ECHAR LEÑA AL FUEGO
Que no nos
salgan con el cuento de que la irresponsable visita de Pelosi a Taiwán fue para
reafirmar la defensa de la democracia frente al totalitarismo, que esa película
ya la tenemos demasiado vista
MARCO SCHWARTZ
Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, el 5 de agosto de 2022.
Estando el mundo en una de sus coyunturas más explosivas de las últimas décadas, la reciente visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, solo merece el calificativo de irresponsable, por más que algunos analistas lo quieran presentar como un valiente acto de apoyo a la integridad de la isla frente a las históricas reclamaciones territoriales por parte de China.
Al menos
públicamente, la visita de Pelosi a Taiwán, en el marco de una gira asiática,
era desaconsejada por el presidente Joe Biden. Pero el régimen de Pekín ha
considerado de cualquier modo el incidente como un acto de agresión, ante el
cual ha reaccionado cortando las relaciones con EEUU en diversos ámbitos y
poniendo en marcha una operación militar en torno a la isla, con el evidente
objetivo de demostrar quién manda en la zona. Cabe esperar que la tormenta
amaine, pero hay quienes sostienen que el incidente puede ir a más y tener
consecuencias impredecibles no solo en el terreno político, sino, sobre todo,
en el económico. La mayor parte de los teléfonos, ordenadores o videoconsolas
que hay en el mundo funcionan con chips producidos por Taiwán. Tal como señala
la BBC, una sola compañía taiwanesa copa cera de la mitad del mercado mundial
de semiconductores. Intentemos por un instante imaginar qué sucedería si esa
colosal producción se interrumpiera o si sus precios se disparasen como
consecuencia de un conflicto de mayor alcance.
Lo último que
pretendería es convertirme en abogado defensor de la dictadura china, pero ¿qué
buscaba Pelosi, tercera autoridad de EEUU, al incluir a Taiwán en su periplo
asiático y romper la “ambigüedad estratégica” que Washington ha mantenido en la
zona durante décadas? ¿Respondía la visita a un plan de crispación promovido
desde distintos sectores estadounidenses en un momento en que China se presenta
como la gran potencian rival, sobre todo por su imparable expansión económica?
¿O se trató simplemente de una acción personal en busca de notoriedad de cara a
una futura aspiración presidencial? Cualquiera que sea la respuesta, que no nos
salgan una vez más con el viejo cuento de que el objetivo de la visita fue
reafirmar la defensa de la democracia –de la “pujante democracia taiwanesa”, en
palabras de Pelosi- frente a la amenaza de los totalitarismos, por mucho que
convengamos en que Taiwán es hoy una democracia y China una dictadura.
Ya han comenzado
los ‘periodistas de Estado’ a centrar sus críticas en la “desproporción” de la
respuesta china y a preguntar con ardor bélico por qué hay que pedir permiso a
China para visitar un territorio que no le pertenece. De ahí a apoyar con aires
churchillianos la confrontación abierta con el régimen chino solo hay un paso,
y perdonen si sueno demagogo, pero es que esta película ya la tengo vista. Por
supuesto que de todo esto se puede hablar. Y por supuesto que la reacción de
Pekín ha sido excesiva. Pero yo prefiero hablar en este momento de algo tan
elemental como el sentido de la oportunidad, que es lo que le ha faltado a la
presidenta de la Cámara de Representantes. El mundo está atravesando una crisis
severa –primero con la pandemia, ahora con la guerra en Ucrania-, en la que los
gobernantes no dejan de pedir sacrificios a los ciudadanos. Uno esperaría que,
en esa atmósfera combustible, los líderes políticos echaran agua, no leña, al
fuego.
Salvo el temor de
EEUU a verse superado como potencia económica por China, no había motivos
objetivos para que Pelosi hiciera acto de presencia en Taiwán en la presente
coyuntura. Si bien es cierto que las relaciones entre la isla y China discurren
entre altibajos (las crecientes tensiones políticas actuales contrastan con la
también creciente interconexión económica), y que Pekín mantiene con firmeza su
reivindicación territorial sobre Taiwán, no había en este momento una amenaza
inmediata contra la integridad de esta que pudiera justificar la ruptura de una
estrategia estadounidense de décadas. En una encuesta realizada por la
Fundación de Opinión Pública de Taiwán en octubre del año pasado, el 64,3% de
los taiwaneses consideraron que no veían la posibilidad de una guerra con
China. Y hay que agradecer que así sea, si se tiene en cuenta que Taiwán sería
una presa relativamente fácil del ejército chino y que, encima, solo 14 países
reconocen a la isla como estado independiente: Belice, Guatemala, Haití,
Honduras, Paraguay, San Cristóbal, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas,
Suazilandia, Islas Mashall, Nauru, Palaos, Tuvalu y el Vaticano. Al igual que
otros países más potentes, EEUU reconoció a Taiwán cuando en 1949 se proclamó
independiente al mismo tiempo que en la China continental triunfaba la
revolución maoísta. Sin embargo, en los años 70, la ‘realpolitik’ llevó a
desplazar ese reconocimiento a Pekín, quedando Taiwán en el limbo, aunque en el
esquema de alianzas de Washington.
¿A cuento de qué la
señora Pelosi fue a agitar el avispero?
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