¿CÓMO ENFRENTAMOS EL GOLPE DE
LAS TOGAS Y LA DERECHA?
SANTIAGO LUPE
No es la primera vez que la
Judicatura interviene para evitar una investidura, en Catalunya hicieron
escuela con el apoyo del PSOE. Es necesaria una gran movilización,
independiente del “progresismo” y el “procesismo” que les han abierto las
puertas, para hacerles frente e imponer una amnistía total, la derogación de
las leyes liberticidas y acabar con la casta judicial.
El juez de la Audiencia Nacional, García-Castellón, en solo unos días ha enviado a juicio por terrorismo a los acusados de los CDR en la Operación Judas e imputado por este mismo delito a los del caso de Tsunami Democràtic.
Esta última pieza incorpora en calidad
de investigados a una docena de personas acusadas de ser parte de la dirección
o coordinación de las protestas contra la sentencia del procés en 2019. Entre
los investigados están el expresident catalán, Carles Puigdemont, la secretaría
general de ERC, Marta Rovira – ambos exiliados a Bruselas y Suiza,
respectivamente- o el periodista de La Directa, Jesús
Rodríguez.
Además, trata de vincular el
fallecimiento por causas naturales de un pasajero en la T2 del aeropuerto del
Prat -a más de 6 km de donde se estaban realizando las protestas del 14-O del
2019- para que dicha acusación incluya una víctima mortal, cuya responsabilidad
recaería en los propios acusados.
Estos cargos increíbles tiene un alcance
mucho mayor que los efectos sobre los mismos acusados. García-Castellón se pone
a la cabeza de un golpe de la judicatura para tratar de impedir la aprobación
de una posible Ley de Amnistía y, de esta manera, evitar la investidura de
Pedro Sánchez.
Si los acusados lo son en calidad de
supuestos terroristas – más aún si se les puede atribuir una víctima mortal
producto de sus acciones – las posibilidades de que pudieran beneficiarse de
una supuesta Ley de Amnistía se reducen enormemente. Al bloqueo por parte de la
Judicatura española – a la que las negociaciones en curso delegarían la
aplicación de la misma amnistía – y la muy posible declaración de
inconstitucionalidad por parte del Tribunal Constitucional, se sumaría un
posible recurso ante el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea que
podría fallar a favor de las posiciones del búnker del 78.
La ofensiva judicial tiene, por tanto,
puntos de poder conseguir su objetivo: la imposibilidad del acuerdo entre Junts
y el PSOE, al no poderse garantizar que ni siquiera la amnistía limitada que
negocian se pueda efectivizar. El propósito de ir a una repetición electoral con
las bases de la derecha y la extrema derecha galvanizadas y movilizadas, se
podría conseguir desde los tribunales después del fracaso en las Cortes.
El togado en cuestión no es cualquier
juez. Se trata de uno de los magistrados más vinculados al PP. Recientemente, a
pregunta de periodistas sobre una posible amnistía, su respuesta fue
contundente: “no la prohíbe la Constitución, como no prohíbe tampoco el
esclavismo o la pedofilia”. Pero además, entre sus célebres actuaciones,
destaca la de salvar de la imputación a María Dolores de Cospedal y a “un tal
M.Rajoy” de piezas de la causa Gürtell.
Pero su iniciativa no es una causa
individual, es el grueso de la judicatura, esa casta reaccionaria y guardia de
las esencias más rancias del régimen del 78 y la Corona, la que está implicada
en la operación. Como muestra, la resolución contra la amnistía aprobada por el
Consejo General del Poder Judicial que no tiene precedentes. Este organismo
solo se pronuncia por proyectos de ley relamente existentes – el texto de la
Ley de Amnistía no ha sido ni presentado ni registrado en las Cortes – y
siempre y cuando exista un requerimiento del legislativo para que emita un
informe consultivo.
Que los jueces intervengan y determinen
el poder legislativo no debería sorprender a nadie. Ahora el PSOE se lamenta de
esta “anomalía”. Pero ha sido ellos, junto al PP y la extrema derecha, los que
la vienen propiciando especialmente desde 2017. Desde aquella fecha, estos
mismos jueces son los que impidieron la investidura de Carles Puigdemont y
Jordi Sánchez, o los que destituyeron a un president, Quim Torra, por negarse a
descolgar una pancarta del balcón de la Generalitat.
El golpe judicial de las togas se apoya
además en la agitación callejera de estos días en Ferraz y otras sedes del PSOE,
animada por grupos de extrema derecha o hasta abiertamente neonazis, y apoyada
por Vox y el sector más trumpista del PP. Los sindicatos policiales y de la
Guardia Civil también se han querido sumar a las voces contra la amnistía.
Hasta los obispos han salido, retomando su tradición nacional-católica, para
recordar que una amnistía estaría por fuera de la doctrina de la Iglesia. Todo
muy “cañí”.
Si hoy la derecha y la judicatura pueden
llevar adelante esta ofensiva, es gracias también a la labor del “progresismo”,
en especial en los últimos cinco años. Fue el gobierno Sánchez, el que a través
de la Abogacía del Estado, logró la condena de los dirigentes independentistas
por el delito de sedición. Fue ese mismo gobierno, el que ideó y ejecutó el
montaje de la Guardia Civil sobre el que se sustenta la causa de a Operación
Judas.
En cuatro años de gobierno de coalición
con Unidas Podemos, no se ha derogado la ley Mordaza, y menos aún otras leyes
como la Antiterrorista y demás artículos liberticidas del Código Penal, en los
que se ampara hoy la acusación sui generis de terrorismo de García-Castellón.
Es más, han continuado con una política de persecución y represión al
independentismo y la protesta social, como demuestran los casos destapados de
infiltraciones policiales en diversos movimientos sociales a cargo del ministro
Marlaska.
La ilusión de una amnistía parcial
negociada por arriba se topa con el muro del búnker del 78, que el mismo PSOE
se ha encargado de reforzar y del que una parte de su aparato es parte activa,
como García-Page, Lambán o el mismo Felipe González. De las negociaciones en
Bruselas solo podía salir una amnistía limitada – que no incluiría al resto de
los centenares de represaliados políticos y por luchar más allá del movimiento
democrático catalán – y condicionada al abandono de la lucha por la
autodeterminación, en clave de restauración del régimen. Pero parece que ni a
eso están dispuestos a ceder los sectores más ultras.
La única manera realista de hacerles
frente no viene de la mano ni del PSOE y Sumar, ni de los partidos procesistas
que llevan desde 2017 trabajando por desactivar la calles y restablecer la
normalidad institucional y la política de despachos y bambalinas. Estos
partidos, junto a las burocracias sindicales, llevan años operando para
desactivar y pacificar la calle y poder gobernar tranquilos. Una operación que
solo ha beneficiado a que la derecha pueda seguir avanzando con sus discursos
españolistas, antiderechos y racistas.
En estas semanas hemos visto como esta
pasividad se rompía con la enorme reacción en solidaridad con Palestina, con
manifestaciones multitudinarias en todas las grandes ciudades. Una lucha contra
el genocidio del Estado israelí que cuenta con el apoyo del imperialismo
estadounidense y europeo, incluyendo el del gobierno “progresista” que en esto
coincide en lo fundamental con las posiciones de la derecha y la extrema
derecha. Tenemos que seguir desarrollando este movimiento, extenderlo a los
centros de estudio y trabajo – como han hecho las plantillas de Airbus o los
estibadores de Barcelona – y apuntar contra nuestro propio gobierno y Estado
imperialista. Esto es también fundamental para cortarle el paso a la ofensiva
reaccionaria sin caer en ser la base de maniobra de otro gobierno “progre” que
aplique gran parte de las políticas de la derecha.
Al mismo tiempo, frente a las
movilizaciones contra la amnistía de la derecha, es urgente retomar una
movilización independiente que enfrente la ofensiva judicial y de la derecha, y
pelee por una amnistía total que incluya a todos los procesados por delitos de
opinión o participar en protestas sociales, que rechace toda medida de gracia
para los policías represores, luche por la derogación de todas las leyes
liberticidas y por la abolición de la casta judicial, estableciendo juicios por
jurados populares y la elección por sufragio universal de todos los jueces y
juezas.
Frente a las negociaciones por arriba y en clave restauradora, el
sindicalismo alternativo, la izquierda anticapitalista, junto a todos los movimientos
sociales y democráticos, tenemos que tomar las calles y disputárselas a la
derecha, a la vez que exigimos a las direcciones de los grandes sindicatos que
rompan su política de paz social y compromiso con el gobierno “progresista”, y
llamen a movilizaciones en todo el Estado por estas demandas.
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