RATZINGER, EL TEÓLOGO DEL SIDA
Y LA PEDERASTIA
ANÍBAL MALVAR
No es que guste yo del fallecimiento de papas y reyes, pero no puedo negar que disfruto enormemente leyendo las ditirámbicas e hiperbólicas loas póstumas que les dedican nuestros viejos periódicos. "La muerte de Benedicto XVI priva a la Iglesia de una de sus más importantes figuras en los últimos siglos", nos dice en su editorial ABC. "Una de las grandes figuras que ha dado la iglesia católica al mundo", enfatiza La Razón.
Parece ser que el alemán Joseph Aloisius Ratzinger deja una ingente obra teológica, poligloteaba en seis idiomas y era un pianista más que correcto. Un figura, vamos. Casi te dan ganas de quedar con él para ahorcar a un banquero vaticano de un puente.
Este dechado de virtudes
intelectuales y teológicas, Ratzinger, andaba por África despotricando contra
el uso del preservativo, a pesar de que el sida sigue allí mostrando su
entusiasta amor a la muerte. El alemán sería muy buen teólogo, pero en materias
terrenas parecía más bien un negacionista, un botarate, un proyecto de genocida
y un malvado. Que en el siglo XXI un papa se permita el divino lujo de
anteponer la creencia, la fe y la superstición a la ciencia ya nos da idea de
la estatura intelectual del personaje y de sus aduladores. Si bajo la Sixtina
apareciera petróleo, ya tendría la industria armamentística estadounidense un
pretexto para invadir el Vaticano. Sugiero para bautizar la intervención
militar el nombre de Eternidad duradera, que tan buenos recuerdos tiene que
traerle a las mujeres afganas, hoy privadas del derecho a la cultura y la
educación. Pero de religión van bien servidas, sin duda.
Que, además,
Ratzinger haya muerto a punto de declarar como encubridor de delitos de
pederastia, tampoco menoscaba su prestigio como teólogo entre sus alabanceros.
El difunto papa emérito estaba acusado de encubrir abusos sexuales entre 1977 y
1992. Varios abogados de casos españoles han recordado estos días en redes
sociales que el papa muerto nunca accedió a facilitarles la documentación
necesaria para investigar los abusos.
Critica el
periódico de Planeta a "esos ateos militantes que, extrañamente, siempre
están pendientes de cualquier cosa que ocurra en el seno de la Iglesia".
Como si en el Vaticano solo se debatiera sobre el sexo de los ángeles y no
sobre escándalos bancarios e inmobiliarios, temas científicos y otros asuntos
mundanos que nos afectan a todos, como la pederastia o el sida.
Por no hablar del
papel que está teniendo el ala neofascistoide de la Iglesia en el ascenso de
líderes ultraderechistas como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Claro que el ateo
debe de estar muy pendiente de la Iglesia y de las interioridades e intrigas
vaticanas, por mucho que ironice Paco Marhuenda. La Iglesia puede (y suele)
hacer mucho mal desde su poder.
Habla también La
Razón de "su clarividente comprensión de los males de la sociedad moderna,
esa desorientación moral que tanto daña a las personas". Se autoproclama
así La Razón como folleto de cabecera para la orientación moral de los buenos
españoles, al más viejo estilo de los periódicos franquistas.
Se blanquea a
Ratzinger como se blanquea cualquier expresión de este neofascismo que tanto
gusta a la casta mediática española. Alemania acaba de prohibir la entrada en
el país, de por vida, a Isabel Peralta, la neofalangista que se hizo famosa con
esta frase: "El enemigo, que siempre va a ser el mismo, aunque con
distintas máscaras. El judío es el culpable". Rauda, nuestra prensa
ultracentrista corrió a entrevistarla: "Me enamoré del fascismo a los 13
años. Voy a entregar mi vida y a luchar por él hasta las últimas
consecuencias", le explicó a El Mundo. Ahora todas las teles y radios y
panfletos españoles le volverán a dar micro para que narre su destierro alemán,
pobre muchacha, tan rubia, tan aria y tan despreciada. Sin duda, una digna
heredera de Ratzinger, teólogo del sida, la pederastia, el negacionismo
científico y la mentalidad feudal. Que no otra cosa es este fascismo moderno
que se está colando por todas las rendijas de nuestras imperfectas democracias.
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