viernes, 25 de agosto de 2023

EL CHIRINGUITO: CULTURA DE LA VIOLACIÓN PARA VUVUZELOS

 

EL CHIRINGUITO: CULTURA DE LA VIOLACIÓN 

PARA VUVUZELOS

IRENE ZUGASTI - CANAL RED

Seguro que muchos vuvuzelos estaban ayer sentados en el sofá viendo el Chiringuito en el que se debatía el asunto Rubiales, y en el que se dijeron cosas como “a todos se nos va la mano en un momento dado” porque “la grandeza tiene que estar sobre cualquier cosa”. Tomás Roncero, además, apostillaba que besar con fuerza no es violencia sexual. Cultura de la violación en prime time y con audiencias históricas, pero esta vez, con nosotras enfrente.

El silbato pitaba el final del partido. Cata Col se abrazaba al balón tendida sobre el césped. Al instante emergió de entre las terrazas y los ventanales el eco de la celebración y de la euforia que tantas veces he sentido ajeno, molesto, lejano. Pero esta vez era diferente, porque era un poquito más nuestro, más importante, más justo, porque había miles de niñas y de jóvenes mirando a la tele, batiendo récords de audiencia. Merecía la pena disociarse un rato y asomarse a celebrar.

 

Y entonces apareció: “yo soy español, español, español”. Sudado, descamisado, gorilesco, ruidoso. Ni un “campeonas, oe, oe, oé”, ni un cantar sus nombres siquiera: lo importante para este tipo de aquel bloque decadente e infinito de apartamentos de playa era exhibir ese ardor agresivo que nos hizo cerrar la terraza. “Mientras no saquen la vuvuzela” (esa molesta trompeta que se hizo popular hace varios Mundiales)  se lamentó mi amiga. Y me pareció una buena forma de nombrarlos.

 

Los vuvuzelos no son como los hongos que nacen así en una noche. Y no me refiero a la afición festiva y gozosa ni a todas esas personas que encuentran en las gestas deportivas alegrías compartidas. Me refiero a esas personas, y en concreto a esa masculinidad que encuentra en el fútbol —y sólo en el fútbol— la forma de reconocerse, de validarse, y de cargar contra el resto con el odio y el desprecio que parapeta un escudo o una bandera. Capaces de llamar “puto mono” a Vinicius, de decirle “zorra, vete a fregar” a una árbitro de una liguilla juvenil de pueblo, o de cantar  “siempre fascista, siempre madridista” siendo apenas adolescentes, forzando una voz engorilada.

 

Seguro que muchos vuvuzelos estaban ayer sentados en el sofá viendo el Chiringuito en el que se debatía el asunto Rubiales, y en el que se dijeron cosas como “a todos se nos va la mano en un momento dado” porque “la grandeza tiene que estar sobre cualquier cosa”. Tomás Roncero, además, apostillaba que besar con fuerza no es violencia sexual. Cultura de la violación en prime time y con audiencias históricas, pero esta vez, con nosotras enfrente.

 

Durante décadas, casi nadie paró los pies a los vuvuzelos, ni en casa, ni en la tele, ni en la calle, porque tenían muy buenos maestros que les dictaban la lección, les aplaudían las buenas notas y les tapaban las pifias. Esos vuvuzelos profesionales hoy asisten desorientados y complejos a la polémica por la cual el feminismo les ha arrebatado el relato, pese a haberse esforzado y mucho por silenciarlas. Era difícil hacerlo peor, pero llevaban demasiado tiempo haciéndolo sin que aquello les pase factura, o mejor dicho, facturando demasiado bien precisamente por hacerlo. Pensad en quién es dueño de las portadas de los vuvuzelos, de sus canales de televisión, de sus ligas, de sus patrocinadores, de sus sociedades off-shore, de sus federaciones, de sus supercopas y sus fiestas en reservados.  Salen rápido las cuentas.

 

Por eso hoy el Diario As titula que “Jenni deja caer” a Rubiales, concediendo agencia y protagonismo a la futbolista, ahora sí, pero para presentarla como la responsable de la caída de un hombre, poniendo la culpa y el peso en su testimonio.

 

Por eso hace unos días el mismo Diario As sacaba en portada a Vilda glorificando “su” mundial, un seleccionador cuyos abusos laborales fueron denunciados por un grupo de jugadoras finalmente vetadas de la Selección, pero que ahora resulta que podían tener razón. ¿Te suena?

 

«Era un pacto de silencio entre caballeros que se repartían los millones, los canales, los privilegios, y en el que la cultura de la violación —esa que oyeron por primera vez en la tribuna del Congreso— juega su parte.»

Por eso Juanma Castaño llora lágrimas de cocodrilo tras su mano a mano en la Cope con Rubiales llamando tontas, idiotas y estúpidos a quienes vieron agresión en ese beso. Hay, como Juanma, quien aprende a base de vergüenza: ojalá de esta también aprenda, como cuando fue a Tanzania a hacerse fotos abrazando niños negros mientras pedía más agua para su ducha en lo que el Hola llamó un “apasionante safari”.

 

Por eso Ignacio Quereda pudo entrenar a la Selección Femenina durante 27 años diciéndoles que eran gordas, plazas de toros, que necesitaban un macho, sin que nadie moviera un dedo y presentándose para más inri estos días como un valedor del deporte femenino.

 

Por eso Carlos Santiso sigue entrenando en el Rayo pese a ese audio filtrado en el que decía que para hacer equipo había que follarse a una, como hicieron los de La Arandina, pero mayor de edad, para no meterse en jaleos.

 

Por eso Randri García exponía en el Alhama hasta hace muy pocos años los pliegues y la grasa corporal de las jugadoras en público, y les decía que tenían el rabo muy largo, o que se volvieran en la patera, y aqui no pasaba nada.

 

Era un pacto de silencio entre caballeros que se repartían los millones, los canales, los privilegios, y en el que la cultura de la violación —esa que oyeron por primera vez en la tribuna del Congreso— juega su parte. Por eso no puedo ver desconocimiento ni ignorancia en las portadas que rezaban “campeones” en masculino, o en la ausencia de mujeres periodistas —exceptuando las bellísimas reporteras deportivas de La Sexta que tanto daño hicieron a la profesión disfrazadas de igualdad—, ni en la desigualdad laboral o en las políticas de acoso que se implementan tarde y mal y se quedan en papel mojado. No puedo ver torpeza ni costumbre donde hay un deliberado desprecio, un silencio cómplice, un tuétano machista, una soberbia del que se sabe invencible.

 

Estos días deben estar nerviosos en los cuarteles generales vuvuzelos. Aparecen testimonios de cada vez más mujeres que sufrieron los acosos laborales y sexuales de los suyos, movidas por el apoyo popular, sabiendo que no están solas. Saltan del barco todos aquellos que ven que la operación “salvar al soldado Rubiales” se les lleva por delante. Pontifican sobre violencia sexual en televisión quienes hasta hace poco renegaban del tema y dejaron solas a sus defensoras. Saltan las costuras del igualitarismo bienqueda, que nos quedaba muy estrecho. Y no cabe duda de que habrá consecuencias a tanta valentía, por eso el feminismo nunca debe dejar de guardar la portería y de intentar marcar a puerta, porque el feminismo ni está en campaña, ni está en funciones.

 

No me quito de la cabeza esa canción tan triste de Rita Pavone: “por qué, por qué / no me llevas al partido alguna vez”.  Es una hermosa vendetta que se nos haya quedado tan vieja, porque hoy Pavone se iría con sus amigas al fútbol y mandaría a paseo a su vuvuzelo.

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