SOTANAS REMANGADAS
DAVID BOLLERO
Manifestante
contra los abusos sexuales cometidos
por la
Iglesia católica.- Reuters
Mi colega Jesús Bastante destapaba el pasado martes el caso de Manuel Cociña, un cura del Opus Dei que compró el silencio de la víctima de sus "comportamientos inadecuados" por 17.000 euros con un acuerdo ante notario. Escandaloso. Sin embargo, las tropelías de la Iglesia católica parecen no tener fin, no sólo a la hora de ejecutarlas sino, además, de tratar de ocultarlas de la manera más zafia y menos cristiana. Hoy, de nuevo en Eldiario.es, nos desayunamos conociendo que como mínimo se han producido una treintena de acuerdos de este tipo, con pagos a las víctimas de hasta 50.000 euros.
La auditoría
interna que está llevando en el seno de la Iglesia el despacho de abogados
Cremades & Calvo-Sotelo -cuyo presidente es un reconocido miembro del Opus
Dei- estima que se produjeron entre 1.000 y 2.000 casos de abusos sexuales la
mayoría ocurridos en los años 70 y 80 del siglo XX. La horquilla es tan grande
y los intentos de situarlos en el pasado tan descarados, como si no se
produjeran en esta década, que los resultados llaman a la desconfianza. Si a
ello, además, le sumamos los pagos bajo cuerda como los efectuados ya en pleno
siglo XXI para ocultar el despreciable comportamiento de Cociña, cualquier
vestigio de credibilidad de esa institución se desploma.
Quienes aún a día
de hoy tratan de dictar a quién debemos amar y cómo hemos de relacionarnos con
el prójimo se saltan a la torera su propio predicamento. Incluso a quienes no
practicamos su fe, la Iglesia pretende marcarnos el paso mientras buena parte
de sus miembros con sotana traicionan su catecismo, cometen delitos sexuales,
mienten y ocultan la verdad durante años. La hipocresía y el cinismo de quienes
han actuado de este modo, bien por acción o por omisión, es abominable.
Los maristas son,
de largo, la orden religiosa que más casos de abusos sexuales acumula en
España, al menos de los que han salido a la luz. Aventurarse en esta cuestión a
indicar el proceder a las víctimas es temerario, inapropiado, pero no cabe duda
de que visibilizar los abusos contribuye a desenmascarar a esa parte de la
Iglesia vil y depredadora.
La desconfianza que
despierta la auditoría de Cremades & Calvo-Sotelo es evidente, incluso,
entre las propias víctimas. Por este motivo, hacer públicos casos como el del
escritor Alejandro Palomas allana el empinado camino a otras víctimas que
décadas después continúan padeciendo las secuelas de los abusos. Durante demasiado
tiempo, la Iglesia ha contado con la credibilidad de su parte y con un músculo
económico capaz de ocultar sus atrocidades. Eso se acabó. Los casos de abusos
que salen a la luz llaman a otros casos, se unen, forman frente común y dotan
de entidad a las causas para su judicialización.
Las sotanas
remangadas, sujetas con un clip de billetera, han de tener sus días contados.
Asumido que los depredadores con alzacuello ni son capaces de cumplir
penitencia ni de asumir su culpa -ni siquiera ante su dios-, su propia
comunidad, esto es, la iglesia no como institución, sino como colectivo
católico, debería esmerarse más y dejar de rasgarse las vestiduras
victimizándose cuando son sus curas quienes han sido los agresores. En lugar de
agitar los fantasmas de una cruzada anticatólica que no existe, harían bien en
dejar de mirar a otro lado, porque estar en las nubes no es lo mismo que ir al
cielo.
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