LOS JUEVES, MILAGRO
CONTEXTO
Pedro
Sánchez y Yolanda Díaz. / Luis Grañena
Salvo un imprevisto de última hora, el próximo jueves 15 de octubre, Pedro Sánchez será investido presidente con 179 votos y a continuación se formará el segundo gobierno de coalición de izquierdas de la democracia. Todo esto sucederá en medio de manifestaciones exaltadas de la derecha y la ultraderecha, comunicados de jueces y colectivos profesionales anunciando el fin de España y de la democracia e invitaciones a la rebelión contra el “dictador” Sánchez.
Es casi un milagro que haya un nuevo gobierno progresista. En primer lugar, porque hay una ola reaccionaria y derechista en todo el mundo, con tintes autoritarios y un nacionalismo desbocado. España se ha salvado por los pelos. El pasado 23-J, PP y Vox obtuvieron el 45% del voto; PSOE y Sumar, el 44%. Si van a gobernar los segundos es porque el nacionalismo españolista es tan excluyente y tan tosco que ha conseguido unir a todas las demás fuerzas políticas del parlamento en su contra. Las manifestaciones que se han vivido estos días en Madrid, con escenas que ni siquiera Berlanga y Azcona pudieron anticipar, han supuesto otro gran paso hacia el aislamiento y el desprestigio de nuestras derechas.
En segundo lugar,
es también un milagro porque se han forjado pactos con ERC y Junts que parecían
imposibles hace no tanto. Lo que empezaron siendo unos apoyos puntuales y
desconfiados en la moción de censura de 2018, se han ido transformando en una
alianza más duradera. Está costando mucho, pero poco a poco va configurándose
un entendimiento más estable y profundo entre las izquierdas y los
nacionalismos vasco y catalán. La posibilidad de dicho entendimiento viene dada
por el españolismo cada vez más intransigente de las derechas. El PSOE parece
haber entendido finalmente que solo hay dos alternativas: o una gran coalición
con el PP, o el bloque de izquierdas con apoyo de los nacionalistas de las
comunidades históricas. Hay un sector significativo del socialismo, el sector
caoba y más conservador, que optaría sin duda por la gran coalición, pero, por
fortuna, la mayoría ha asumido que eso sería un suicidio político.
En tercer lugar, es
milagroso que pueda reeditarse la coalición tras las turbulencias en su flanco
izquierdista. Como en tantas ocasiones del pasado, la izquierda se deshilacha a
las primeras de cambio. Ni Sumar ni Podemos han sabido resolver sus
diferencias. Resulta profundamente anómalo que en un momento en el que se están
logrando grandes acuerdos entre el PSOE y los nacionalistas, las izquierdas no
hayan sabido o querido superar sus enfrentamientos internos y constituyan el
principal foco de incertidumbre para la estabilidad del nuevo ejecutivo.
A pesar de estas
condiciones tan poco favorables, el caso es que habrá, de nuevo, un gobierno de
izquierdas en España. Se enfrentará a una oposición brutal: en los medios, en
los tribunales, en las Comunidades Autónomas gobernadas por el PP y Vox, y en
las calles. Si creíamos haberlo visto y oído todo en la anterior legislatura, pronto
comprobaremos que la fusión de la derecha con la extrema derecha siempre puede
ir más allá. La tensión y la crispación serán constantes e insoportables.
contundente contra
el genocidio que Israel está causando en Gaza y en menor medida en Cisjordania.
Porque no es de recibo que un gobierno progresista se muestre tan tibio ante
esta violación brutal de los derechos humanos de los palestinos y de las leyes
internacionales. Si se ha formado un gobierno para frenar a la extrema derecha
española, no es coherente ni tiene sentido ponerse de perfil ante los crímenes
de guerra que comete la extrema derecha sionista.
En cualquier caso,
el jueves, milagro.
Desde CTXT
esperamos que las fuerzas que sostienen el nuevo gobierno sepan hacer una
lectura inteligente de lo que funcionó bien y lo que no funcionó en la anterior
legislatura. Es inevitable, por la lógica de las alianzas, que los asuntos
territoriales adquieran un protagonismo destacado. Pero, descontando esto, lo
importante es que PSOE y Sumar no adopten una postura resignada y continuista y
se atrevan a hacer políticas más ambiciosas, que son las que la ciudadanía
progresista acaba reconociendo y recordando como suyas. La vivienda es sin duda
el mayor problema, y debería ser la prioridad absoluta.
En el plano
internacional, es urgente que el Gobierno tome una actitud mucho más
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