SILENCIO Y
OCULTACIÓN DE LA TORTURA EN ESPAÑA
ESCRITO POR ANTONIO MAESTRE
Las violaciones
sistemáticas de los derechos humanos en nuestro país quedaron patentes en el
informe del Comité Europeo para la prevención de la tortura y de las penas o
tratos inhumanos o degradantes (CPT) presentado el 30 de abril de 2013 al
Gobierno.
“Si no somos
hipócritas, uno tiene que entender que si detienes a un señor que ha matado a
23 personas y lo interrogas y confiesa, ¿qué es lo que le ha hecho confesar? Ha
habido golpes, presiones físicas que no dejan huella, pero que puedes pensar
que se producen. Presiones psíquicas, también. ¿Alguien se cree que declaran lo
que declaran sin coacciones?” Son palabras de Luis Roldán, exdirector de la
Guardia Civil, en El País, donde reconoció abiertamente el uso institucional de
la tortura en España.
La tortura ha
sido una práctica habitual en España a lo largo de la historia, desde
Torquemada al cuartel de Intxaurrondo, pasando por Billy el Niño en las
dependencias de la Puerta del Sol. La tortura es la sublimación de la crueldad
humana, el mayor acto de inhumanidad que tiene nuestra especie, la
escenificación del sadismo. Es por ello que creemos que corresponde al pasado,
a épocas pretéritas en las que la vida humana no tenía valor alguno y el
respeto a los derechos humanos no era más que una ilusión utópica.
En España
tendemos a identificar la tortura con actos de extremado salvajismo que se
daban durante la Inquisición y en épocas antidemocráticas, obviando la
preceptiva amnesia de la Transición. Ya no se usan instrumentos terroríficos
para conseguir una confesión del pecador que salve su alma como el
rompecráneos, o la cuna de Judas, un artefacto usado en la Edad Media en el que
la víctima era izada con cuerdas sobre la punta de una pirámide de tal forma
que su peso reposara sobre el punto situado en el ano, la vagina o el perineo.
Los métodos
modernos de tortura, limpios y asépticos, no son más que la lógica consecuencia
del progreso. Aumentar la efectividad y reducir el riesgo, sobre todo el de
escándalo público. Las sociedades modernas están adormecidas ante la innegable
realidad de que la tortura sigue siendo una práctica habitual. La evolución
social, política y moral de Occidente ha hecho observar con desdén la tortura,
propia de sociedades sin civilizar, y mirar hacia otro lado para no aceptar la
existencia de la tortura en los Estados de Derecho modernos. El deseo de
infligir daño a otros seres humanos es innato y aparece irremisiblemente en
determinadas circunstancias, que incluso puede ser inducido cuando un individuo
sien- te apoyo institucional.
En 1971, el
psicólogo Philip Zimbardo realizó un experimento en la Universidad de Stanford
en el que atribuyó a una serie de estudiantes voluntarios dos roles diferentes
en un contexto carcelario. Recreó una prisión y dividió a los estudiantes al
azar otorgándoles el papel de presos y guardias. El experimento tuvo que ser
abandonado abruptamente porque los estudiantes empezaron a asumir el papel
ficticio como verdadero y los estudiantes que ejercían de guardias realizaron
actos de sadismo y tortura contra los prisioneros. El ensayo demostró cómo
cualquier ser humano, cuando se le proporciona una ideología legitimadora y
apoyo institucional, puede adoptar roles de extrema crueldad y llegar incluso a
disfrutar mientras tortura.
Cinco días de
golpes, humillaciones, insultos, ahogamientos y ejecuciones simuladas. Eso es
lo que vivió el periodista Martxelo Otamendi en 2003 en el cuartel de la
Guardia Civil de Intxaurrondo tras ser detenido por el cierre del periódico
Egunkaria acusado de colaboración con ETA. Cuando Otamendi denunció ante el
juez instructor las torturas a la que fue sometido, la reacción del Estado fue
demandar nuevamente por colaboración con ETA a la cúpula de Egunkaria – Ignacio
Uria, Xabier Alegría y Xabier Oleaga–, por el simple hecho de denunciar las
torturas. María Dolores de Cospedal, entonces subsecretaria del ministro del
Interior, argumentaba que los miembros de Egunkaria seguían “a pies juntillas”
las instrucciones de ETA, que en un informe requisado al Comando Araba en 1998
aconsejaba a sus militantes denunciar torturas cuando fueran detenidos.
Otamendi relató
ante el juez de instrucción que se le impidió dormir, que fue obligado a
realizar actos de humillación sexual, que sufrió insultos homófobos, y la
escenificación de su ejecución situando un objeto metálico en la sien que él
interpretaba como un arma simulando ser disparada, además de efectuarle
técnicas de asfixia con un plástico. Tras ver cómo le fue negado cualquier
amparo judicial en España, recurrió al Tribunal Europeo de Derechos Humanos
(TEDH ) basándose en la violación de los aspectos procesales del artículo 3 del
Convenio de Derechos Humanos, es decir, “la ausencia de una investigación
efectiva por parte de las autoridades nacionales tras la presentación de una
denuncia por torturas y otros malos tratos”. El Tribunal dio la razón a
Otamendi y condenó al Estado español por no investigar los hechos denunciadas y
violar el acuerdo internacional que versa sobre la tortura y los malos tratos.
La condena por
el caso Otamendi no ha sido la única que ha sufrido España. Según denuncia el
Instituto de Derechos Humanos de Cataluña, desde 2004 se han producido cinco
sentencias condenatorias más del Tribunal de Estrasburgo en lo relativo a la
vulneración del convenio de derechos humanos que versa sobre la tortura y malos
tratos.
Algunas
condenas contra el Estado español, como el caso de Mikel Iribarren, no se
circunscriben al ámbito propiamente de la tortura, sino que se debieron a
demandas derivadas de actuaciones policiales en la disolución de altercados.
Sin embargo, las condenas contra España han sido habituales. En 2004 fue
condenada por no investigar la denuncia de torturas realizadas contra 15
independentistas catalanes, acusados de colaboración con Terra Lliure,
detenidos en los días previos a la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992
en Barcelona.
Negligencia de
Garzón
Los demandantes
alegaron haber sufrido golpes, ahogamientos con bolsas de plástico, privación
de sueño o la obligación de permanecer durante largo tiempo en posiciones
dolorosas. La sentencia no dio veracidad a los malos tratos, pero condenó a
España por no haber realizado una investigación efectiva. El Tribunal de
Estrasburgo acusó a Baltasar Garzón, juez instructor de la Audiencia Nacional,
de que en el informe forense solicitado no se considerara la posibilidad de que
se hubieran producido malos tratos psíquicos. Otras dos sentencias del TEDH
condenaron a España en 2010, atendiendo a los mismos argumentos, por las
torturas a Mikel San Argimero Isasa y, en 2011, en el caso de Aritz Beristain.
Las violaciones
sistemáticas de los derechos humanos en nuestro país quedaron patentes en el
informe del Comité Europeo para la prevención de la tortura y de las penas o
tratos inhumanos o degradantes (CPT) presentado el 30 de abril de 2013 al
Gobierno. Durante su visita a España entre mayo y junio de 2011 el CPT había
identificado evidencia de tortura y malos tratos en 10 de los 11 casos
estudiados en relación a personas detenidas en régimen de incomunicación por la
Guardia Civil ese mismo año.
“La información
recopilada en el transcurso de la visita de 2011 pone de manifiesto una vez más
la necesidad de una acción decidida de las autoridades para abordar el tema de
los malos tratos por parte de oficiales de la Guardia Civil”, reza el
documento. “El CPT ha estado llaman- do la atención de las autoridades
españolas durante dos décadas sobre el problema de los malos tratos que
infringe la Guardia Civil a personas sospechosas de delitos a los que hace
referencia el Artículo 384 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal [delito
cometido por persona integrada o relacionada con bandas armadas o individuos
terroristas].
En 1994 y en
1997, el Comité había recomendado que se llevara a cabo una investigación
rigurosa e independiente en relación con este asunto. Sin embargo, estas
recomendaciones nunca se llevaron totalmente a la práctica. Los hechos
comprobados durante la visita de 2011 indican que los problemas antes citados
siguen sin resolverse. “El CPT solicita a las autoridades españolas que lleven
a cabo una investigación rigurosa e independiente sobre los métodos utilizados
por oficiales de la Guardia Civil cuando retengan e interroguen a personas
detenidas… El CPT desea recibir dentro de un plazo de tres meses un informe
detallado de las acciones adoptadas para aplicar estas recomendaciones”, dice
el informe.
La conclusión
venía acompañada de un exhaustivo detalle de los malos tratos a los que los
presos fueron sometidos. Durante el traslado del País Vasco a Madrid, los
detenidos fueron golpeados con patadas y golpes con la porra. En el transcurso
del interrogatorio fueron sometidos a la práctica de “la bolsa”, que es la
colocación de una bolsa de plástico duro en la cabeza provocando una sensación
de asfixia. El CPT relató también cómo uno de los detenidos en las dependencias
de la Guardia Civil en Madrid fue sometido a la tortura del waterboarding, la
asfixia simulada que se hizo tristemente ser el método predilecto de los
agentes de inteligencia de EEUU en los interrogatorios de los detenidos tras el
11-S. Consiste en colocar una bolsa o un trapo en la cara de la víctima y echar
agua encima, lo cual provoca la sensación de ahogamiento.
Pero sin duda
el caso más dramático de los recogidos por el Comité fue el de Beatriz
Etxebarria, miembro de ETA condenada junto a Daniel Pastor e Íñigo Zapirain,
del denominado Comando Otazua, por el asesinato del brigada Luis Conde de la
Cruz y del policía Eduardo Puelles. Fue durante la detención del comando, en
marzo de 2011, cuando Etxebarria sufrió la violación que el comité contra la
tortura de la UE recoge en su informe.
”Mientras
llevaba puesta la bolsa, le aplicaron vaselina en la vagina y en el ano. y le
introdujeron un palo en el recto, al tiempo que le amenazaban con más abusos
sexuales si se negaba a hablar. Además, dijo que la mantuvieron desnuda durante
todos los interrogatorios y que continuó recibiendo amenazas de abusos sexuales
a ella y a su pareja; en particular, dijo que después de haberla mojado con
agua, le ataron electrodos al cuerpo y le amenazaron con aplicarle
electricidad”, detalla el documento.
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