LUCAS PÉREZ, EL ETERNO RETORNO
Hijo
de una familia desestructurada, se crió con sus abuelos en una de las torres de
viviendas sociales de los trabajadores del mar. A sus 34 años, el delantero
hace lo imposible en el fútbol para jugar en el Dépor: perder dinero
XOSÉ MANUEL PEREIRO
El
futbolista Lucas Pérez besa la camiseta del Depor
en una imagen reciente.
“Yo no vengo a jugar en Primera Federación. Yo vengo a jugar en el Deportivo”. En el pedregal de la retórica futbolística – “no hay enemigo pequeño”, “partido a partido”–, aparece de vez en cuando un diamante en bruto. Y la mayoría de las ocasiones, sale de la boca de un entrenador. Lucas Pérez Martínez se hartó de justificar que dejaba el Cádiz, un equipo de Primera División (en situación precaria, pero que le había garantizado las condiciones económicas para la siguiente temporada, en total unos dos millones de euros) para jugar en uno de lo que pomposamente se llama Primera RFEF, y que no deja de ser la Segunda B o la Tercera de toda la vida, una división no profesional. Y pagando para ello medio millón de euros de su propio bolsillo. Al final de su carrera, en vez de coger la frecuentada ruta de los estadios dorados en medio de la arena, como ha hecho Cristiano Ronaldo, escogió el barro.
@EnemyPablic, un
tuitero de Alcalá de Henares de origen gallego, lo resumió muy bien en un hilo:
“Todo va mal. Todo va peor. No abofeteamos a nadie. Ni al filial de nadie.
Maldito fútbol moderno, no tiene sitio para nosotros. Empiezan los rumores del
chaval de la liga ucraniana, que sigue por ahí, marcando goles en Primera. Es
un tío con mala fama. Un revienta vestuarios, un corruptor de novias. Un
gestitos. Pero viene… El antipático se ha quemado a lo bonzo en el centro del
campo de Riazor. Los más suspicaces del lugar, desconcertados, como el que es
invitado a bailar por la belleza del instituto en el baile final. De alguna
manera, un príncipe nigeriano realmente nos ha dejado su herencia en nuestro
mail. Los medios extranjeros se hacen eco. Esto no es normal”. Pues no. De
hecho, hay quienes están buceando con celo de sexador de pollos en los
intríngulis de la operación para intentar ver por dónde nos la ha colado el
príncipe nigeriano. Pero esta no es la primera vez que Lucas Pérez hace lo
posible y lo imposible –y una de las cosas imposibles en el fútbol es perder
dinero– para jugar en su equipo.
Lucas se reivindica
siempre como “Lucas, el de Monelos”. En 1941, cuando nació allí Manuel Jove, un
carpintero que hizo a los 16 años su primera promoción inmobiliaria y que, a
finales de la primera década de este siglo, era la tercera o cuarta fortuna de
España, detrás de sus vecinos Amancio Ortega y Rosalía Mera, Monelos era un
barrio periférico de A Coruña, de casas bajas, huertas y prados. En 1988,
cuando nació Lucas Pérez Martínez, Monelos era solo una pequeña parte de un
conjunto de polígonos construidos en distintas fases en los 60 y 70 para acoger
a los que huían del campo o se buscaban un piso para el retorno de la
emigración.
Lucas Pérez
Martínez, hijo de una familia desestructurada, se crió con sus abuelos en una
de las torres de viviendas sociales reservadas a los trabajadores del mar. El
abuelo había sido marinero en el Gran Sol, el tempestuoso y gélido mar al oeste
de Irlanda y Gran Bretaña. En el mejor de los casos, ese –jornadas de 16 horas
diarias durante 15 días seguidos, a bordo de barcos del tamaño de un autobús
articulado– habría sido uno de los destinos del chaval. Pero él, en cuanto
podía, bajaba a la calle con un balón para jugar, en potreros llenos de
jeringuillas, contra quien fuese, o contra la pared si no había nadie.
Pese a lo que pueda
parecer, Lucas Pérez no fue uno de esos que los británicos llaman one club man,
un jugador que ha crecido y madurado como tal en un solo equipo. Lo suyo fue un
sueño aplazado largo tiempo. Vestía la camiseta del Dépor cuando empezó a ir a
Riazor con cuatro años de la mano de su tío Pepe, pero no logró vestir
profesionalmente de blanquiazul hasta los 26 años. Empezó (como había empezado
Amancio Amaro) en el Victoria, uno de los clubes tradicionales de la ciudad,
pero de allí se fue al Atlético Arteixo juvenil. A los 16 años llamó la
atención del Alavés, que lo fichó hasta que tuvo que recortar gastos y cantera.
De vuelta a Coruña, tampoco cató Riazor. Jugó en Tercera e incluso al fútbol
sala, hasta que el Atlético de Madrid se lo llevó para su segundo filial. De
2007 al 2010 merodeó por las categorías inferiores madrileñas (Atlético C, Rayo
Vallecano B y Rayo A). Entonces, en 2011, tuvo ofertas de la primera división
ucraniana. Jugó dos temporadas en el Karpaty de Lviv, en las que participó en
la Europa League, y unos meses en el Dinamo de Kiev.
“Yo me pensaría
bien salir a según qué países. En Ucrania el 80% de la gente es pobre y el
resto multimillonaria. Y el futbolista no puede estar en una burbuja porque ves
el día a día en los autobuses, en la sanidad, en tantas cosas”, le confesaba un
par de años después en El País a Juan L. Cudeiro. De la liga ucraniana y de los
incumplimientos de contrato lo rescató el PAOK griego. Esa temporada,
2013-2014, fue elegido uno de los cinco mejores jugadores de la liga helena. No
jugó allí la siguiente. Consiguió, por fin, ir cedido al Deportivo la
2014-2015. “Es un tipo muy insistente, y cuando quiere algo, va a saco y lo
consigue, por lo civil o por lo militar”, asegura un veterano cronista
deportivo.
“Yo me pensaría
bien salir a según qué países. En Ucrania el 80% de la gente es pobre y el
resto multimillonaria. Y el futbolista no puede estar en una burbuja”
El equipo se salvó
del descenso en la última jornada empatando en media hora un 2-0 del Barça.
Circula un vídeo de Lucas energizando a sus compañeros y pidiendo por lo bajo a
sus rivales (Messi, Neymar, Mascherano) que no apretasen. A quien apretó él fue
al PAOK para no volver, hasta el punto de rebajar su ficha. La segunda
temporada en “su” equipo marcó 17 goles. El Arsenal llamó a la puerta del club
coruñés con una oferta de 20 millones de euros que el Dépor, intervenido por
Hacienda, no podía rechazar. Con los gunners, en la temporada 2016-2017, marcó
ocho goles, la mayoría en competiciones europeas, a pesar de no contar como
titular para Arsène Wenger. Un redactor de La Voz de Galicia que entrevistó a
Lucas entonces en su casa londinense de Hampstead destacó que llevaba unas
zapatillas del Dépor y en la sala tenía una enorme bandera gallega. Pero el
jugador le rogó que no las fotografiase. “Las llevo porque lo siento, no para
que se vean. Y la bandera me acompaña allá donde voy”.
La 2017-2018 sería
la última de las 22 temporadas de Wenger al frente del Arsenal, y Lucas no
estaría a sus órdenes. El equipo inglés pedía por él como mínimo 15 millones de
euros. El Dépor, con los gastos bajo la lupa fiscal, no se podía permitir ni
pujar. Hubo intentos y propuestas, entre otros, del Fenerbahçe y del
Galatasaray, del Newcastle y del Everton, del Valencia y del Levante. Pero no
satisfacían la demanda del club, ni mucho menos la del futbolista, que solo
contemplaba la vuelta al Deportivo. En el último momento, el Sevilla hizo una oferta
que cumplía las exigencias del Arsenal y aseguraba al jugador participar en la
Champions y mantener su sueldo de la Premier. Pero Lucas Pérez ya estaba
volando hacia A Coruña, después de forzar una cesión por una temporada, por dos
millones y medio de euros. La baza que se reservó el Arsenal era que el acuerdo
tenía fecha de caducidad de un año.
Al acabarse el
plazo, el Dépor estaba en Segunda, y Lucas se convirtió en un delantero
errante. West Ham United, Alavés (dos temporadas, la primera como máximo
goleador y la segunda execrado públicamente por el entrenador, que lo acusó de
reventar el vestuario y de otro tipo de maniobras extrafutbolísticas… aunque
después reconoció que posiblemente se había equivocado), Elche y, finalmente,
Cádiz. En el equipo amarillo cumplió las dos medias temporadas que estuvo, pero
prácticamente desde el primer día dijo que quería volver a Coruña. El último
día del año se hizo oficial la vuelta.
El 3 de enero,
7.000 aficionados asistieron a su presentación en Riazor y vieron como un
futbolista de 34 años bregado en todo tipo de ligas se emocionaba hasta las
lágrimas. Muchos de los asistentes eran niños que nunca han visto al equipo en
Primera. “La vuelta de Lucas ya se verá lo que da de sí en lo deportivo, pero
es importantísimo para la chavalada. Tienen por fin un referente”, dice uno de
los antiguos miembros de Riazor Blues, los hinchas del Dépor, con los que Lucas
siempre tuvo una fuerte conexión. “Habla como ellos, piensa como ellos”, dice
el cronista veterano. No por casualidad, una de las pancartas que cuelgan en su
grada reza: “Odio eterno al fútbol moderno”. Lo cierto es que, antes de Lucas,
el Deportivo tenía ya 24.000 socios, más que todos los equipos gallegos de
igual o superior categoría juntos. La llegada del delantero ha sumado algunos
cientos.
“Sé que tengo
presión, la quiero. Me fui con 16 años mundo adelante, y tardé mucho tiempo en
volver a casa. Lo único que quiero ahora es ser feliz jugando aquí”, dijo Lucas
Pérez en la rueda de prensa de presentación. No quiso hablar de dinero (“ya he
ganado bastante por ahí adelante. Si hablo de dinero me siento vacío”), ni de
contratos (“el contrato es hasta cuando quiera el Deportivo, y yo le sirva.
Cuando no haga falta aquí, que me lo digan y ya está”). El pasado domingo día
8, pisó de nuevo Riazor, contra Unionistas Salamanca. 23.745 espectadores (los
habituales son 17.000-18.000, cinco o diez veces la media de los campos de la
Primera RFEF). 3-0. Lucas marcó el primero y el tercero. Los propios
aficionados de Unionistas iniciaron una ola que recorrió el estadio.
Por supuesto,
aunque nadie lo diga, todos saben, empezando por el propio Lucas, que tarde o
temprano se baja de la nube. Volviendo a @EnemyPablic, “por supuesto, este
juego va de soñar. Cuando venga la desgracia aquí seguiremos como hasta ahora”.
Porque los aficionados no van a ver partidos de Primera RFEF. Van a Riazor.
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