DOCTRINA PAROT VS. DOCTRINA MILLÁN ASTRAY
ANÍBAL MALVAR
Los mismos que no se espantan porque el alcalde de Madrid recupere el nombre del asesino fascista José Millán-Astray para el callejero capitalino, se escandalizan porque en Mondragón y otras localidades la izquierda abertzale quisiera montar un homenaje al asesino etarra Henri Parot.
Lo curioso de este asunto es que tanto la restitución de la calle en homenaje al sanguinario militar franquista, como el (ya suspendido) acto de solidaridad con el cruento etarra estaban avalados por los tribunales: el Superior de Justicia de Madrid en el primer caso, y su homólogo vasco y la Audiencia Nacional en el segundo.
Esto de homenajear a los asesinos propios es práctica cotidiana en nuestra sociedad. En Euskadi sucede con los ongi etorri y en el resto de España con las constantes misas y homenajes a los asesinos franquistas.
Yo no estoy seguro
de si estas exaltaciones de la violencia y los violentos deben ser permitidas,
ignoradas o prohibidas. Son trivialidades para las que no estoy capacitado, y
por eso no he salido juez. Pero creo que deberíamos hablarlo, algo que en
España, hasta la fecha, no se le ha ocurrido a nadie.
El ABC, pertinaz
blanqueador de los héroes del franquismo, aprovecha lo de Parot para sacar su
artillería más reaccionaria y meter a todo quisqui en la trena de por vida.
Parot lleva 31 años en la cárcel, le quedan ocho para salir en libertad, pero
al torcuatiano diario le parece poco: "El hecho de que un sujeto con
semejante historial tenga prevista la fecha de su excarcelación demuestra la
benevolencia del sistema penal español", escribe en su editorial Miseria
moral contra las víctimas. No exige garrote vil porque en España apenas queda
industria, como se demostró con las mascarillas, y habría que comprarle la
máquina de matar a fabricantes chinos, y eso no suena nada patriótico.
A uno le provoca
malsana envidia observar cómo otros países han logrado superar pasados tan
vergonzantes como el nuestro. Pongo el ejemplo de los alemanes y media Francia
colaboracionista con el nazismo. La diferencia, quizá, es que allí han
cicatrizado sus pasados con memoria y aquí los hemos intentado sanar con el
olvido.
Me dirán mis trolls
abertzales que, a diferencia de los criminales franquistas, los etarras están
cumpliendo durísimas condenas y van pagando a la sombra el daño que han hecho.
Y llevan razón. Más si tenemos en cuenta que los terroristas de la ultraderecha
nostálgica que también sembraron de
sangre nuestra transición (masacre de Atocha, por ejemplo) se van muriendo
todos plácidamente en la cama.
El Mundo nos habla
también en su editorial de cadena perpetua, insinuándola para Parot. De humillación
a las víctimas. Tras el fin de ETA, la historia de Euskadi sigue pareciendo una
ya incruenta batalla entre unas víctimas y otras. Todos se consideran víctimas.
Todos nos consideramos víctimas de unos u otros (algunos, de los dos). Hemos
adoptado el victimismo como ideología, como principio vital, como motor de
nuestra historia. Y así nos va.
El problema, uno de
ellos, es que tenemos unos medios de comunicación tradicionales que basan su
estrategia de ventas en la crispación y el enconamiento. Divide y venderás, es
su lema editorial y comercial. En la tele y en las radios funciona muy bien. En
la prensa escrita, menos. Ya no venden un carajo. Pero se creen Goya pintado la
España del garrotazo y se quedan tan contentos.
Yo no sé si algún
día se podrá analizar con perspectiva todo el mal que hemos hecho los medios de
comunicación españoles durante nuestras múltiples y sucesivas necesidades de
reconciliación. En la etapa felipista, nos empeñamos en el excesivo
edulcoramiento del franquismo. Con el paso de los años, hemos cambiado el
azúcar por la bilis para llenar nuestros tinteros. Demasiados renglones
torcidos para escribir nuestra historia.
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