BRUTA, CIEGA Y CORNUDA
LEONOR CERVANTES VARGAS
Shakira durante la BZRP Music
Sessions #53
El día que salió el nuevo tema de Shakira mi teléfono no paró de vibrar, por lo que se ve, soy la persona en la que piensan mis amigos si se trata de comentar una infidelidad. Formo parte de ese cansino grupo de gente que basa su código ético en decir una y otra vez que ellos nunca pondrán los cuernos. Como formo parte de ese insufrible clan que siente una antipatía instantánea y visceral por los infieles. Quizás sea porque en esta vida se puede dejar de ser infiel; pero nunca se deja del todo de haber sido cornuda.
El debate sobre si
la infidelidad es algo realmente penalizable está siempre encima de la mesa.
Algunos incluso defienden que condenar los cuernos es una especie de
colaboracionismo con la defensa de la monogamia y de la familia más tradicional
y casposa, como si no pudiéramos existir las que somos críticas con quien pone
los cuernos, con la monogamia y con la familia. En estas tertulias de sobremesa
me pregunto qué imaginan aquellos que consideran que poner los cuernos no es
para tanto cuando se habla de infidelidad y, sobre todo, cuando se menciona lo
aterrador que resulta para muchas mujeres sufrirlo.
En un mundo ideal,
en el que cuando fuéramos con prisa pillaríamos los semáforos en verde, también
pondríamos los cuernos con civismo. Así, las infidelidades ocurrirían de
madrugada en una discoteca con alguien desconocido y serían confesadas a la
mañana de ese mismo día. Intuyo que aquellos que comentan que una infidelidad
no es grave imaginan ese mundo perfecto, donde la víctima no vive ni un día sin
saber lo que sucede y donde la persona con la que eres engañado es un ser sin
identidad, carácter, ni físico al que jamás conocerás y con quien nunca podrás
compararte. Jamás he visto eso.
Te es infiel con la
chica que sabe que te provoca inseguridad. Te es infiel mientras te dice que va
al gimnasio, al trabajo o a visitar a sus padres. Te es infiel con tu amiga,
quizás con tu hermana. Te es infiel mientras tú no podrías estar siéndolo
porque estás criando a vuestros hijos o, incluso, a los suyos. Te es infiel de
forma esporádica, eso sí, cada vez que lo es siente culpa, así que te hace
detalles preciosos, te regala flores un martes o te manda mensajes cariñosos
sin contexto; cuando vuelves a tener otra relación ves que asocias un gesto
bonito sin pretexto de tu pareja a que te oculta algo. Te es infiel mientras tú
pasas por un duelo. Te es infiel teniendo otra relación al margen, tiene dos
parejas aunque a ti te hace creer que solo tiene una. Te es infiel mientras
estáis intentando tener un bebé. Te es infiel aunque en la relación le ves
maldecir a la gente que es infiel. Te es infiel mientras tú estás enferma. Te
es infiel después de que hayáis discutido sobre que a ti te resulta raro que no
suba fotos contigo aunque está activo en las redes, cómo te resulta raro que en
el coche no puedas usar su móvil para poner una canción o que nunca te lleve a
con sus compañeros de trabajo; te es infiel después de que esas conversaciones
desemboquen en que tú tienes un problema de celos.
Por eso duele tanto
que te pongan los cuernos, porque el infiel confeso a las horas rara vez existe
y, lo que se da, es un sinfín de escenarios absurdos pero sobre todo crueles.
Descubrir una infidelidad es descubrir que se puede vivir en un mundo que no se
corresponde con el que una cree estar viviendo: Si esto fue falso, ¿qué más
pudo haberlo sido? ¿Cuándo me dijo que iba a ese sitio verdaderamente iba ahí?
¿Esa chica era realmente una amiga? Cuando decía que me quería, ¿eso sí era
verdad? Pero tirar del hilo detectivesco es tramposo, nunca se llega a La
Última Averiguación, y todo puede ser sospechoso si una quiere que lo sea: ¿Me
mentirán también mis amigos? ¿Me fue infiel también mi anterior pareja? En una
infidelidad el mayor riesgo no es perder a una pareja, es perder la posibilidad
de volver a estar tranquila.
A la importancia de
la infidelidad le acompaña otro dilema: ¿existe daño si la afectada jamás se
entera? La cuestión sobre la autenticidad y las porciones de ésta que quiere la
gente es tema aparte; pero es cierto que, del mismo modo que atesoramos
información sobre las prioridades y líneas rojas de nuestra pareja, sería
genial tener hablando y explicitado qué relación tiene el otro con la verdad.
Existen aquellos que tienen claro que, de serle su pareja infiel, desearían no
saberlo nunca. Algunos hasta consideran egoísta la confesión, porque piensan
que sólo se hace por menguar la culpa, cargándoles a ellos con una información
que no querían manejar. Estas formas de vivir una infidelidad son válidas. La
cosa es que, tras frases como, "si no lo sabe y no sufre tampoco está tan
mal", pocas veces existe información consensuada sobre el grado de verdad
quiere el otro. En lo que a mí respecta, lo tengo claro, quiero toda.
Existen muchas
cosas a las que no accederé. Algunas por mi nivel de ingresos -¿qué se siente
cuando te da en un yate la brisa del mar?-, por mi género -¿cómo es pasear sola
de madrugada sin dedicar ni un minuto a estar alerta?-, por las limitaciones de
mi organismo -¿cómo es el mundo con los ojos de un pájaro?-. Ni siquiera sabré
cuántas cosas disfruto porque desde mi cuerpo brota placer genuino por ellas y
no porque este sistema hace que me gusten. Al final del día, a una le queda
poco más que su propia vida y la narración de esta, y ni siquiera esto lo tiene
puro y sin filtrar. Cuando alguien me miente, que no es más que hacerme creer
que vivo una vida que en realidad no vivo, me quita un pedacito de lo único que
tengo entre mis pertenencias: el relato de vida. Para alguien a quien nada le
gusta más que vivir y contarlo, es un gran hurto. El mentiroso, además de
faltar al respeto, hace un ejercicio de narcisismo y control: decide qué debe
saber el otro y qué no. A la gente que me ha mentido alguna vez, me gustaría
poder preguntarle quién coño se creían que eran para decidir a qué información
de mi propia vida podía tener yo acceso. La gente tiene derecho a saber qué
vida está viviendo. Pero sobre todo, aquellos que toman tiempo y esfuerzo en
conocer a otro, no merecen que el otro, de forma unilateral y silenciosa les
ofrezca a cambio, pasado un tiempo, al mismo extraño que creyeron haber dejado
atrás.
A los que critican
lo criminalizado que está poner los cuernos sí les concedo una cosa: llevan
razón al preguntar por qué nos importa tanto que nos pongan los cuernos y,
afinando la pregunta, por qué asumimos la infidelidad sexual como la única o la
más importante forma de deslealtad. Optar en secreto a un puesto de trabajo, a
un premio, a una beca al que una también podría, no defenderte cuando se te
critica en una conversación, cambiar la personalidad que tiene contigo cuando
está con otra gente... son muchas otras formas de ser infiel, como también
podría enumerar un montón más de acuerdos que pueden ser rotos en una relación
de pareja, que es un lugar donde continuamente pactamos asuntos. ¿Por qué se
nos han olvidado todas las otras formas que hay de ser engañada? Porque ser
mujer es aceptar una hoja de ruta donde no hay nada más importante que ser
amada y, una vez logrado, conseguir el asqueroso imperativo de "mantener a
tu hombre contigo". Existe un estigma con ser "cornuda", como si
asumiéramos que es algo que una "se gana" por no ser suficientemente
guapa, delgada, divertida, sexual. Y las mujeres vivimos en un sistema en el
que nada es más importante y toca más nuestra autoestima que ser lo
suficientemente guapa, delgada, divertida, sexual, más aún si lo comparamos con
lo que puede ser otra mujer. Si queremos ser catastrofistas y desconfiadas
seámoslo a lo grande; sin embargo, ver tantas oportunidades para que tu pareja
te sea infiel precisamente acostándose con otra y no ver oportunidades de que
te sea desleal de cualquier otra forma no es casual. Es ideológico y responde a
un sistema patriarcal y monógamo donde las mujeres sentimos como el mayor
abismo que una mujer supuestamente mejor nos arrebate lo debe ser nuestro
proyecto vital, es decir, nuestra pareja.
Ya sólo queda el
otro debate de la agenda infiel, ¿qué opinamos de la, tan patriarcalmente
apodada, "otra"? El universo de la amante es un tema fascinante:
corneadas que se alían y van contra él, mujeres que se enorgullecen de ser la
elegida, otras que cuando descubren que han sido "el cuerno" buscan a
las novias para informarlas, cornudas que culpan a ambas partes y mujeres que
consideran que no hay pecado en ser amante. No tengo un artículo infinito así
que tendremos que dejarlo para otra ocasión, pero dejaré caer algo: tratar a
una mujer, por el hecho de ser mujer, como un sujeto sobre el que no cabe
imputar ninguna responsabilidad ni voluntad, ni siquiera para ser considerada
negligente o capaz de hacer daño, no creo que sea algo muy emancipador ni muy
diferente a lo que lleva haciendo el patriarcado siglos.
En fin amigas,
sobre las infidelidades hablaría horas y, como diría Shakira, si es cuestión de
confesar siento debilidad por aquellas que las hemos sufrido. Os diría, también
como la colombiana, que vosotras más que nadie merecéis ser felices. A ellos, cobardes
y capaces de venderle hielo a un esquimal les deseo, parafraseando de nuevo,
que el cielo y su madre les cuiden y, en el fondo, que lo haga solo el cielo:
no me gusta lo de encasquetar un hijo veleta a los cuidados de una madre.
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