PORNO TIERNO EN EL MUNDO ÁRABE
En
las sociedades panarábigas se han popularizado vídeos protagonizados por
mujeres que comparten sus quehaceres cotidianos en el hogar. Cada tarea se usa
para ampliar las posibilidades de exhibición sexual
KARIMA ZIALI
Am Bazar. Stephan Sedlacek. Pintado hacia 1900.
La pornografía ha dado un salto cuántico con las plataformas virtuales que ofrecen infinitas posibilidades a sus usuarios. Muy atrás quedan las revistas con desplegables o los DVD que circulaban de mano en mano. Internet ha permitido abrir un portal sobredimensionado en el cosmos pornográfico y todo el mundo cabe en él. La pornografía ocupa el espacio virtual y ha hecho de éste su medio de difusión por excelencia.
Dice Rosa Cobo en
su ensayo Pornografía. El placer del poder (2020), que la pornografía es
creadora de realidad tanto material como simbólica. Desde esta perspectiva, el
mercado de la pornografía es el mercado de la exposición de los cuerpos. La
pornografía se apropia de la sexualidad. De un cuerpo sexual exhibido y
arrancado de su campo de privacidad e intimidad. Esta ostentación
sobredimensionada de la sexualidad a través del porno nos permite acercarnos a
las múltiples formas de poder que se revelan a través del control de los
cuerpos, las carestías emocionales manifiestas y los discursos acerca del
placer que se articulan en su interior. En definitiva, la pornografía no solo
es un espejo desde el cual adentrarse en las visceralidades de una sociedad,
sino también una forma de construir el hecho sexual.
Ver porno, por lo
tanto, no es una anomalía de la sociedad, sino un lugar que pone de manifiesto
nuestra relación con lo sexual. La pornografía crea la necesidad de satisfacer
el deseo sexual de forma inmediata y urgente, y esta forma de relacionarse con
el campo de lo sexual deja al margen el trabajo afectivo que requieren las
relaciones sexuales. El foco está puesto sobre la apremiante disponibilidad de
los cuerpos. Incluso en aquellos países donde la prohibición sobre contenido
pornográfico es tácita por ley, se pueden encontrar recovecos por los que
llegar al ansiado paraíso del porno.
Mi rutina diaria, pornografía sin sexo
En los últimos años
un fenómeno virtual ha cobrado relevancia en las sociedades panarábigas. Son
vídeos que circulan en la red y que no se pueden tildar de pornográficos a
simple vista, ya que su contenido no describe propiamente escenas con actividad
sexual. Sin embargo, sí operan con el principio de exhibición de una espacio
íntimo, sí exponen los cuerpos para despertar el deseo y generar placer y
finalmente, sí implican una mercantilización del cuerpo. En el mundo árabe son
vídeos conocidos bajo el nombre de “routini al yawmi”, es decir, “mi rutina
diaria” y son especialmente populares en Marruecos.
La pornografía crea la necesidad de satisfacer el deseo sexual
de forma inmediata y urgente
La plataforma que
más cobertura ha dado a estos vídeos es YouTube. Son vídeos de tiempos muy
variables protagonizados por mujeres que comparten con los internautas sus
quehaceres cotidianos. Lavar los platos, sacar brillo a las baldosas,
reorganizar los muebles, levantar las alfombras; lo de menos es si la casa está
realmente sucia. Guisar, cocer, freír, no importa el plato ni la elaboración,
no es una clase de cocina, sino de movimiento en vivo. Hacer la cama, doblar la
ropa, la íntima, los encajes, las medias, lo más llamativo se presenta a la
cámara como una pieza única. La protagonista a veces aparece con el rostro
totalmente cubierto por distintos velos, a veces los ojos asoman entre dos
capas de tela, también se visten con pantalón bombacho y camiseta de algodón.
En otras muchas ocasiones la carne se ciñe a vestidos de licra y se deforma
bajo ropas elásticas de colores incombinables. Algunas youtubers escogen un
pañuelo para cubrirse el cabello. En cualquier caso, las rutinas domésticas,
anodinas y repetitivas, se exponen y dejan de ser fatigantes y aburridas, pasan
a un segundo plano y lo primero es ella: el cuerpo de una mujer que sexualiza
cada una de sus acciones y, con ello, logra que su cuerpo sea un cuerpo
hiperdisponible, un cuerpo prostituido en un contexto doméstico.
Todos estos videos
se desarrollan en el interior de la casa. En las sociedades árabes donde la
segregación sexual está a la orden del día y el hogar sigue siendo el espacio
vinculantemente femenino, así como el público es masculino, estos vídeos
transgreden una frontera sexual en una dirección un tanto peculiar: el hogar es
expuesto a la mirada ajena, el espacio de la mujer se hace público a través de
los ojos desconocidos que lo observan. De alguna forma, la exhibición del hogar
y la exhibición del cuerpo de la mujer son dos caras de la misma moneda. El
espacio virtual rompe con la dicotomía entre sexos que, en cambio, sigue
operando en otra escala de realidad. Si ellas no pueden ver el exterior, al
menos que el exterior sea quien las vea.
El hogar es expuesto a la mirada ajena, el espacio de la mujer
se hace público a través de los ojos desconocidos
Es asombroso cómo
se usa cada tarea para ampliar las posibilidades de exhibición sexual. La
limpieza de una alfombra es uno de esos casos. La youtuber debe desplazarse a
la terraza, algo que le sirve para aligerar su vestimenta, los escotes se
dibujan holgados y los contornos del pecho sobresalen como volúmenes
asfixiantes. Los movimientos se vuelven realmente grotescos con los vaivenes a
los que obliga el cepillo arrastrado una y otra vez sobre la superficie a
pulir. Nunca un pezón asoma, solo se redondea la ropa de forma abrupta. Tampoco
una nalga, ni siquiera la línea que define su curva, solo la vibración en eco
que trasladan las carnes en una oscilación tan vulgar como erótica, tan naif
como impúdica. La sexualidad está contenida, es evidente solo en la medida en
que no haga saltar las alarmas de la moralidad y de la legalidad.
Existen otros
momentos en los que esta contención erótica se busca de una forma tan
premeditada que pasa desapercibida. Vemos a la protagonista volver de la
compra, con ropa y otros enseres personales que muestra a la cámara. Este hecho
tan banal le permite desplazarse a otra habitación, se la pierde de vista
durante unos segundos para reaparecer con su nueva indumentaria. Fuera de
cámara, el ojo que mira ya ha entendido que se ha desvestido, que su cuerpo a
lo sumo se ha quedado en ropa interior para luego echarse encima la prenda que
luce ante la cámara. Será precavida y mostrará todos los ángulos posibles desde
los cuales puede ser observada. El ojo ha hecho toda la lectura de una trama
que se arma sobre lo visible y lo invisible y que sostiene toda la carga sexual
del contenido.
Cada una de estas
danzas domésticas despiertan deseos escondidos, retenidos en algún lugar de la
memoria y que afloran punzantes a la superficie de lo erótico. Algunos vídeos
suman millones de visualizaciones. Es evidente que esto supone un ingreso para
estas mujeres. Pero lo que no es tan evidente es por qué este formato despierta
tantas pasiones y sobre todo qué pasiones y el origen de éstas.
Porno tierno, casi maternal
Tal vez lo que
excita a las personas sentadas ante una pantalla donde una mujer repite una y
otra vez el rol que le ha destinado su sexo sea precisamente lo tierno y
maternal del asunto. Los vídeos son fragmentos de una intimidad tan excesivamente
familiar, que solo queda sacudida por la indumentaria y los movimientos
oscilantes. Aunque esto también nos obliga a cuestionarnos no solo el deseo y
el placer del observador, sino también lo que mueve a la mujer que vemos en la
pantalla.
¿Cuántas veces
hemos asistido a este despliegue de laboriosidad en casa? ¿Y cuántas veces ha
sido nuestra madre la que nos ha sorprendido observándola, entre hipnotizados y
extasiados, mientras barría, lavaba y fregaba? Estos vídeos rutinarios son el
relato de una sexualidad infantilizada, una sexualidad paralizada en la niñez
donde la madre se convierte en la primera mujer, en el mundo de carne donde
hundimos nuestra cabeza para protegernos, al que abrimos la boca para que nos
alimente, es la primera mujer que olemos y tocamos. Lo que es ella se convierte
durante mucho tiempo en una extensión del pequeño. Tal vez esta imprecisión
sobre los límites, sobre dónde termina la madre y dónde empieza el niño, es lo
que hace que ella sea el primer ser sexual de la infancia.
Es una pornografía que habla de una sociedad donde la madurez
del deseo ha sido amputada
Veo estos vídeos y
pienso en la huella omnipresente de la madre en todos ellos. Es tan letal esta
pornografía para el deseo como cualquier otra imagen hipersexualizada de una
mujer. La figura de esta madre pornográfica, desprovista de afecto y del cariz
de intimidad vinculante, también se presenta como una figura sexualmente
disponible a través de sus acciones. Es una pornografía que habla de una
sociedad donde la madurez del deseo ha sido amputada, ha sido secuestrada en el
reino del hogar, en el ámbito doméstico y vive sujeta a una erótica pobre y
difícilmente capaz de satisfacerse. Quizás sea este el problema más grave de la
realidad que hay detrás de esta pornografía: una sexualidad que al estar
vinculada con esta madre tan sexual no permite transitar la satisfacción plena
por ninguna de la dos partes.
Esta mujer-madre
sexual lo es en la medida en que lleva a cabo todas las tareas de reproducción
y cuidado que revierten sobre el deseo del varón. En otras palabras, el valor
sexual de la mujer está vinculado con su función maternal –y especialmente,
maternal con los varones. Lo sexual pertenece de facto a la madre, porque es el
único cuerpo en el que puede ocurrir lo sexual de forma legítima y su
valoración social asciende en la medida que acumula hijos en su descendencia.
Esto es lo que obtiene ella, sin olvidar que es una madre que opera dentro del
mecanismo del matrimonio, estructura que otorga un estatus de protección
social, económica y sexual. Fuera de este sistema, es una desviada.
Una pornografía
basada en el rol sexualizado de la madre, de la mujer que cuida, que limpia,
que en definitiva circunda el ámbito del hogar, crea a una mujer proyectada en
el deseo, una mujer sublimada en lo erótico desde estos parámetros. Los
espectadores encuentran en esas youtubers a la madre y al objeto de deseo en
una mujer ajena que logra (re)situarles de forma central en ese campo sexual
primario e infantil. El imaginario sexual restringido al dominio del hogar se
retroalimenta de esta plácida figura maternal de la infancia; una puerta por la
que ya no se puede acceder, pero a la que siempre se trata de volver.
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