DE TRANSICIÓN MODÉLICA A RESTAURACIÓN CORRUPTA
Todo hace
indicar que la denuncia por amenazas presentada contra Juan Carlos I por
Corinna Larsen en el Reino Unido será la única forma de echar algo de luz sobre
las sombras de este periodo histórico
ctxt
Merienda real.
Según la Fiscalía suiza, Juan Carlos de Borbón, rey de España durante 39 años, escondió en una cuenta secreta de la banca Mirabaud 100 millones de dólares que le donó el rey de Arabia Saudí, Abdulá bin Abdulaziz. Bin Abdulaziz era el monarca absoluto de uno de los países más tiránicos del mundo, un régimen wahabita, protector de yihadistas, en el que las mujeres carecen de los derechos más elementales. La donación se produjo en agosto de 2008: la economía global empezaba a hundirse, y España y Arabia estrecharon lazos con un acuerdo bilateral. Aquel año, Arabia Saudí ejecutó a 102 personas, según Amnistía Internacional, la mayoría por decapitación. Un año antes, en 2007, Juan Carlos I había contribuido a blanquear al régimen saudí al entregar al tirano Abdulá la mayor distinción que puede conceder el rey a título personal, el Toisón de Oro.
La trama destapada
por la fiscalía helvética es de lo más vulgar: el dinero partió de una
fundación saudí hacia una fundación vinculada al rey español, y con el tiempo
transitó por testaferros y por un par de paraísos caribeños. Unos años más
tarde, en 2012, Juan Carlos regaló buena parte de ese dinero, 65 millones, a su
amante Corinna Larsen, que está siendo investigada por blanqueo de capitales.
El Congreso debe
investigar a fondo el asunto. Y el Gobierno “progresista” tiene que facilitar
ese camino en vez de torpedearlo. Los fiscales y los jueces deben actuar para
proteger el Estado de Derecho y confirmar que la justicia es igual para todos
En aquel momento,
millones de españoles sufrían los efectos de la Gran Recesión. En su mensaje de
Nochebuena de 2008, el rey animó textualmente a la ciudadanía a “vencer
problemas y dificultades, [actuando] con realismo, rigor, ética y mucho
esfuerzo, anteponiendo siempre el interés general sobre el particular”. En
2011, cuando se conocieron las andanzas corruptas de su yerno, Iñaki
Urdangarín, Juan Carlos enfatizó en su mensaje navideño: “Cualquier actuación
censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es
igual para todos”.
En 2014, Juan
Carlos I abdicó o fue obligado a hacerlo. Ahora se entiende mejor la espantada.
Desde entonces, la justicia española ha rechazado investigar las opacas
finanzas del monarca, pese a que una información de The New York Times calculó
su fortuna en más de 2.000 millones de dólares, y pese a los indicios de delito
contenidos en las supuestas revelaciones de Corinna al excomisario corrupto
José Villarejo. Esto cambió hace seis meses, cuando el juez de la Audiencia
Nacional Manuel García Castellón decidió reabrir el caso. Hasta ahora, la
mayoría del Congreso ha impedido investigar, argumentando que Juan Carlos era
inviolable mientras ejerció su cargo. Aunque ya no se trata de indicios, sino
de pruebas obtenidas por la justicia suiza, el PSOE insiste en rechazar una
comisión de investigación aduciendo que un poder del Estado no puede investigar
a otro. La excusa no vale, porque Juan Carlos no es ya un poder del Estado.
En todo caso, la
inviolabilidad del Jefe del Estado no electo nunca puede aplicarse a actos
ajenos al desempeño del cargo, como ha explicado en estas páginas el jurista y
magistrado emérito del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín. La
Constitución establece que los actos del rey deben ser refrendados por el
Gobierno o los ministros, y es evidente que ningún ministro va a refrendar un
posible cohecho ni la comisión de un delito contra la Hacienda Pública.
El proceso abierto
por la justicia suiza pone a la monarquía española ante un enorme dilema
político. Su magnitud y su repercusión pueden afectar a la institución misma.
Cuando Juan Carlos cedió el trono a su hijo, Felipe VI, solo se hizo lo
previsto: la jefatura del Estado pasa de unas manos a otras dentro de la misma
familia. Este privilegio conlleva una obligación y una carga, pues el sucesor
asume y representa el pasado. En su discurso de proclamación, Felipe VI lo
explicó así: “Quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre,
el rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra
historia con un legado político”. En los últimos años, Juan Carlos de Borbón ha
seguido siendo miembro de la Casa Real y como tal ha cobrado un sueldo (194.232
euros en 2018). Solo dejó de serlo a partir de junio del año pasado. Ahora se
entiende mejor.
¿Cómo debe
reaccionar una democracia moderna ante una situación tan delicada como esta,
que parece confirmar que el virus de la corrupción, el engaño y la omertà, que
aquejó durante décadas a élites, partidos, gobernantes, policías, empresarios,
sindicatos, jueces y periodistas, surgía con toda naturalidad desde lo más alto
del Estado?
Ya hemos visto que
muchos de los que se denominan defensores de las instituciones democráticas
prefieren correr un tupido velo y fingir que todo esto son rescoldos de un
pasado ya superado en el que no merece la pena detenerse. Esta actitud, tan
habitual en España, conlleva un peligro no sólo para la democracia sino para la
propia monarquía, una institución que rechazan al menos la mitad de los
españoles. Mirar hacia otro lado ante un asunto que ocupa las portadas de los
periódicos de medio mundo puede convertirse en un bumerán para quienes traten
de impedir que el caso se aclare y se depure.
El rey debería dar
explicaciones urgentes a la ciudadanía. No es imaginable que desconociera los
negocios privados de su padre, y sabe muy bien que llegó a la jefatura del
Estado antes de lo previsto porque las amistades peligrosas de Juan Carlos eran
cada vez menos secretas. En segundo lugar, si quiere mantener algo de
credibilidad y la confianza de la sociedad, el rey debería convencer al emérito
para que devuelva al erario público todo el dinero supuestamente sustraído al
fisco.
Además, el Congreso
debe investigar a fondo el asunto. Y el Gobierno “progresista” tiene que
facilitar ese camino en vez de torpedearlo. Por fin, los fiscales y los jueces
deben actuar para proteger el Estado de Derecho y confirmar, ahora sí, que la
justicia es igual para todos.
Si nada de esto
sucede, la vista de la denuncia por amenazas presentada contra Juan Carlos por
Corinna Larsen en el Reino Unido [que ha publicado el 10 de septiembre de 2021
en exclusiva CTXT] será la única forma de echar algo de luz sobre las enormes
sombras de este periodo histórico, que empezó siendo conocido como la
Transición modélica y que tal vez acabe apareciendo en los libros de Historia
como la Restauración corrupta. Combatir esta opacidad, esa impunidad, es la
razón por la que nuestra revista, que no suele publicar exclusivas y siempre
presume de llegar tarde a las últimas noticias, ha decidido traducir la demanda
completa y dejar que el público lector se forme su propia idea sobre un asunto
que confunde y cruza todo el tiempo los límites entre lo público y lo privado,
en el que es difícil saber si hay inocentes, y que empezó llamándose Caso
Corinna pero debería llamarse Caso Emérito.
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