los precios, tanto en sus relaciones con los proveedores como en los bienes y servicios
que producen.
Tienen conexiones
accionariales entre sí, cuentan con posiciones hegemónicas en los diferentes
sectores, registran beneficios extraordinarios, eluden sus obligaciones
tributarias, reciben importantes apoyos públicos, operan en paraísos fiscales y
disponen de un amplio margen para deslocalizar los procesos productivos. No se
trata, por tanto, de coyunturas excepcionales ni de deformaciones de los
mercados, sino de una estructura empresarial oligárquica, cada vez más
acentuada, característica del capitalismo.
Lo sucedido en los
últimos años es un elocuente ejemplo del poder corporativo. La pandemia y la
guerra no solo han ofrecido suculentos nichos de negocio para las grandes
firmas sino también estupendas oportunidades para posicionarse en mercados que
cuentan con un gran potencial de crecimiento. Y ahí están las farmacéuticas
rentabilizando las vacunas y beneficiándose del dinero público invertido en su
investigación y puesta a punto; las energéticas explotando el control que tienen
en la producción, comercialización y venta de combustibles; los oligopolios
provocando la inflación y al mismo tiempo haciendo caja con la misma; las
grandes del transporte, de la alimentación y la distribución comercial
obteniendo asimismo enormes beneficios del crecimiento desbocado de los
precios; los grupos empresariales occidentales que están entrando a saco en la
adquisición, a muy buen precio, de las «tierras negras» de Ucrania,
extraordinariamente fértiles; las grandes firmas tecnológicas reforzando sus
posiciones para controlar la oferta de minerales y materiales estratégicos; las
empresas del complejo militar-industrial frotándose las manos con la
prolongación e intensificación de la guerra en Ucrania, el aumento de las
tensiones con China y, en general, con la escalada militarista.
En esta relación de
pingües negocios es obligado citar las desorbitantes ganancias cosechadas en
España por los grandes bancos y las energéticas. En 2022, han aumentado sus
beneficios, respectivamente, en un 25% y un 42%, muy por encima de la tasa de
inflación (compare el lector con la pérdida de capacidad adquisitiva de los
salarios de la mayor parte de los trabajadores, cuyo aumento promedio ha sido
del 2,8% o los más de 13 millones de personas que (mal)viven en situación de
pobreza o exclusión social). Estamos hablando de las mismas empresas que se han
escandalizado y han llevado a los tribunales la muy modesta (y claramente
insuficiente) decisión de introducir una tasa excepcional y transitoria que
grabe las ventas y los beneficios. De este privilegiado grupo forma parte
Ferrovial que, recientemente, después de embolsarse muchos euros de dinero
público (algunos cálculos lo cifran en más de 9.000 millones desde 1991) ha
anunciado su decisión de trasladar su sede social a Holanda.
Es importante ser
consciente de que el poder económico se ha convertido y se convierte
continuamente en poder político, y este favorece los intereses corporativos. Es
un camino de dos direcciones. Las élites económicas, con fuertes conexiones
entre ellas, cuentan con instrumentos muy eficaces para trasladar su poder a
las instituciones y a los gobiernos, a través de la presencia directa en los
mismos o desde los numerosos grupos de presión que operan en espacios opacos
Lejos de
debilitarse, el poder corporativo está más presente y más fuerte que nunca para
disputar a la ciudadanía los recursos públicos que movilizan los Estados y para
bloquear la posibilidad de que las políticas presupuestarias se financien con
equidad. Un ejemplo cercano lo tenemos en los fondos europeos que, con la
aquiescencia del gobierno de coalición, están siendo masivamente canalizados
hacia las grandes firmas, que cuentan con la logística de grandes consultoras y
despachos jurídicos para gestionarlos. Otro ejemplo está en su capacidad para
evitar que entre en la agenda política el debate sobre la progresividad
tributaria.
Las corporaciones
ocupando y beneficiándose de lo público, convirtiendo lo común en espacio de
valorización del capital y en fuente de beneficios extraordinarios. ¡Nada que
ver con la falsa disyuntiva entre lo privado y lo público!
Solo desde la
posición prominente de las corporaciones se puede entender cabalmente el
contenido de las políticas económicas: la desregulación de las relaciones
laborales, las medidas de ajuste salarial y presupuestario, el diseño de los
grandes acuerdos comerciales transfronterizos, la privatización y
mercantilización del sector público o la política favorecedora de los intereses
corporativos realizada por los bancos centrales. Las grandes empresas han
impuesto a gobiernos e instituciones su hoja de ruta.
Estas son las
razones por las que es necesario y urge actuar para debilitar el poder
corporativo; en los ámbitos de la regulación para evitar la colusión entre
grupos y garantizar una mayor transparencia en el funcionamiento de los
mercados, introduciendo una fiscalidad progresiva sobre los beneficios y las
rentas del capital, prohibiendo los paraísos fiscales, protegiendo los bienes
comunes, limitando las retribuciones de ejecutivos y accionistas, introduciendo
una estricta condicionalidad en materia de derechos laborales, equidad de
género y sostenibilidad a la hora de acceder a los recursos públicos.
Avanzar en esa
dirección y vencer las resistencias de las elites empresariales y políticas,
superar la tibieza del gobierno de coalición, es la condición sine qua non para
que se abra camino una política progresista al servicio de las clases
populares.
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