ADIÓS...
DUNIA SÁNCHEZ
El firmamento
anunciaba un manto de constelaciones intocables al adiós. Habías llamado. Sí,
llamar y llamar con la sonoridad de un gemido vertido en cien vasos de alcohol.
Tu aliento apresaba la duda, la negativa de ser atendido. Te dejabas llevar por
cierta melancolía que revelaba cada paso que dabas, cada bar que ibas por un
vaso más. Te fuiste haciéndote él solo,
digo. No querías compartir esos momentos de desgarra que sufrimos durante la
existencia. Así te ibas. No, no te contesté. No estabas en ese estado que
diríamos sobrio. No eran coherentes tus palabras por aquel entonces. Una
distorsión te iba consumiendo poco a poco y no te dabas cuenta. A las horas me enteré que habías
desaparecido. Que te habías ido lejos, muy lejos. Sobre aquellos mundos azules
que imaginabas. Tal vez tu mundo paralelo. Que allí eras feliz. Sí, feliz. La
pena me embargó. Sabía que no te vería más. Sabía que mi teléfono dejaría de
sonar. Sabía que no te había socorrido
en el amplio panorama de posibilidades. Me arrepiento. Me castigo. Y me siento
caer bajo las inclemencias que muerden mi conciencia. Muchas veces te dije por
qué no lo dejas. Tú ni caso. Vivías en esa atmosfera de tristezas con las que
bailabas, danzabas, hablabas. Fue en el lago donde te vieron por última vez. Sí,
ese lago que en barca solías salir. Hoy he ido allí. He navegado bajo el
imperio de los astros con ayuda del haz de la luna. No te he visto. No te he
sentido. Por un rato he echado el ancla en una zona donde el temblor comenzaba
a inundar mis sienes, mis piernas. Nada. He escuchado las voces de los
desaparecidos. Unas voces que anunciaban
descanso y paz. Tal vez, digo, tú te encuentres con ellos. Después de esos
instantes levante el ancla. No pude. Algo me lo impedía. Un terror me cegaba.
Pasar la noche con las navajas del frío y la humedad. Quizás, fueras tú. Sí,
respondí a tu llamada. Te hable y hable y así durante horas. Almas decaídas comenzaron a erupcionar del
lago. Te buscaba. No te vi. Me rodearon y sentí como si tú fueras. De repente el cielo se hizo rojizo, malva,
había amanecido. Me hallaba en la orilla. Adiós, te dije
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