«PELÉ HUBO UNO SOLO»
JUAN MONTAÑO ESCOBAR
¿El fútbol es política?
«El fútbol profesional, sí. Efectivamente. Es, de hecho, muy político. Mucha gente nos quiere hacer creer que no, pero es extremadamente político porque generalmente el fútbol profesional es la imagen de la sociedad en la que vivimos.», decía Lilian Thuram. [1]
En cierto lugar del
Buenos Aires metropolitano y en otro ubicado en el estado de Minas Gerais,
cuyos nombres jamás deberán ser olvidados, nacieron dos proletarios con hambres
atrasadas por ser aquello que después realmente fueron y serán por todo el
tiempo que sea menester. El quijotismo de estos cancheros inconfundibles no era
de lanza y adarga, qué va, ellos mismos fueron galgos corredores y
acarreadores, con artes y ciencias asombrosas, de esa vaina esférica llamada
pelota. Ball. O balón al pie o fútbol, algo más que un deporte, porque cuando
no se lo disputa en la cancha entonces se lo bembetea sin importar los fouls al
idioma.
El football
motivador de otras conversaciones, porque las que hubo o hay ya son inservibles
para la buena conversa. El balompié está ahí como pretexto tentador para
componer narraciones de hazañas sin las vergüenzas de los adornos exagerados. O
es esa estructura deportiva que se pretendía de encumbrados caballeros finos y
sangre pura y fue desbordada por esos que llegaron de los arrabales, de las
barracas o de la nada. Los nadie fueron alguien para las tardes de conversación
caliente por las simpatías y por las veces que el elemento esférico cruzó esa
línea que defendía el adversario.
Allá en la taberna
de luces titilantes o en el salón del club de los caballeros el tema pasional
contenía goles y nombres. Ese sistema de vidas inventoras de habilidades
impensadas para convertir el balón en el artefacto sin el cual millones no
tendrían de qué hablar salvo maldecir la mala suerte política de su país. A los
perseguidores de las bienaventuranzas populares se los deja en la capilla
idolátrica de los nombres incompletos o por apodos: Spencer, Kempes, Sócrates,
Garrincha, el Pibe Vanderrama, el Nene Cubillas, Zamorano, unos pocos. En la
cúspide del altar dos nombres: Pelé y Maradona. Edson Arantes do Nascimiento y
Diego Armando Maradona.
Antes de esta era
futbológica de Lionel Messi, la discusión tenía rumbo de eternidad, porque la
barriada planetaria se quedaba en la pregunta empedernida: ¿quién es mejor Pelé
o Maradona? Nadie ganó por votación ni por argumentos, cada quien se devolvía a
casa más radical en su decisión que cuando salió. Las montañas de argumentos se
levantaban con elaboraciones teóricas pedestres de las que dan las broncas
sociales; están quienes no ahorran diccionario hablando de las jugadas de ambos
cimarrones; alguno que prefiere frases y cifras se va por el desfiladero de las
estadísticas de partidos, goles y triunfos; no falta la memoria colectiva para
enjuiciar a los rivales innecesarios por la cantidad y calidad de los
campeonatos mundiales de fútbol; y si ya todos conocieron el hielo en un día
sin fecha, se suelta la poética de los literatos futboleros, ellos agarran
cancha filosófica hasta el silencio respetuoso de la asamblea. Al final los
desacuerdos continuarán intactos.
La pregunta está (o
estaba) ahí. Pelé tenía sus legiones que atacaban defendiendo el fútbol en
estado puro, sin meter la calle aun en lo más caliente del parlamento
esquinero. El maradonismo defendía atacando aquel impedimento parecido a un
mandato sagrado, porque el fútbol más original se produce en la calle. “Agarrar
calle o calentar calle”, es descripción de poder popular deportivo y político.
Y si hay algo más popular con pocos límites definitivos es el balompié. Es un
deporte con el punto épico que nadie sabe si está en los goles o en la derrota
inadmisible porque el marcador sentencia, pero no condena el esfuerzo del
perdedor. Dónde se juegue, en la playa, en la cancha de tierra batida, se
pelotea en cualquier parte, porque el fútbol es ejercicio de la realidad y la
imaginación en disputa sin fin. Esa pregunta estará ahí y cualquier respuesta
aumenta la inconformidad de los oponentes.
¿Quién es mejor
Pelé o Maradona? ¿Qué es ser mejor en el cimarronismo balompédico de las
barriadas? Maradona dijo alguna vez, palabras más o palabras menos, que los
mejores estaban en Villa Fiorito, área metropolitana sureña de Buenos Aires,
porque la tienen difícil todos los días y sin amnistía. Es posible que lo mismo
se debería decir de los habitantes de Três Corações, el poblado de Pelé, en el
estado de Minas Gerais. En ambos lugares esa pregunta es irresponsable y quizás
irrespetuosa, por las idolatría incuestionables. Es pregunta malafesiva, inventada
y llevada al sentir de la tribuna. Así es, el camerino tiene sus insurgencias y
sus apaciguamientos. En la tribuna, más allá de los estadios, convertida en
pensamiento tribal, ocurren cosas parecidas. La cuadra o la esquina es la
tribuna, sin pasar por boletería, de la amistad caliente y en paz para que
alguien la joda con preguntas como esta. Este jazzman hasta ahora responde:
Pelé es mejor, pero yo prefiero a Maradona. A nadie satisfacía (o satisface),
porque es operación matemática con factores alterados obteniendo igual
resultado. Ocurre cierto surrealismo inimaginable en el arte del balompié:
nadie juega bien con un balón ovoide. Por mucha ciencia aplicada la estética es
deplorable. La mecánica artista del futbol exige que sea esférico como el planeta
o el verdadero amor. Los argumentos son redondos y las conclusiones también. No
hay ángulos en el instrumento pretexto para las epopeyas; las esquinas están
bien para los tiros del cuadrante de 90° (córner), los desacuerdos y calentar
las conciencias remisas. Vaya geometría futbolera en la que nos metieron Pelé y
Maradona.
Aquella pregunta
tópica es el desafío clásico para que la imaginación tribal de la tribuna
intente elaborar ciertas hipérboles aunque solo el ánima más futbolera inventa
las mejores. La pregunta ya de por si es ortodoxia rectilínea y el fútbol,
aquel de Pelé y Maradona, era pura herejía. ¿Quién es mejor…? ¿Mejor en qué o
por qué? Los imaginarios personales no admiten comparación, aun si la estética
balompédica se completa con un surtido de adjetivos más por las simpatías
diferenciadas o porque la devoción se hace cargo hasta del mínimo gesto en el
engramado. La personalidad formal del set de televisión muta a personaje
mitológico, porque sin el balón es otro mortal anónimo que se mira sin ver.
Maradona y Pelé un día arrumaron sus diferencias y por fuera del rectángulo de
la cancha se recrearon como mitologías dispares con coincidencias laterales en
temas imprescindibles y respeto a las necesarias broncas maradonianas. Cuando
coincidieron en alguna parte, la expectativa estaba ahí pero ya sin la magia
del balón en movimiento o regateándolo sin perderlo. Dos jubilados sin más
fútbol que aquella que produce esa alegre nostalgia por los tiempos idos.
“Pelé hubo uno
solo. Los demás venimos en segunda fila”[2], así la dejó Diego Armando y este
jazzman respeta esa antífona. Axê.
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