EN LAS RUINAS DE LA CASA AMARILLA
JUAN
CLAUDIO ACINAS
El Puerto de la Cruz se vuelca en actividades
culturales y deportivas que se desarrollan en un mismo año. Hace bien.
¡Vidilla! Ejemplos recientes han sido el festival Phe o el festival MUECA. Todo
ello acompañado de carreras populares y la omnipresencia (desde cada dos
papeleras o su trenecito de Hamelin) del Loro Parque, el “must” de Tenerife.
Lo que pasa es que, con la excepción del Jardín Botánico y (algo más relativa) del Jardín de las Orquídeas, casi todo tiene un componente kitsch de atracción turística. Está claro que si no montas fiestas habituales en la Plaza del Charco y alrededores aquello sería un muermo de mucho cuidado para unos extranjeros que lo que más quieren es fiesta y tipismo, sin importar que los Carnavales se celebren dos veces en un año o solo una, pero en verano, y así. La economía manda y el turismo no veas. Y es que combinados alcohólicos como la sangría subsisten por unos foráneos que, además, enloquecen con las paellas animadas con música en directo.
Sin embargo, hay espacios abandonados que podrían
combinar el interés turístico (de cierto turismo) al hilo de una actividad
cultural o científica de primer orden. Y algo como esto debería ocurrir con La
Casa Amarilla… Pero no ocurre. De hecho, se encuentra en un estado de deterioro
y ruina que asusta. Sobre todo cuando un centro de su importancia se “ocupa”
del acomodo (nada desdeñable, aunque algo sórdido) de actividades
drogodependientes y homosexuales clandestinas.
Es difícil entender la situación actual de esta
Casa así como la ceguera científica con que el Loro Parque va a lo suyo. Al fin
y al cabo, este justifica su labor investigadora con la existencia de unos
cuantos papagayos que empujan carritos tropicales o de unos pingüinos recluidos
de por vida en una nevera gigante desde la que nunca ven el sol. Y, todo eso,
por no hablar de las orcas, sobre cuya situación habría que hacer un
monográfico aparte… Pero, ¡cuidado! Ya nos han advertido que quien critica al
Loro Parque critica al Puerto de la Cruz. Poca broma. Silencio. Y, en todo caso,
alegrarnos al menos de que J.M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura, se haya
ocupado del asunto en La vida de los
animales (2003), gracias a lo cual por fin algo sabemos sobre lo que no se
nos dice nada por aquí.
Porque el asunto es que entre 1913 y 1919, la
Academia de las Ciencias de Prusia estableció en la isla de Tenerife una base,
con sede en la Casa Amarilla (en el Puerto de la Cruz), dedicada a la
experimentación de la capacidad mental de los simios, sobre todo los
chimpancés. Porque uno de los científicos que estuvo trabajando en ella fue el
psicólogo Wolfgang Köhler, quien, en 1917, publicó un texto fundamental
titulado La inteligencia de los
antropoides, en el que describía sus experimentos, en particular, con
Sultán, uno de los simios. Porque la trascendencia real de todo esto ha suscitado
el interés de científicos e investigadores del mundo, como Jane Goodall...
Porque, a pesar de lo cual, repito, nada se nos dice por aquí.
Se trata, una vez más, de algo mucho más grave pero similar a cuando, hace unos pocos años, el cabildo de Tenerife convocó algo así como un concurso de ideas. En el que ganó una que proponía transformar los locales del antiguo casino Taoro en un centro residencial temporal para escritores y artistas, en general. Ganó, sí, pero del asunto nunca más se supo, ni… ¿se sabrá? Mientras tanto: sangría, paella y Bonnie Tyler.
Juan Claudio Acinas
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